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Un lifting centenario: el Colón reabre con cara nueva

La consagración del Colón con ese carácter supuso la desaparición o transformación de otras salas, que antes de su edificación también rivalizaron por ese lugar: en primer lugar, el llamado «viejo Teatro Colón», que se alzaba en el solar que actualmente ocupa, en Plaza de Mayo, el edificio del Banco Nación, y no mucho después el Teatro de la Opera, sobre la actual avenida Corrientes, en el mismo sitio en el que se alza el Teatro Opera, que hasta no hace mucho tiempo funcionaba como cine. Por ejemplo, fue al Teatro de la Opera (y no al actual Colón, que por entonces estaba en construcción) donde concurrió, en 1905, el compositor Giacomo Puccini a la première sudamericana de muchas de sus más famosas óperas, como «Tosca» y «La Bohème».
Sin embargo, la monumentalidad y la belleza de la sala erigida, en tres períodos sucesivos, por los arquitectos Francisco Tamburini (1889-1891), Víctor Meano (1891-1904) y Jules Dormal (1904-1908), hicieron del actual Colón la sala lírica por antonomasia, provocando, con el paso del tiempo, la decadencia y desaparición de las rivales. Otro grave problema, por cierto, sólo subsanado en los últimos años con la aparición de sociedades operísticas privadas y el empleo del Avenida, el Margarita Xirgu o el Roma de Avellaneda, porque la monopolización de la ópera en un único teatro lírico, como ocurrió durante muchas décadas en el Colón, no le sirve a nadie, ni a los artistas ni al público.
Y bien: el Master Plan, como se ha denominado al proyecto encarado desde 2001 por la actual gestión en Buenos Aires, que le dará un rostro nuevo al Teatro Colón (escenario, vitrales, sala y foyer, fachadas, camarines, museo, salas accesorias, etc.) entró en su etapa definitiva, aunque aún faltan completarse muchos tramos. Uno de los arquitectos al frente del proyecto, Alvaro Arrese (director de Infraestructura), dice a este diario durante una reciente visita a las obras: «Nos hemos fijado sí o sí reabrir el Colón el 25 de mayo de 2008. Desde luego, hay muchos imponderables, incluyendo el clima, por supuesto. Pero, aunque aún faltaran completarse algunas cosas, nuestra meta es que el teatro se reinaugure esa noche, y que los detalles que aún faltaran se continúen a teatro abierto».
Más allá de las disputas que salieron a la superficie desde el inicio mismo de las obras, impresiona bien ingresar hoy al Colón en obras. En principio, lo que salta a la vista es la pureza del vitral cenital, sobre el foyer, que luce como nuevo tras la remoción y pulido de cada una de sus piezas. Del mismo modo, esa misma sensación se tiene con los sectores del salón dorado que ya han atravesado el proceso de refacción.
Desde luego, a su debido momento habrá de juzgarse si algunas de las críticas que se han hecho y continúan haciéndose son justas o infundadas. La más importante de ellas tiene, tal vez, una raíz semántica, ya que se habló de obtener una «acústica similar» cuando la que se pretende es «idéntica». ¿Sólo juego de palabras?
«Hasta los materiales de los que internamente están compuestas las butacas, sus resortes, etc., cumplen con un papel en la resultado acústico de la sala, y todo eso quedará salvaguardado», asegura la arquitecta Sonia Terrero, directora del proyecto, antes de conducir a los visitantes a uno de los espacios que más orgullo le produce: la refaccionada sala del CETC (Centro de Experimentación del Teatro Colón), bajo cuyas arcadas y laberintos se verán las expresiones más audaces del repertorio musical contemporáneo.
Por supuesto, los más nostálgicos (una especie en extinción, posiblemente), no resistirán la idea de que el telón tradicional del Colón pasará a cuarteles de invierno. Terrero lo explica: «En principio, hay que recordar que ese telón tampoco fue el original del teatro, sino bastante posterior a su inauguración en 1908. Y luego, hay que ser realistas: la excelente buena voluntad de los empleados del teatro hizo que el actual telón tuviera, hasta el último día, un 'buen lejos', esto es, que a la distancia se lo viera bien, pero sólo era una ilusión óptica».
Para demostrarlo, exhibe fotografías en primer plano, donde se advierten las costuras, los remiendos caseros hasta con pedazos de jean, las tinturas hechas a mano, etc. Terrero explica que el dispositivo mecánico de caída libre, implementado en los años 80 para
dinamizar la apertura y cierre del telón, permitió por un lado la agilización durante las funciones evitando la apertura y cierre manual, pero que al mismo tiempo aceleró el deterioro. «Hay que calcular que, durante una ópera de cuatro actos por ejemplo, el telón se alza y cae ocho veces, a lo que hay que sumarle las oportunidades en que el público no lo ve, es decir, durante los ensayos. Sin duda, fue un telón muy noble que resistió mucho, pero ya no soportaría más».
La aclaración era imprescindible: ese viejo y clásico telón no va a desaparecer, como tampoco se subastarán sus fragmentos (como podría haberlo hecho algún otro teatro lírico del mundo), sino que también se restaurará e irá a convertirse en una de las piezas centrales del nuevo museo del Colón, para que nadie lo olvide.
La nostalgia siempre es, por fuerza, conservadora y resistente a los cambios. Hay que recordar que, en los años 60, cuando se le encargó a Raúl Soldi la decoración de la cúpula del Colón (que sustituyó con sus formas más gráciles y estilizadas los clásicos querubines barrocos), muchos pusieron el grito en el cielo. Hoy ya casi nadie recuerda aquella vieja cúpula y las criaturas galantes de Soldi se han transformado, a su vez, en clásicas.
Y, si el lector permite abrir un paréntesis, no siempre la nostalgia, ni la tradición, responden a la razón: la clásica forma italiana «de herradura» de la sala del Colón enamoró, desde siempre, a la mayoría de sus habitués. Sin embargo, los auditorios más modernos hace tiempo abandonaron esa estructura de siglos pasados. La razón es obvia: en 20% de las localidades del Colón, en especial sus sectores altos laterales (tertulias, galerías y paraíso) no se ve el escenario. Sólo se oye. Hoy, seamos francos, si un arquitecto presentara un proyecto de teatro en donde sólo habría visibilidad en 80% de sus localidades, ¿qué respuesta recibiría?
Las obras sobre la Plaza del Vaticano (Plaza del Teatro, ubicada entre Viamonte y Pasaje Toscanini, entre Libertad y Cerrito) también permiten, al menos la ilusión, de un nuevo espacio al aire libre como refugio durante los mediodías y tardes: allí, bebiendo drinks en una nueva confitería con estilo art nouveau (misma modalidad que impera en el bar sobre el Paseo de los Carruajes), se podrán disfrutar de conciertos antiestrés.
CAMBIOS INTENSOS
En síntesis: más allá de los avatares políticos, de los proyectos de «autarquía» o los rediseños de temporadas que pudieran surgir en los próximos tiempos, las obras en el Colón son irreversibles y continúan en marcha. Históricamente, es la tercera vez en 100 años que la sala de plaza Lavalle experimenta transformaciones edilicias, y seguramente ésta es la más intensa aunque no la más «estructural».
En 1938 se produjo la modificación más vasta, cuando se ampliaron los subsuelos bajo la plaza lateral y se construyó un túnel que conectó los talleres con el escenario. Entre 1968 y 1972, bajo la dirección del arquitecto Mario Roberto Alvarez, se realizó otra ampliación, ubicando bajo la plaza y la calle Cerrito las áreas de producción, las salas de ensayo (la famosa «rotonda»), los talleres de escenografía, oficinas y vestuarios. Además, se introdujo el tan temido «aire acondicionado» que afortunadamente no dañó la acústica, sino que permitió sobrellevar, por ejemplo, un «Parsifal» o un «Boris Godunov» en diciembre en condiciones humanas (claro, siempre según la calidad de cada elenco, pero no ya por sofocones climáticos).
El 25 de mayo de 2008, cuando el Sumo Sacerdote Ramfis musite aquel rumor de «Sì: corre voce che l'Etiope ardisca sfidarci ancora, e del Nilo la valle e Tebe minacciar» con el que se abre «Aída», podrá saberse si el Colón venció su nueva batalla, con tradición y excelencia, de cara al Segundo Centenario.
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