15 de octubre 2020 - 00:00

Jeanmaire: sobre la pesadilla de las guerras reales e imaginarias

Federico Jeanmaire presentó su última novela: "Wërra". Un género, el bélico, casi nunca tratado en nuestras letras, aunque de una forma cruzada con otros registros.

Federico Jeanmaire. En Francia, junto a la estatua de Jacques Tati.

Federico Jeanmaire. En Francia, junto a la estatua de Jacques Tati.

Federico Jeanmaire, invitado por la Maison des Ècrivains Ètrangers de Saint-Nazaire a una estadía de labor narrativa en ese lugar de Francia, salió de paseo y se encontró con una placa con una larga lista de nombres de caídos en una batalla. De pronto se vio ante la ceremonia que recordaba aquel hecho, empezó a tener las más diversas imágenes de guerra, y así fue como empezó a escribir “Wërra”, que acaba de publicar Anagrama. Jeanmaire, licenciado en Letras, profesor universitario, especialista en el Quijote, lleva publicados más de veinte libros que lo destacan en nuestra narrativa.

Periodista: “Las guerras son una mierda encantadora” escribe en “Wërra”.

Federico Jeanmaire: Eso está en un capítulo en que hablo de mi abuelo. Mi abuelo era escultor pero para vivir puso una fábrica de soldaditos de juguete. En todo el libro hay un juego de la realidad de la guerra, que es una mierda, y la representación épica, heroica, de la guerra que va preparando a los potenciales integrantes de un ejército futuro. “Wërra” juega con representaciones de guerra y la guerra real. Cuento, con detalle, la batalla de la Operación Chariot que ocurrió en el puerto de Saint-Nazaire el 28 de marzo de 1942. Eso lo cruzó con la serie “Combate” de mi niñez, los soldaditos de mi abuelo y las fotos que tomó la propaganda nazi al día siguiente de aquella batalla. Cuando se enfrenta lo representado y lo real se ve que la guerra es una mierda que, culturalmente, se vende como algo encantador. Los ejércitos van a la guerra drogados. Los persas, los griegos, los romanos, los vikingos. En la Segunda Guerra Mundial con anfetamina, en la Primera con heroína, de ahí el nombre de heroína. Eso se le esconde a la gente. No se dice que se droga a los soldados para que se animen a ir a pelear, sólo hay héroes que mueren contentos porque están defendiendo a su patria, y no es así.

P.: Usted recupera un género literario que viene del fondo de los tiempos, que va desde la Ilíada a Vonnegut, pasando por el Quijote.

F.J.: Puse un par de capítulos sobre el Quijote. Hay todo lo que se me pudo ocurrir, todo lo que me permitió dar mi visión sobre la guerra. No es una novela de guerra porque busqué contar una batalla de una forma no épica. Pongo en duda los registros posteriores a la batalla. Resulta increíble que el comandante del barco británico que se estrella en el puerto francés tomado por los nazis, tomado prisionero, cuando el comandante alemán le pregunta qué perdieron tantas vidas para esa pavada, ahí el barco explota, y el inglés dice: para eso. Es la ficción heroica de una realidad que no pudo existir, por el diálogo junto al hecho, porque ahí murieron 400 alemanes.

P.: En “Wërra” hay un relato personal, el descubrimiento de un lugar de Francia desde una mirada argentina...

F.J.: Es la mirada sarmientina de ir al lugar de los poderosos y mirarlo desde la Argentina. Acaso por eso digo que hice un libro, como le decía Marguerite Duras a sus últimas obras, no me sale decirle novela porque cruzo muchos géneros, aunque como la novela ya es cualquier cosa podría ser una novela. “Wërra” cuenta a cada instante cómo se va produciendo como libro. Y la mirada argentina se me imponía cuando me duchaba y pensaba acá se duchó Saer, acá se ducho Piglia, en esa mesa escribieron.

P.: Entre nosotros, con tantas batallas, no hay literatura de guerra, salvo con Malvinas, con “Los Pichiciegos” de Fogwill, que también está en “Wërra”.

F.J.: Mitre tiene algo sobre la guerra con el Paraguay. Lo de Fogwill, ¿hasta qué punto cuenta de la guerra? Los argentinos debemos tener un problema con las guerras que nos lleva no poder escribir sobre eso. Debe pasar en muchos lados. En Saint-Nazaire la placa sobre lo ocurrido es una lista de los muertos, la inicial del nombre y el apellido, un recuerdo mínimo de chicos de 20 años que murieron ahí.

P.: Usted acaba de revelar el enigma del nombre que da a cada capítulo del libro.

F.J.: El lector lentamente va descubriendo que hago un homenaje a esos chicos que murieron cuando empezaban a vivir. Los viejos que deciden la guerra no mueren.

P.: Otro enigma es por qué su libro se llama wërra.

F.J.: Eso se encuentra al final. Wërra no era la palabra guerra en el protoalemán, era el grito del ejército germano cuando atacaban a los enemigos. Gritaban wërra y atacaban. Me impresionaba eso, el miedo que debe haberle dado a los enemigos que todas las lenguas romances toan la palabra de ahí. Y no es la palabra en alemán. La palabra es alemán es krieg. Lo que quedó en alemán es la raíz en wêrren, para calificar una manifestación donde hay quilombo. Es lo que queda en alemán, mientras en las otras está war, guerre, guerra.

P.: Junto a este libro hizo una novela por entregas en un diario de la web.

F.J.: Es “Lo que resta de la vida”. Siempre quise hacer una novela por entregas, es mi amor por Sarmiento, y se me dio. Es parte de una trilogía que incluye “Wërra” sobre la guerra, “Lo que resta de la vida” sobre la muerte, y ahora estoy trabajando una sobre el amor, “Una íntima del amor masculino”, hablo sobre las cosas que me importan realmente. El sobre el amor me está costando más que el resto. Son libros cruzados por todos los géneros que muestran cómo los escribo.

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