¿Qué se siente al haber participado de un proyecto político que fracasó y del que no parecieran quedar más que críticas? A partir de esa inquietud, Javier Argüello buscó saber qué era “Ser rojo” (Random House) en la experiencia vital de sus padres. Argüello, un argentino nacido en el Chile de Salvador Allende, reside en Barcelona. Es una de las figuras destacadas de la literatura en habla española, y entre sus libros está su consagratoria novela “A propósito de Majorana”. En su breve visita a Buenos Aires dialogamos con él.
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El novelista Javier Argüello se hace la pregunta por el ser (rojo)
El narrador argentino, nacido en el Chile de Allende y residente en Barcelona, concreta una ficción de desencanto y una crónica familiar.
Periodista: “Ser rojo”, ¿ es una reflexión política basada en hechos reales, la novela familiar de un escritor o una confesional literatura del yo?
Javier Argüello: ¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? Si tiene sentido es ficción, porque la realidad no lo tiene. Si tiene sentido, alguien se lo dio; los hechos sueltos no tienen ningún sentido. En “Ser rojo” no inventé nada, en ese sentido es no ficción. Se supone que la novela es un género de la ficción, pero eso está muy desdibujado, la literatura del yo trazó un nuevo límite.
P.: Buscó alejarse de “A propósito de Majorana”, su novela sobre ese genial físico cuántico extrañamente desaparecido…
J.A.: “Ser rojo” no está alejado, también tiene la idea de que la realidad se construye. Pareciera que hablar de física y de comunismo no tiene nada que ver, para mí sí. La física muestra que una partícula no es importante, lo que importa es el sistema que tiene con otras. Si la realidad es un constructo dejemos de quejarnos de la realidad, veamos como la estamos construyendo. Por tanto, no cambiemos el mundo, cambiémonos a nosotros que somos quienes construimos el mundo. Vuelvo de otro modo a la teoría cuántica.
P.: ¿Cuál fue el punto de partida?
J.A.: Preguntarle a mis padres por qué no estaban resentidos con un proyecto social y político que fracasó, qué les había pasado con los sueños rotos de una generación. Me contestaron: no estamos resentidos porque no tenemos con quién. Quise entender cómo fue su vida y de paso entenderme a mí mismo, uno se entiende a través de los otros, aunque ese no era el objetivo.
P.: Hay algo romántico en el encuentro de sus padres, el chico pobre y la chica rica en la proa de un barco…
J.A.: Sí (ríe) Titanic… A mi padre (Omar José Argüello), que estudiaba sociología y pertenece a la primera camada de sociólogos de la UBA, en 1959 lo envió el Partido al Encuentro de Juventudes Comunistas en Viena. A mi madre, sus tías la mandan a que conozca Europa.
P.: La historia de su padre es una novela de Dickens…
J.A.: Nació en un pueblito de la Provincia de Buenos Aires que tenía dos calles de barro. Eran muy pobres. Su destino era ser peón de campo. Había ido hasta tercer grado. Un día pasa una mujer y le dice a mi abuela: este chico es medio inteligente, ¿no quiere que siga estudiando? Y así fue cómo mi padre se fue a vivir a Lanús con esa señora, portera de una casa de niños pobres, y su hijo. En verano volvía a visitar a su familia.
P.: ¿Esa experiencia lo llevó a identificarse con las ideas comunistas?
J:A.: Esa experiencia lo llevó a desencantarse. Su afinidad no era ideológica sino de la realidad concreta. Los que hablaban eran ideólogos y no gente de la baja clase social, y él partía de lo real para pensar las teorías.
P.: Sus padres participaron de la asunción de Salvador Allende en Chile.
J.A.: A mi padre lo habían recomendado para un posgrado en FLACSO y Ricardo Lagos, que era él director general, le propuso dirigir la carrera de Sociología. Era la época de la Unidad Popular, y estaban muy felices de vivir ese acontecimiento. Así es como yo nací en Chile. Mi padre pasó a trabajar en las Naciones Unidas, eso nos permitió escapar de dos dictaduras, la de Chile y la de Argentina, y viajar por el mundo.
P.: Por el lado es la pudiente familia materna, es sobrino de un premio Nobel…
J.A.: Más que la riqueza era la cultura. No daban importancia a esas cosas. Mi tío, Manuel Mora Y Araujo, cuenta que sus tíos, Miguel Ángel Asturias y Blanca Mora y Araujo, lo llevaron a un Festival Literario en África, y le presentaron a Neruda. El poeta le dice tienes que ir a ver tal cuadro en tal museo. A partir de ahí Manolo se pasa pidiendo ir adonde lo mandó Neruda, hasta que Asturias le dice olvídalo, Pablito dice cualquier cosa a los chicos. No se daba importancia a la condición alcanzada, el ser escritor, en sí se va bien o se va mal porque la idea no era el negocio. Yo me encuentro en mi padre que salía de las Naciones Unidas para ir a jugar al fútbol en la comuna de Pudahuel, en mi abuelo, periodista deportivo, que se hizo peronista renunciando a las ideas de familia, que gustaba del boxeo, el fútbol y las charlas con colegas.
P.: “Ser rojo”, ¿remite a planteos de Camus, Todorov y David Rieff de la necesidad de volver a un humanismo racionalista?
J.A.: Hay que enfrentar la crisis de los sistemas que creímos los mejores. Y hay miedo por lo que se viene. No hay decepción de las ideas, hay decepción del ser humano, La idea de preocuparnos por los intereses de todos por sobre los individuales es viejísima, ya Confucio planteaba la mancomunidad. Si fracasó el intento de la utopía comunista eso no significa dejar de pensar en el ideal del bien común, en que el ser humano puede ser mejor y estar mejor. La propuesta no es política, es pensar en lo que hay que hacer para no hundirnos. Ser rojo nada tiene que ver con banderas revolucionarias sino en retomar ideales del humanismo, de la empatía como única salvación en un mundo que se balancea peligrosamente hacía el caos social y la anomia moral.
P.: ¿En qué anda ahora?
J.A.: En “Cuatro cuentos cuánticos”, que aparecerá a principios de 2023.
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