13 de marzo 2014 - 00:00

Tenso drama familiar con puesta minimalista

Daniel Veronese, al fin descubierto por el cine, en “La tercera orilla” de la directora Celina Murga.
Daniel Veronese, al fin descubierto por el cine, en “La tercera orilla” de la directora Celina Murga.
"La tercera orilla" (íd., Argentina, 2014). Dir.: C. Murga. Int.: D. Veronese, A. Devetac, G. Ferrero, D. Agostini.

Un exitoso médico de provincia, dueño de una estanzuela y socio de una clínica, mantiene dos hogares: el de la mujer con quien tuvo tres hijos, y el que formó con otra mujer, con la que tuvo uno más, un varón. Vive con ésta, en buena situación económica, y visita y alimenta a la anterior. Digamos, casa con piscina en un hogar, pelopincho para los demás. También plasma y demás necesidades, pero vive con la otra.

La historia se centra en el primogénito. El médico lo quiere, estimula su papel de hijo mayor, lo introduce al mundo del trabajo y de las responsabilidades del hombre de mando. También lo introduce a un puticlub, en una escena que termina siendo inverosímil por la actitud del chico y de la hetaira que lo comprende. El pibe es un varoncito, no tiene novia ni valor para matar un chancho pero enfrenta a cualquiera en defensa de su pequeño hermanastro. Pero tampoco tiene onda con el padre, ni sabe cómo enfrentarlo si algo no le gusta.

Por ahí va la película. Se la puede ver siguiendo el discurso habitual contra el machismo, la hipocresía pueblerina, el peso del mandato paterno, etc. Pero no está prohibido ponerse a favor del padre, sobre todo ante la reacción filial, simbólica y dañina. O medianamente a favor de la madre, que depende de ambos varones y arriesga quedarse sin sostén alguno. El pibe también arriesga. Lo que grita entusiasmado (la única vez que lo vemos entusiasmado) en un baile, "y me abracé al dolor / y lo dejé todo por esta soledad", puede hacérsele realidad en plena y egoísta inmadurez. Todo depende.

Celina Murga asume otro riesgo, artísticamente difícil: sugiere caracteres y conflictos a través de mínimos detalles, de leves expresiones que hacen percibir un estado mental de fastidio y rencor, algo latente, sin explicitar, ni explicar, casi nada, reservando el estallido para el final. Coherente con su elección, la desarrolla con buena mano. Gustará a quienes quieran apreciar eso que ciertas corrientes llaman rigor estilístico, y otras llaman simplemente "desinterés por el público", pero es imposible negar que tiene buena mano.

Para descubrir, en la banda sonora, unos muy breves compases de viejas grabaciones de "El aeroplano" y el "Vals de los 15". Y en la pantalla, el destacable trabajo de Daniel Veronese como el padre. Aunque parezca mentira, el cine nunca hasta ahora lo había convocado.

P.S.

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