«Taco» Larreta es el anciano moribundo de «La ventana», film sensible, despojado y abierto de Carlos Sorín que dice mucho más de lo que parece.
Amanece en una casona de campo. El viejo tuvo un ataque cardíaco y ahora está esperando al hijo, con quien no se habla desde hace años. Las mujeres de la casa lo atienden, el médico pasa a verlo, el viejo se escapa un rato por el campo, el hijo llega. No mucho más, pero todo con tanta sensibilidad, sencillez, pudor, belleza, y riqueza de contenidos, que emociona. La nueva película de Carlos Sorin es simplemente eso, pero no sólo eso.
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En principio, es la vida, captada con la sabiduría que da ella misma, según pasan los años. Es la capacidad de hallar y mostrarnos el sentimiento justo que ronda la cabeza del anciano, la aflicción respetuosa, maternal, y activa de las mujeres que lo cuidan, las diferentes miradas de los hombres que entran a la casa, la alegría de un niño que acaso sea un recuerdo llevado por el viento (antológica escena), la buena voluntad de un par de jovencitas, el recuerdo nebuloso de otra, que vuelve protectora desde la lejana infancia, la ironía de las ilusiones, las señas del descuido, el deterioro, el fin del día.
Es la levedad, la melancolía llevadera, el humor dulce y provinciano de Chéjov, su certero, cordial, y dolido retrato de las gentes. Es el parentesco lejano con historias similares de Saura o Sokurov, pero bien lejano, porque acá no hay desazón ni oscuridad, sino sonrisas y piedad. Es la reversión mejorada de dos líneas de un cuento de Carver.
Es el sedimento de una película que Bergman rodó con Víctor Sjostrom ya octogenario, y que comienza diciendo, como a cámara, «Anoche tuve un sueño extraño». Pero aquel sueño era espantoso, y obligaba a pensar a dónde iremos. El de la película de Sorin, soñado por otro octogenario, «Taco» Larreta, es como un abrazo tierno que nos hace pensar de dónde nos vienen los recuerdos.
Así es «La ventana». Una obra despojada, abierta, para que cada espectador se asome por su cuenta, y que dice mucho más de lo que parece, y moviliza y sugiere y acaso reconcilia a cada uno consigo mismo y con los ciclos de la vida. Habrá quien no pueda tolerarla. Habrá quienes la agradezcan, y la vuelvan a ver, porque también es de esas que descubren cosas nuevas cada vez que uno vuelve a verlas, o conversa sobre ellas. Vale la pena, en todo sentido, y en cada detalle.
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