14 de enero 2005 - 00:00

Guido Parisier: "Roma es como el escenario de un gran teatro"

Guido Parisier ama a Roma. Allá juega bridge con los mejores jugadores del mundo y tiene bien definidos cuáles son los lugares imperdibles de la ciudad.
Guido Parisier ama a Roma. Allá juega bridge con los mejores jugadores del mundo y tiene bien definidos cuáles son los lugares imperdibles de la ciudad.
Apasionado del bridge, Parisier en Roma es socio del Clubino en Linneo 2, donde juega extensas partidas con algunos de los mejores del mundo. Compartió alguna vez la mesa con Omar Shariff, «un jugador muy bueno y perceptivo». El restorán de Clubino lo tienta con un menú de cocina tradicional italiana, «fata in casa», donde sobresalen las pastas. En el andar por Roma, Parisier frecuenta Piperno, en el Trastevere, el barrio que está del otro lado del río Tiber. «Preparan el alcaucil de una manera única en el mundo. El secreto está en cómo limpian la planta.» En Piperno sirven el alcaucil entero que se come hoja a hoja hasta llegar al centro donde espera la flor, que guarda el éxtasis y el secreto del plato. Quien ama profundamente a Roma, debe tener una pizzería preferida. La de Parissier es La Sacristía, atrás del Senado. Sirven, en un enorme plato, una pizza finita de mozzarella y tomate, «como debe ser».

Las grandes noches de Roma para Parisier fueron las de los '70. Jackie O era la mejor disco de esa década y brilla hasta hoy con el eslogan «El mito continúa». Lleva el nombre de la viuda de John Kennedy unida a la inicial de su segundo marido. La noche top de Roma se completaba con La bella blue y Number One. La ciudad italiana le disputaba a Londres ser la ciudad más divertida de Europa.

Parisier ama a Roma. Por eso no se siente turista y no se aloja en hoteles, sino que alquila desde hace años en Piazza Morgana, atrás de Piazza Venecia, un departamento en lo que fue el palacio del príncipe Odelcasqui.

La decadencia familiar llevó a que la mansión del siglo XIX se transformara en un negocio inmobiliario y se fraccionara en departamentos. Parisier alquila siempre en la planta baja, donde una calle silenciosa, de tránsito automotor prohibido, lo separa de la plaza. Al frente, Angelino es para los huéspedes del Odelcasqui algo más que un buen restorán que hizo famoso Goethe, el máximo poeta alemán. Los pocos metros que separan a Angelino del palacio lo convirtieron, para algunos habitantes del edificio, en la cocina de su casa: piden la comida por teléfono y, raudos, los camarieri cruzan la calle y la sirven en su mesa. Un hallazgo que se aprecia más cuando reciben invitados.

Parisier prefiere los departamentos cuando viaja, porque pasó 20 veranos de su vida en el hotel Hermitage de Mar del Plata. Al negocio hotelero llegó de casualidad. Guido vivió de manera intensa su prolongada soltería. Se casó después de cumplir los 50 años. Esa libertad lo llevó una noche de verano de 1959 a Mar del Plata porque le entregaban un premio a una actriz con quien compartía muchas de sus salidas. No lo dejaron entrar a la fiesta de premiación en el Hermitage. Ofendido, al día siguiente se reunió con el dueño y le compró el hotel, aunque ésa no era su intención. Durante la charla escuchó la historia de un empresario en problemas que perdía dinero en un lugar muy conservador, donde predominaban los huéspedes con grandes apellidos, mucha edad y pocos gastos. Guido, que se dedicaba a la compra y venta de propiedades, dejó de lado su ego herido, pensó en el Palacio Odelcasqui de Roma e imaginó un gran negocio si fraccionaba el Hermitage y vendía sus habitaciones como departamentos. Cerró la operación, reunió el dinero y vendió muy rápido 36 de los 217 departamentos. Pero el hotel tuvo un fuerte despegue, se puso de moda en los más altos círculos sociales: comenzó a funcionar y a dar ganancias. A los tres años, el nuevo propietario sepultó su plan inmobiliario y recompró los 36 departamentos. El Hermitage funcionaba a pleno.

«
Por el hotel pasaron los grandes artistas de la época», recuerda Guido. Vittorio Gasman, Roberto Carlos, Alain Delon y Jean Paul Belmondo, el actor con quien mantiene una prolongada amistad. Belmondo no aceptaba dobles en sus películas, era ágil y arriesgado. Las escenas más peligrosas en clásicos de aventuras como «El hombre de Rio» o «El Magnífico», las interpretaba él mismo. Amaba el fútbol y jugaba de arquero porque su agilidad le permitía atajadas acrobáticas. Belmondo amaba la acción y las mujeres. Una noche en Mar del Plata unió las dos pasiones: hizo equilibrio en una cornisa del Hermitage, para entrar por la ventana a la habitación de una belleza casada.

El hotel era el centro de la actividad de Mar del Plata. Enero y febrero eran intensos. En abril cerraba para ser reacondicionado y, a veces, redecorado, para abrir en diciembre.

Parisier asocia esos años a una elegancia que ya no está en Mar del Plata. Recuerda que «
una noche el secretario del presidente de la República no pudo entrar a una fiesta en el salón Versalles porque no tenía corbata. El funcionario no aceptó que le prestáramos una corbata».

Otro detalle: en el hotel se organizaban ocho desfiles en cada temporada y no eran masivos, sino por invitación. En uno de los eventos, recuerda, se les hizo a todas las modelos un tapado de visón blanco, que no era parte de la creación del modisto, sino se utilizaron para buscar un efecto.

Los espectáculos eran de primer nivel. En el Hermitage cantó la italiana
Mina en su apogeo. Bailó y actuó el elenco del Moulin Rouge de París. Estuvieron Antonio Jobim, Vinicius de Moraes, el rockero francés Johnny Halliday y su mujer Silvie Vartan. El galés Tom Jones dio un show memorable.

Algunas de las amistades que Guido hizo en el Hermitage fueron sus anfitriones en otras ciudades del mundo. Recuerda las espléndidas comidas de
Jean Paul Belmondo en su casa. «Las mujeres que invitaba eran las más lindas de Europa, no terminabas de ver una y se te cruzaba otra

Más tarde, conoció al otro gran francés «for export»,
Alain Delon. «Es un gran conversador y tiene anécdotas fantásticas. Es un tipo de una vida tan agitada que siempre tiene historias a mano.» Del actor de la película « Los aventureros» y « Rocco y sus hermanos», recuerda una frase: « Los hombres tenemos la apariencia de la mujer que amamos».

La relación con el actor francés se profundizó en los años de Carlos Menem, ya que Delon tuvo una gran amistad con el ex presidente, a quien conoció cuando vino a visitar a Carlos Monzón en la cárcel. Guido, que presidió el
Instituto de Cinematografía en aquellos años, recuerda que por Menem dejó de lado el rechazo al peronismo que le venía desde muy joven.

Su padre,
Israel Parisier, en 1922 llegó de Francia, empobrecido por la Primera Guerra Mundial, instaló después de algunos años, una droguería. En un buen momento del negocio desarrolló un perfume que bautizó Eva. Era la primera presidencia de Perón y le obligaron a cambiar el nombre a su creación.

Tantas noches de Roma dejaron su enseñanza. Parisier abrió
Hipopotamus en Buenos Aires, frente al cementerio de la Recoleta. Su esposa, la arquitecta Mónica Caffarelli, la decoró con dos leones que miran al Valle de la Muerte en Egipto. El restorán y disco fue exitoso durante once años.

Hoy, Guido junto a Mónica siguen visitando Roma, la disfrutan, la aman, pero la pasión no es la de antes. «
La diferencia son 40 años, ahora es una ciudad absolutamente impersonal, como todas las grandes ciudades del mundo.» Algunas noches van a comer y bailar a «La bella blue» que sobrevivió al tiempo, pero no están los personajes de antes. A ellos hoy los visitan en sus casas. Otra gente hace la noche de Roma. No se equivocó quien la definió como «la Ciudad Eterna».

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