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¿Es la mejor instalación de 2006?
Su principal logro será generar una atmósfera particular. Algunos recuerdos en la mente de los visitantes apuntarán a hechos banales como insectos que pican cuando uno está en traje de baño o un determinado factor de protección solar. Cusnir hace uso de ese material anecdótico: ¿qué tipo de narración proponen en su cruce un pequeño helicóptero con vidrios polarizados, una serie de palmeras sintéticas, una pulcra reposera y algunos extraños objetos que la circundan; una cápsula incrustada en la arena, un revólver y un discman sin marca? Ponerse los auriculares y acostarnos sobre la reposera habilita una circunstancia de concentración perfecta. La isla funcionará como un fondo, un decorado sobre el que se proyectarán las historias y los recuerdos más disímiles. Se da una paradoja llamativa entre lo superficial y lo profundo. Dado que los objetos que Cusnir propone son tan acotados en referencias, el espectador se chocará con la mera superficialidad de estas cosas. Una reposera haciendo de reposera, un helicóptero como un helicóptero. Y si bien no hay mucho más que se pueda saber sobre cada objeto, la atmósfera que generan bajo la banda sonora que propone el discman es de una particular densidad.
En síntesis, el oportuno visitante se encontrará en medio de un gran médano de arena rodeado de un particular entorno sediento de narración. Entrar en el trabajo implica detenerse. Calzarse los auriculares, darle play al discman y pasar un rato en la reposera. Allí toda una serie de banalidades comenzarán a sucederse. Es difícil precisar en dónde radica la elocuencia en los trabajos de Ariel. Es posible que el universo presentado sea más idealista de lo que él cree y habite en estos trabajos una muy sutil y encantadora melancolía moderna.
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