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Virginia Higa: novela familiar en busca de una pasta originaria
• EN "LOS SORRENTINOS", RASTREA EL ORIGEN DE UN PLATO GOURMET
En su sorprendente y atrapante libro, la autora se remonta a la historia de sus antepasados, inmigrantes italianos que se establecieron en Mar del Plata, abrieron una trattoria y crearon un manjar con sello propio.

Higa. La autora de “Los sorrentinos”, invención culinaria de su familia.
P.: ¿Qué referente literario le sirvió para tejer una novela coral?
V.H.: Natalia Ginzburg con "Léxico familiar", la novela donde cuenta de su familia. Me encantó la estructura que encuentra, es fluida, pasa acariciando los detalles sin detenerse demasiado pero envolviendo al lector. Va encadenando los hechos de una forma muy extraña. Habla de unos personajes; luego aparecen otros, y después otros y de pronto retoma la infancia, todo con un ritmo casi musical. Habla de las palabras que usan, de las canciones que cantaban, de los juegos de palabras que hacían, y eso va armando un ritmo. Lo que ella hizo me fue ordenando porque yo quería hablar de las palabras, de las canciones, de los gustos personales y de los sorrentinos.
P.: El estilo de su narrador omnisciente le permite hablar al pasar de Máximo Gorki, de películas, actores y actrices, de Perón, de "Rosa de lejos", del "rey Lasagna".
V.H.: Me han dicho que en la novela se juntan mis raíces, que el tema es muy italiano pero que el narrador es un poco japonés porque sabe lo que les pasa a todos pero es discreto, no juzga a los personajes, está a la vez cerca y lejos. Oye a Chiche recordar a Gorki en Nápoles, contando del último rey de Nápoles fanático por las pastas hasta de lamer los platos, lo llamaban "el rey Lasagna"; vio cuando Elvio prohibió a sus hijos comer helado de palito porque eran los que le gustaban a Mussolini. Siempre me gustaron esas anécdotas que enriquecen la historia. Así aparece una que recogió Ítalo Calvino en "Cuentos populares italianos", la del pájaro que le pregunta a una mujer si quiere la riqueza en la juventud o en la vejez. Y eso me llevó a una profecía.
P.: ¿Cómo construyó al protagonista, del que cuenta toda su vida y el secreto que la recorre?
V.H.: Chiche parte de alguien real. Es un personaje muy complejo, con muchas caras. Se los podía conocer como tío, como él que dirige la trattoria, como alguien con muchos intereses distintos y una gran cultura, y después enterarse de otras cosas. Es alguien criado en una familia italiana muy católica, en una época en que era muy difícil hablar de ciertos temas. Usa la palabra catrosho y catrosha para definir algunas personas y cosas. En catrosho encontró una categoría para sí mismo, una forma de definirse, de definir a sus amigos, el bioquímico Pepé, el cura Adolfi. Y las catroshas, esas mujeres son otra cosa, pertenecen a otra categoría.
P.: ¿Partió de una idea total de la historia?
V.H.: No, no sabía que iba a escribir una novela, empecé escribiendo escenas sueltas y sobre Chiche Vespolini. Lo que me fue ordenando y me permitió que se convirtiera en algo más largo fue saber que tenía unos ejes y que iba a escribir alrededor de ellos: Chiche y la familia, los sorrentinos, y esas palabras que abren enigmas y sentidos, que remiten a los orígenes, que marcan una pertenencia. A partir de ahí fui tramando la novela. Y forma y contenidos surgieron uno del otro de modo intrínseco, casi orgánico.
P.: ¿Ahora que prepara?
V.H.: Cuando llegué a Suecia empecé a escribir algo que me fue acompañando, es algo muy distinto. Ya va a ir encontrando su forma.
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