Cuando «Competencia desleal» se estrenó en Italia, en la Argentina aún regía la convertibilidad, Ettore Scola no había anunciado su retiro del cine, Jean Claude Brialy (que aquí interpreta al nonno Mattia) aún vivía, en Europa el modelo de coproducciones de género continuaba más o menos vigente, y los productores todavía eran sensibles a los ecos del éxito y la controversia que había dejado Roberto Benigni, saltando con su Oscar en la mano sobre las butacas del ya abandonado Auditorio Shrine de Hollywood.
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Más cercana a «La vida es bella» que a «Un día muy particular», su recordado drama de cámara sobre dos melancólicos excluidos por la luz del fascismo victorioso en Roma, cuyas voces sólo se oían al fondo, «Competencia desleal» es una comedia triste, sin el humor desbocado de Begnini aunque tampoco la intensidad dramática de los grandes films de Scola, como «Nos habíamos amado tanto» (y, desde ya, sin la desmelenada magnificencia de Fellini en «Amarcord», cuyo tono para capturar los arrabales sentimentales de aquella época habrían sentado bien aquí).
El libro opone, siempre al borde de la macchieta, a dos personajes antagónicos que po-seen tiendas vecinas: Umberto (Diego Abatantuono) es el sastre pequeño burgués orgulloso de su tradición, calidad y conducta; Leone (Sergio Castellitto), también se pretende sastre aunque para su rival no es más que un tendero astuto y aprovechador, siempre dispuesto a recurrir a la triquiñuela que tenga a mano para arrebatarle los clientes. Capuletos y Montescos en tono muy menor, el hijo mayor de uno se enamora de la hija del otro, aunque entre ambas familias también existe una relación que trasciende la caricaturesca batalla. El detalle distintivo es que la familia de Umberto es católica, y la de Leone judía.
La llegada de Mussolini, y más tarde el establecimiento de las leyes raciales que terminarán por confiscarle propiedades y negarle permisos de trabajo a los judíos, exceden a tal punto los deseos de Umberto que, sólo entonces, la conducta habitual hacia su ventajero vecino terminará cambiando. Allí también está su propio hermano (Gérard Depardieu, en un papel irrelevante y sólo calzado a la fuerza por las exigencias de la coproducción), un profesor de buena conciencia que discurre sobre las penurias de la época. Scola es un buen viñetero y eso lo mantiene en «Competencia...»: desde la mirada de los hechos a través del diario de un chico hasta las pinturas de los jovencitos orgullos, con las flamantes camisas negras, y la tristeza y el miedo reflejados en los ojos de quienes debían treparse a los camiones con destino incierto. Pero no mucho más.
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