6 de mayo 2009 - 19:22

Gran Torino

«Gran Torino» aparenta ser un ejercicio de distención, de bajo costo, apoyada en viejos guiños de Clint Eastwood, y quizá por eso mismo llega tanto a los jóvenes como a sus seguidores históricos.
«Gran Torino» aparenta ser un ejercicio de distención, de bajo costo, apoyada en viejos guiños de Clint Eastwood, y quizá por eso mismo llega tanto a los jóvenes como a sus seguidores históricos.
Todavía andan los Torino, motor Tornado, aguantadores, eficientes, elegantes, y populares. Símbolos de una época. Nuestro personaje tiene uno modelo 72, reluciente, su orgullo. Él mismo participó en su construcción, cuando era obrero automotor. Los fanáticos de la marca van a verlo un poquito. Está ahí en el garage, como un desafío. Hay que ganarse el derecho de acceder a él. Y a lo largo de toda la película verán otro Gran Torino, otro símbolo, con las mismas virtudes. Van a ver a Clint Eastwood.

Carraspea y anda más despacio, pero sigue siendo un grande. Comparada con «El sustituto», su nueva película aparenta ser un ejercicio de distención, de bajo costo, sin mayor elenco, apoyada en viejos guiños del actor con sus seguidores. Pero, quizá por eso mismo, llega tanto a los jóvenes como a quienes lo conocen desde la serie «Cuero Crudo», crecieron con él, y a veces hasta quisieron imitar su autocontrol, su modo de pararse frente a los dramas ajenos e intervenir en el momento justo y en la medida justa.

Aquí representa a un viejo americano de suburbio, hijo de polacos, de los que izan la bandera en el porche de sus casas, enfrentado con la edad, la familia, y sus vecinos orientales, que sólo esperan que se mande a mudar. Justo él, que estuvo en la Guerra de Corea. Es cierto. Pero recién ahora empieza a conocer a los orientales. Al comienzo, el film combina cuadro de costumbres (el viejo acaba de enviudar, los hijos quieren mandarlo al asilo, etc.), comedia (rezonga y hace burlas como Popeye) y western (interviene justo a tiempo frente a las bandas juveniles que molestan a sus vecinos). Después viene el drama.

La historia no oculta su intención, ni su pre-visible resolución, ya que enseguida vemos que se llevará mejor con los extraños que con los hijos, y con el pibe de los vecinos que con sus propios nietos (gracioso, y bastante justificado, el fastidio que le causa la nieta adolescente). Pero esa previsible resolución tiene un giro inesperado, que convierte al supuesto ejercicio menor en reflexión mayor, cercana a la parábola, sobre los antiguos valores y los actuales desvalores, la comodidad y la conciencia (para eso está el insistente curita de la parroquia), la pertenencia y la inclusión, la responsabilidad y el sacrificio, y hasta la obligación del americano como hombre moral. El desenlace es inesperado y muy significativo. Y todo está expuesto de modo sencillo y contundente, a nivel popular, y suena como si acá hiciéramos algo así entre un tipo que anda con la camiseta de la selección, y sus vecinos bolivianos, por ejemplo. Pero no lo hacemos.

En su primer discurso presidencial, Obama recordó una máxima de George Washington: «Esperanza y Virtud». Sobre ambas hablan las dos últimas obras de Clint Eastwood. Que, curiosamente, es militante republicano (y hasta fue alcalde de un pueblo por ese partido).

Dejá tu comentario

Te puede interesar