11 de octubre 2022 - 00:00

Vindicación de Rafael Guastavino, el arquitecto que creó a Nueva York

Diálogo con el narrador y ensayista español Andrés Barba, autor de la biografía de un hombre al que España consideró por años un estafador.

andrés barba. Autor de la biografía “Guastavino y Guastavino”.
andrés barba. Autor de la biografía “Guastavino y Guastavino”.

La biografía “Vida de Guastavino y Guastavino” (Anagrama) de Andrés Barba, es una de las obras que llevó a vindicar, en la España que lo consideraba un estafador, al arquitecto Rafael Guastavino (1842-1908), quien construyó muchos de los emblemáticos edificios de Nueva York. Barba es licenciado en filología y filosofía, narrador, traductor, guionista y ensayista, que vive actualmente entre Posadas, Misiones, y Madrid. Tras una gestión del Centro Cultural de España, estuvo en Buenos Aires participando del reciente FILBA, y dialogamos con él.

Periodista: ¿Su libro redimió a Guastavino en España?

Andrés Barba: Desde hace cuatro meses, por primera vez hay una escultura del valenciano Rafael Guastavino en España. Con mi libro, con otros libros, con un documental sobre su vida, finalmente ha tenido su reivindicación. La escultura es maravillosa, Guastavino tiene en una mano, sobre su cabeza, la varilla que usaba para medir la curvatura de las cúpulas que construía, la de la Grand Central Station, la de Saint John, la del puente de Queensboro, y en la otra mano tiene un sombrero, lo que lo hace parecer un prestidigitador, un engañador. No le han hecho ni caso durante un siglo y cuando lo recuperaron fue como un estafador, como un mago de cuarta. Interesante, ¿no? Guastavino no pudo volver nunca a España porque era perseguido por la justicia por haberse ido con una estafa de valores.

P.: En realidad patentó en Estados Unidos como propia una forma arquitectónica medieval arábigo española y se hizo rico, ¿fue un adelantado de la posverdad?

A.B.: No, el tema de Guastavino es el de la identidad. Cómo se construye la identidad tanto en un individuo como en una nación. Guastavino llegó a un país que no tenía una identidad arquitectónica, que es como un adolescente. Un adolescente es un gran fagocitador de cosas, se las apropia, las rehace para construirse una identidad. Esa identidad es un Frankestein, una ficción que sólo funciona si la creemos. Cuando se deja de creer la ficción de la propia identidad se produce un quiebre, tanto a nivel individual como nacional. Lo estamos viendo hoy en muchos países. Tanto en España como en la Argentina. La polarización compromete la narración compartida que teníamos. Hay un colapso de narraciones identitarias nacionales, entonces tenemos que volver a resolver quiénes somos compartidamente. Guastavino llegó a Estados Unidos, un país que aún no se ha definido, con una patente que ha robado. Lo interesante de esto es que esto pone de manifiesto cómo toda identidad es una ficción y una apropiación indebida. El de la identidad es un tema tan central y contemporáneo como el de la posverdad, que está tan instalada que ya no la percibimos como un dilema.

P.: ¿Es el gran tema de este siglo?

A.B.: Cuando se instaló el debate sobre la posverdad, de los hechos factuales contra los hechos sentimentales, nos parecía el principio del apocalipsis; vamos a la oscuridad. Sin embargo, hemos entrado en la oscuridad irremediable. La posverdad está instalada en el peor lugar posible, en la política internacional, y sin embargo no hemos muerto, lo que habla de la enorme capacidad de resiliencia humana, la de digerir lo indigerible. La posverdad es el gran tema político, filosófico y antropológico, y tenemos que ver cómo lo resolvemos.

P.: Sobre todo cuando resurgen ideas que parecían desaparecidas…

A.B.: Los populismos, la cancelación, que vivamos nuestras ideas políticas como si fueran equipos de fútbol y no como cuestionables partidos políticos. Es temible lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, ahí están las elecciones en Italia…

P.: Es notable como se ha esparcido la idea de cancelar social, moral, económicamente, a organizaciones o personas…

A.B.: Estoy escribiendo sobre eso. Un libro sobre el borrado, el derecho al olvido, la política de la cancelación, movimientos tan contemporáneos como históricos. Lo que busca la cultura de la cancelación no es defenestrar a alguien sino borrarlo. No se trata de humillarlo en la plaza pública sino hacer como que nunca existió, borrarlo de la historia. Es algo tan antiguo como la civilización. En el imperio romano cuando moría un emperador, Calígula, por ejemplo, se reunía el Senado y, esto es alucinante, decidía que no había existido, se hacía un decreto de abolitio nominis y se salía a decapitar sus estatuas y sustituirlas por cabezas de otros emperadores, prohibía y sacaba su nombre de todas partes. Hay una gran tradición en la cultura política occidental de borrar de la historia al adversario, hacer como que nunca existió, acordar que ese no existe más. Aquí ocurrió en un momento con Perón, y fracasó. En casos así la ironía sirve a la reivindicación. Las primeras amnistías políticas fueron así: la guerra del Peloponeso no ha tenido lugar. Eso es lo que hoy recupera la cultura de la cancelación, el abolitio nominis, una negación de la existencia.

P.: ¿Cómo planea ese libro?

A.B.: Como en “Vida de Guastavino y Guastavino” serán biografías. Una de mis grandes dudas al escribir el libro sobre los Guastavino fue cómo hacer una narración biográfica. Sobre todo en este caso en que el hijo hereda al padre, y la gente pensaba que era la misma persona. ¿En una narración biográfica debemos mantener las confusiones que se produjeron realmente en la vida? ¿Crear un personaje amorfo en donde padre e hijos fueran indistinguibles? ¿La empresa familiar anula al individuo agrupándolo en un Guastavino anónimo que vive como un vampiro anónimo a través de las generaciones? En el nuevo libro, serán tres biografías, que serán tres historias de borrado, de cancelación, una relacionada con el arte, otra con la historia y otra con la vida, pero antes, a principios del año que viene, aparecerá una novela de fantasmas.

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