«La visita de la banda» (Bikur Ha-Tizmoret, Isr.-Fr.EE.UU., 2007, habl. en árabe, hebreo e inglés). Guión y dir.: E. Kolirin. Int.: S. Gabai, R. Elkabetz, S. Bakri, E. Sheety, K. Natour, S. Abraham, A. Karen, R. Matatov.
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El comienzo de esta comedia melancólica nos informa que una vez una banda de música de la policía egipcia tocó en la inauguración de un centro cultural árabe en Israel. «Pocos lo recuerdan. Quizá no fue algo importante», dice, más o menos, el comentario. Quizá ni siquiera ocurrió, pero así empieza la historia: el chofer de una combi pone un globo en el asiento del acompañante, para no llevar a nadie, ocho músicos esperan ser recogidos por quienes los invitaron, y ahí los olvidaron, otra gente los ningunea, y, en la ventanilla de pasajes, la pronunciación del trompetista hace confundir Petah Tikva, al norte de Israel, con Beit Hatikva, en el desierto del Neguev. Y ahí van nuestros músicos, tratando de conservar la compostura. En verdad, parece que por ahí no existe ninguna población con ese nombre, pero el director la inventa, porque es un nombre lindo, algo así como Casa de Esperanza. No lo parece, más bien es un rejunte de monoblocs con una plaza seca en medio de la nada, pero por suerte hay un restaurantito cualunque, atendido por una cuarentona que sueña con Omar Sharif. Los egipcios están perdidos en país ajeno, el pueblo está perdido en el mapa, y están esa mujer, un infeliz bonachón que se lleva mal con su mujer, otro que espera todas las noches un llamado de la novia, y uno más, feo el pobrecito, que no sabe cómo tratar a las mujeres, y el más piola de la banda se lo explica sin una sola palabra, en una escena deliciosa, que transcurre en la mísera discoteca del pueblo.
Sasson Gabai, el protagonista, interpreta al oficial director más solo, triste, y digno que alguien pueda imaginar, bien diferente del Moussa que hacía en «Rambo III». La exacta Ronit Elkabetz confirma el nivel actoraly sensual con que nos atrapó en «La mujer de mi vida». A señalar, también, dos israpalestinos, Saleh Bakri, que hace de alejandrino langa, y el rubio Khalifa Natour, el infeliz que, charlando con un aspirante a compositor, se inclina por una sinfonía apacible, calma, nada de gran finale a toda orquesta. Y eso es precisamente lo que hace el director, el debutante, buen observador y buen humorista Eran Kolirin, que viene de la televisión, pero hace un cine que parece descendiente lejano de Jacques Tati, sobrino directo de Aki Kaurismaki, y primo hermano de los uruguayos Stoll y Rebella, un cine calmo, sencillo, bien compuesto, de apuntes amables sobre simples desangelados, donde parece que no pasa nada, y lo que pasa «quizá no fue algo importante», pero, en este caso, deja pensando mucho, porque el pueblo, la banda, la historia, son pequeños, pero lo que ahí se presenta tiene un trasfondo enorme.
Un solo reclamo: la falta de subtítulos para las dos canciones egipcias que, muy fugazmente, pero con mucho sentimiento, se cantan en la película.
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