27 de diciembre 2000 - 00:00

Competitividad y convergencia

A los males que aquejan a la Argentina hace ya varias décadas, desde hace más de dos años se les suma una recesión que el gobierno actual y el anterior han sido incapaces de reducir. Una cohorte de expertos vigila la performance de la Argentina, normalmente en representación de los intereses de los acreedores.

A principios de la década de 1990 la administración económica renunció a la política monetaria como instrumento, sin haber logrado articular una política fiscal sustentable. La opción por la estabilidad, que dominó el período poshiperinflacionario, pierde apoyo aceleradamente. Hay fatiga del ajuste y es comprensible que el hombre de la calle culpe al régimen económico que lo rige por los males que sufre.

Ajuste y globalización

Si bien la palabra globalización surgió en la década de 1980, no se trata de una idea nueva sino que se remonta a los albores del capitalismo mercantil, que iniciaran los estados europeos con el descubrimiento de las rutas a las Indias. Por la volatilidad ínsita en la interpenetración acelerada de los mercados del di-nero y el crédito con que se alimenta, podría revertirse aceleradamente. Pero es improbable: la Internet, por ejemplo, duplica su volumen económico cada nueve meses. No constituye un proceso de homogeneización total; es decir, las economías pueden subirse al cambio sin uniformar íntegramente sus modos de hacer negocios.

El comercio libre es un paradigma que nos permite analizar ordenadamente los costos y beneficios del movimiento irrestricto de los factores de la producción para poder tomar decisiones informadamente. La evidencia empírica confirma que los países más abiertos al comercio internacional tienden a ser más prósperos. Lamentablemente, la teoría del comercio libre no se corresponde con la realidad internacional, en la que miles de acuerdos y normas discriminatorios resultan del proceso político interno de miles de jurisdicciones de diferente nivel. El comercio es una estructura secundaria del ordenamiento internacional, dependiente de las primarias del poder y la seguridad, la información y la tecnología, el dinero y el crédito. Es deseable y conveniente que la Argentina comercie más y mejores productos, con la mayor cantidad de jurisdicciones del mundo y con el menor número de restricciones posible. Pero también es necesario asumir responsablemente los costos de las decisiones de apertura.La idea de convergencia refleja el grado de aproximación de las políticas de una economía nacional con la economía mundial. Hoy como ayer, la prosperidad de las naciones se construye poniendo en movimiento las ventajas comparativas de que disfrutan. Por sí solos las ventajas comparativas y el equilibrio de las variables macroeconómicas no aseguran la competitividad ¿Por qué? Porque es la productividad lo que en definitiva determina la competitividad. Pero, además, hay que poder vender, hay que saber vender, hay que querer vender y también hay que comprar.

Cuestión central

La productividad es reflejo tanto de los precios a que un país puede colocar los bienes o servicios que vende cuanto de la eficiencia con que los produce. La cuestión central del desarrollo económico es cómo incrementar de modo sostenido el nivel de productividad. La abundancia de recursos naturales, la disponibilidad de mano de obra ba-rata o la proximidad a los mercados compradores ya no determinan la riqueza de las naciones. Es la organización de la economía, el desempeño de las instituciones públicas, el perfil de las inversiones, la calificación de la mano de obra y la articulación de redes informales de reciprocidad y cooperación lo que más contribuye al crecimiento. La principal tarea de gobierno en los próximos años es reducir al máximo las reservas de mercado y los bolsones de discrecionalidad guberna-mental. Es decir, los problemas de la economía pasan más cerca de la evasión tributaria, la fuga de capitales y las distorsiones del sistema económico y político interno que por las asimetrías del orden económico internacional.

El efecto más importante de la liberalización de los movimientos de capitales en las últimas décadas ha sido la nulificación progresiva de las ventajas comparativas tradicionales. Los inversores cuentan cada vez con más opciones para colocar su dinero y prefieren los países donde hay estabilidad institucional, donde se producen bienes y servicios de calidad, donde no hay monopolios escandalosos que tornan irrelevante el análisis de los proyectos. Es cierto que hay inversores más afectos al riesgo que otros, pero el costo del dinero en todos los casos varía en función de las experiencias del pasado, las percepciones actuales y las expectativas de futuro. Por eso, recurrir a manipuleos transitorios de los tipos de cambio, las tasas de interés, los subsidios sectoriales, las exenciones tributarias, el financiamiento concesional y otros regímenes promocionales discriminatorios, lejos de fortalecer la competitividad de largo plazo de los exportadores, termina siendo fuente de nuevas frustraciones. La respuesta, para poder enfocarnos más allá del horizonte de las crisis financieras es que las instituciones de gobierno aseguren un marco general de predictibilidad. No se trata de expresiones de deseos sino de invertir recursos ingentes en áreas prioritarias, como la justicia, la seguridad, la educación y la salud al mismo tiempo que se crea un ámbito propicio para que las empresas creen productos y procesos capaces de competir en el mundo.

El camino a recorrer

La Argentina ha pagado un precio muy alto por reordenar sus sistemas político y económico en las últimas dos décadas aunque sus instituciones siguen siendo lábiles. Sin embargo, desde el exterior se percibe que la Argentina se ha modernizado significativamente en ese período, que una nueva generación de empresarios argentinos dialoga sin complejos con el mundo del dinero y la tecnología, que las instituciones democráticas funcionan bastante mejor que en otros países de desarrollo socioeconómico semejante y que la población es renuente al canto de sirenas de los que pregonan salidas engañosas.

Para los responsables de la conducción económica las opciones de política son, lamentablemente, muy limitadas. Si toquetean los fundamentos económicos, salen disparados los prestamistas e inversores y aumenta el costo del dinero. Si aumentan los tributos o reducen los gastos públicos, se desencadena el fantasma de las puebladas. Podrán jugar a compensar la percusión de algunos impuestos, reduciendo la alícuota de los más gravosos y así mejorar la percepción psicológica de la carga tributaria en algunos sectores de la población pero la incidencia efectiva global no variará mayormente.

Al Estado ya no le queda nada sustancioso por privatizar, a no ser su propio territorio. Para colmo, los argentinos no hemos recibido beneficios conmensurables a los sacrificios heroicos que la mayoría de la población ha realizado en los últimos años. Países que no han llegado tan lejos en la apertura de sus economías ni en el ordenamiento de sus finanzas han sido apuntalados con préstamos, inversiones y garantías por decisión política externa, en contra de la ortodoxia teórica del riesgo moral, como en los casos de México en 1995 y Brasil en 1999. Nuestros mercados de exportación, a pesar de la retórica del comercio libre, siguen discriminando a nuestros productos tradicionales mediante barreras arancelarias y no arancelarias, otorgando subsidios a sus productores por cientos de miles de millones de dólares anuales. La realidad económica que enfrentamos es asimétrica e irreductible, pero es la única que existe.

Los dilemas que debe resolver la Argentina productiva son múltiples. Por un lado, las autoridades no pueden, por el tamaño de la economía y la deuda y por la disponibilidad de financiamiento, pretender un nuevo alivio del stock de endeudamiento. El costo de financiamiento es alto pero, si se paga el precio, está disponible. Hace dos décadas la deuda estaba concentrada en menos de 300 bancos acreedores; ahora está diseminada entre miles de inversores institucionales, a través de una miríada de títulos de diferente denominación, plazo, condiciones de amortización, costos y penalidades. Además, los acreedores ya castigaron parte de la deuda con el plan Brady de 1994, oportunidad que la Argentina desaprovechó para capitalizar intereses y seguir endeudándose. Las fuentes autóctonas de financiamiento blando (los bancos nacionales y provinciales de fomento) pasaron del abuso a la irrelevancia, con excepciones honrosas pero de volumen y know-how decrecientes. El Eximbank argentino sigue siendo un proyecto. Aunque el camino es el boom exportador, los regímenes promocionales, el financiamiento concesional o las exenciones tributarias no son opciones realistas; simplemente no se dispone de los recursos para implementarlos.

El modelo de crecimiento económico es México, una economía de tamaño similar a la argentina que se ha transformado en el último lustro en el primer exportador de Latinoamérica al mundo y en el primer exportador del mundo a los Estados Unidos. El tamaño, solidez y perspectivas de la economía estadounidense le permitirán a la superpotencia extender beneficios comerciales similares al resto del continente, sin impacto de significación en sus mercados internos. Comenzar a poner en marcha un Area de Libre Comercio de las Américas para la reunión de jefes de Estado y gobierno de América en Canadá en abril próximo y, más aceleradamente, extender el Tratado Norteamericano de Libre Comercio al cono sur del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay), es el camino a recorrer.

La Argentina es parte de numerosos acuerdos y organismos para el comercio, la inversión y la transferencia de tecnología, notablemente la Organización Mundial del Comercio y el Mercosur, así como de decenas de tratados de cooperación bilateral. No todos tienen la misma jerarquía y utilidad y los objetivos de cada uno son diferentes. Lo importante es no olvidar que el comercio internacional es un camino de doble mano y que el intercambio, más allá del movimiento de bienes, servicios, pagos e inversiones, también es el conducto natural para incorporar tecnología, prácticas e ideas novedosas en materia de investigación, desarrollo, diseño, comercialización, financiamiento, apoyo institucional y cooperación técnica. Todo lo que nos falta.


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