4 de mayo 2009 - 19:14

La culpa es de Fidel

«La culpa es de Fidel» es una interesante revisión de las relaciones familiares, con excelentes niños actores y apuntes valiosos no sólo para los que vivieron (y sufrieron) en los 70.
«La culpa es de Fidel» es una interesante revisión de las relaciones familiares, con excelentes niños actores y apuntes valiosos no sólo para los que vivieron (y sufrieron) en los 70.
Al comienzo de esta historia, ambientada entre 1970 y 1973, la pequeña protagonista, muy seriecita, impone a sus coetáneas el aprendizaje de los buenos modales. Deben saber cómo se pela correctamente una fruta, con tenedor y cuchillo. El ambiente es hermoso, amplio, toda gente bien, de buen vestir, todos parientes, etc. Pero más adelante, también muy seriecita, es ella la que debe aprender algo. Un muchacho barbudo y mal vestido le impone una noción básica sobre el reparto equitativo de los bienes. Lo hace partiendo una fruta similar simplemente con las manos. El ambiente es chico, encerrado, y los tipos que hay a su alrededor también son barbudos feos, desconocidos, que han ido a parar a su casa. Para colmo, los padres no están. Lo que aquí se expone es, precisamente, la incómoda experiencia de una criatura de nueve años, que ya tiene sus hábitos formados, cuando sus padres se meten en política y cambian de casa, de nivel económico, de amistades, y encima le anulan sus amadas clases de religión, le imponen ir a una manifestación, le cambian continuamente de niñera. Así reemplazan a una exiliada cubana que odia a los castristas, por una refugiada griega víctima de los coroneles y una vietnamita que huye del napalm, asunto que a la nena la tiene sin cuidado. Ella vive su natural etapa de egoísmo infantil, es conserva-dora, como todo niño en ciertos asuntos, detesta que le impongan las cosas, que el papá le diga reaccionaria, y facho a Mickey Mouse, y que ronden cerca suyo los comunistas, esos rojos barbudos, según la niñera, «que quieren nuestra casa, nuestros bienes, y tus juguetes», según la abuela, dueña de un lindo viñedo en Burdeos.

Datos a destacar: el padre, abogado, no admira a Fidel, sino a Salvador Allende, la madre pasa de escribir en «Marie Claire» a recopilar testimonios favorables al aborto, entonces ilegal en Francia, y la acción transcurre entre la muerte del general De Gaulle, que entristece al abuelo, y la del doctor Allende, que entristece al padre. Para cada hombre, es el final de un sueño. Para la niña, es la posibilidad de abrirse a las complejas realidades del mundo. También colaboran en ello la mousakka, el arroz cantonés, y las charlas a veces trabajosas con tantos extraños que le invaden la casa.

Interesante y sentida revisión de las relaciones familiares, extensible a cualquier época y signo ideológico, con una excelente pequeña actriz, Nina Kervel, un chiquito muy natural, Benjamin Feuillet, y muchos apuntes valiosos, no sólo para quienes de alguna u otra manera vivieron o sufrieron los 70. Lástima, el tono un po-quito monocorde del relato, que también se transmite a la criatura. Debut de Julie Gavras, directora, Sylvie Pialat, productora, y ascenso actoral de Julie Depardieu, en el rol de la madre, todas hijas de famosos, lo que hace suponer un costadito autorreferencial, aunque no tan grande como el de la autora de la novela original, Domitilla Calamai, que en su «Tutta colpa di Fidel» ajusta cuentas con el período 1968-72, con el padre que pasó de ingeniero a activista sindical, y con su simpática abuela franquista, que le enseñó a pasar las vacaciones en Mallorca (dicho sea de paso, la novela tiene mayor sentido irónico).

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