El escenario de 2018 que conjuga estabilidad económica y la implementación de reformas estructurales pro competitividad obliga a las actividades a modificar su modelo de negocios. Una industria que no ponga en marcha procesos radicales de evolución en las organizaciones, acompañando los avances tecnológicos e integrándose a las cadenas globales de valor, se volverá obsoleta. En otras palabras, se abre un nuevo contexto, en el que la industria debe llevar adelante su propia transformación, y esto es apremiante en todos los sectores, incluso aquellos donde la Argentina es competitiva.
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La discusión sobre cómo enfrentar los desafíos y aprovechar las oportunidades es central en un país que se propone crecer motorizado por la inversión y las exportaciones. Y esa agenda se organiza en dos planos claros de intervención. A nivel macro, Argentina está decidida a avanzar gradualmente en reformas estructurales pro competitividad. Los pilares de esta agenda serán la reforma tributaria, la laboral, el mercado de capitales y un pacto de responsabilidad fiscal con las provincias. En tanto, el Ejecutivo continuará apuntando hacia una mayor integración en dos vértices: comercial (reducción de barreras y nuevos acuerdos comerciales: Mercosur-UE; Corea; México) y político (acercamiento a EE.UU., UE FMI, OECD, Alianza Pacífico).
A nivel sectorial, los principales ejes de actuación oficial pasarán por la búsqueda de sinergias entre sectores productivos y de investigación, la mejora de los recursos humanos (adaptación a la era digital), y la promoción de la competitividad sistémica. El nuevo escenario local e internacional obliga a modificar el comportamiento de las empresas, aunque no todos los sectores están posicionados de la misma manera. Entre los de mejor performance aparecen aquellos con ventajas comparativas como el agro, la ganadería, y la industria de alimentos y bebidas, beneficiarios de una mayor apertura y una baja de retenciones. Y la construcción, que se verá impulsada por un contexto más favorable a la inversión y la obra pública. Otras ramas presentan potencial, pero requieren un mejor marco regulatorio (como la energía, la minería y el petróleo) o mayor competitividad (como el sector automotor, papel, línea blanca y economías regionales) para aprovechar las oportunidades que se presentan. Por su parte, sectores como el textil, calzado, muebles y electro, entre otros, se ven desafiados por una mayor competencia y un consumo que crece menos que el PBI.
Como es natural, la industria argentina reproduce los síntomas de una economía que ha logrado dar los primeros pasos hacia un horizonte de estabilidad, pero debe implementar reformas estructurales que apuntalen su competitividad para una mayor inserción internacional, multipliquen su potencial generando empleo y mejorando su productividad para convertirse en el motor de una Argentina en desarrollo.
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