9 de septiembre 2008 - 00:00

Terapia ingeniosa, música espléndida

Marcos Mundstock, Jorge Maronna, Daniel Rabinovich, Carlos López Puccio y CarlosNúñez Cortés en una escena de «Lutherapia», su nuevo espectáculo.
Marcos Mundstock, Jorge Maronna, Daniel Rabinovich, Carlos López Puccio y Carlos Núñez Cortés en una escena de «Lutherapia», su nuevo espectáculo.
«Lutherapia». Espectáculo de Les Luthiers. Con D. Rabinovich, M. Mundstock, C. Núñez Cortés, J. Maronna, C. López Puccio (Gran Rex.)

En estos tiempos de terapeutas mediáticos, que recuestan a famosos en la televisión, la disciplina creada por el profesor Freud empieza a parecerse a un personaje luthierístico del pasado, la Duquesa de Lordbridge, aquella cuyos encantos no habían disminuido con los años sino que habían desaparecido.

Pero, pese a la competencia de humor de hoy día, cuando Johann Sebastian Mastropiero no sólo está más vigente que nunca sino que parece haber tomado el poder, no hay oficiantes más sabios que Les Luthiers -privilegiados herederos de la cultura que sobredimensionó las aventuras del inconciente- para que, en su nueva creación «Lutherapia», se carguen desde el comienzo la relación paciente-analizante.

El compositor Ramírez (Daniel Rabinovich) va a iniciar una terapia con el doctor Murena (Marcos Mundstock), que no será «cara a cara» sino «cara cara». «Quiero que se recueste y que le recueste» ordena la cavernosa voz de Mundstock. Un comienzo realista, casi naturalista.

Ese «análisis», originado en la imposibilidad de Ramírez de escribir un ensayo sobre la «influencia del estructuralismo epistemológico en la música de Mastropiero», es la base de un espectáculo en el que, con el ingenio conocido y reconocido (y hasta con un plus de mayor buceo en los juegos de palabras), Les Luthiers visita una vez más géneros musicales ya parodiados, como la ópera, el jazz, el oratorio, el vals o la galopa paraguaya, además de incorporar, entre los varios hallazgos de «Lutherapia», una especialidad musical menor pese a su democrática universalidad: el tarareo, aquí definido como «tarareo conceptual».

Los fieles al grupo identificarán de inmediato algunas variaciones. Por ejemplo, en el primer número («El cruzado, el arcángel y la harpía»), cuando los temerarios cruzados deben sortear el hechizo del Hada Bicisenda y llegar al castillo del sultán Saladino, un guardia les impide el paso. Uno de ellos lo quiere sobornar y, ante el escándalo de los otros, se retracta. Era un error: no había entendido que era guardia de Saladino sino «guardia argentino».

No es usual en Les Luthiers esa identificación tan directa (antes hablaban de la República de Feudalia), como tampoco lo es escribir, como base para su delirada cumbia en la Universidad de Las Hormonas, una letra con nombres de filósofos reales y no imaginarios.

Los fans también detectarán otras sutiles modificaciones. En «Lutherapia» se recrea «Pasión bucólica», el admirable dúo de las viejecitas Rosarito y Clarita interpretadas por Núñez Cortés y Maronna, que ahora termina de otra manera (siempre se había sospechado la infidelidad del Arnolfo, lo que se confirma después de 20 años).

Lo que no cambia, por fortuna, es la inagotable capacidad del conjunto por sorprender con sus estrambóticas creaciones musicales: el número «Rhapsody in balls», jugado por el mismo dúo (a propósito, el crecimiento escénico de Maronna, que siempre estuvo como en segundo plano, es notable), se llevó una ovación la noche del sábado, que seguramente se repetirá en cada una de las funciones.

La obra está apoyada en un ensamble de piano y bolarmonio, el nuevo instrumento creado por el grupo, que es como otro tubófono cromático pero con pelotas naranjas como salida. Si ya no sorprende la perfecta sincronización de tiempos entre Núñez Cortés y Maronna, lo que sí entusiasmó más al público fue la estupenda sonoridad lograda por esas pelotas cantarinas.

«El flautista y las ratas», otro de los aciertos del espectáculo, explora desde el «rataplán» percusivo la leyenda de Hamelin, pero invertida, y -mientras la terapia de Ramírez se va acercando hacia su demoníaco desenlance-, Les Luthiers cierra su espectáculo con «El día del final», divertida variación sobre el tema del Anticristo en la que estrenan otro instrumento, la «exorcítara», de efectos más visuales que plenamente sonoros. El bis, «juera de programa», es el gato «El explicado», en el que el gaucho ya no vive en un petit hotel, como antes, sino en un loft. Los tiempos cambian.

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