13 de julio 2017 - 00:00

La implosión de un país que defenestra a sus presidentes y hasta a sus posibles sucesores

Si el tribunal de alzada confirma el fallo contra el exmandatario, su carrera política terminaría y quedaría inhabilitado para intentar volver al poder.

Hay desenlaces que, aunque esperados, no dejan de provocar asombro; ese es el caso de la condena a nueve años y medio de prisión impuesta ayer por el juez anticorrupción Sérgio Moro a Luiz Inácio Lula da Silva. La "sorpresa", inevitable, tiene varias dimensiones, que se vinculan con la condición histórica del personaje, con la decadencia inesperada de quien fue considerado un héroe internacional de la lucha contra la miseria y, cómo no, con el derrotero de un país que no encuentra el fondo de su abismo político e institucional.

En medio de una crisis social y económica que se perpetúa y de revelaciones de esquemas de corrupción colosales donde sea que se ponga la mira, queda claro ya que la agonía y muerte política de Dilma Rousseff, consumada hace casi un año, no significó el fin del derrumbe. Una alianza, en principio informal, del establishment político, el alto empresariado, sectores sociales medios de las grandes ciudades y los medios de comunicación "mainstream" se deshicieron de ella y entronizaron en su lugar a Michel Temer. El detalle es que sus dotes para la conspiración acaso no le alcancen a este para evitar en los próximos días un destino similar.

Brasil no solo se deshace de sus presidentes; también desecha a los que podrían serlo.

Si Temer es suspendido por seis meses por la Cámara de Diputados para que enfrente un juicio por corrupción ante el Supremo, quien lo reemplazaría por ese lapso (y acaso más allá) es el titular de ese cuerpo legislativo, Rodrigo Maia, quien está citado por varios arrepentidos de la operación "Lava Jato".

Pero, el drama va más allá y deja ahora al filo de la jubilación a Lula da Silva, el último dinosaurio vivo según todas las encuestas y favorito para los comicios del octubre del año próximo.

La ley de "ficha limpia" deja fuera de los cargos de elección popular a los ciudadanos condenados en segunda instancia, algo que, por los tiempos que maneja la justicia del país vecino, muy probablemente podría ocurrir antes de la apertura de las urnas.

Lo seguro es que habrá en un desenlace, pero no es fácil definir cuál será.

Por un lado, Lula enfrenta otras causas por corrupción, que podrían valerle más sentencias adversas y un descrédito mayor. Por el otro, es un albur lo que puede ocurrir en la corte de alzada que examinará el fallo de ayer: el Tribunal Regional Federal de la 4ª Región, ubicado en Porto Alegre.

De las cuarenta y tres sentencias de Moro que le tocó revisar, el TRF4 confirmó trece, revirtió doce para absolver a condenados, en otras trece estableció incrementos de penas y en cinco más, reducciones. El recuento puede hacerse más confuso si se tiene en cuenta que en varias ocasiones desoyó planteos de la defensa de Lula y que hace poco más de un mes dio por tierra con la condena a quince años de cárcel que Moro le había impuesto a João Vaccari Neto, nada menos que el extesorero del Partido de los Trabajadores, por considerar que se había basado en dichos de arrepentidos sin comprobación material.

Esto último, a no dudarlo, será uno de los argumentos que esgrimirán los defensores de Lula, algo que no parece descabellado tras un primer repaso rápido de la sentencia de 238 páginas difundida ayer.

Es mejor dejar a las partes interesadas y a las tribunas fervorosas teorizar sobre culpabilidades e inocencias. El cataclismo político que acentúa lo ocurrido ayer es suficiente para merecer la atención del observador.

En el mencionado contexto de defenestraciones de presidentes reales y virtuales, cabe preguntarse por el futuro. El empresariado y una clase política amenazada ampliamente por la extinción y la cárcel solo parecen preocuparse por el destino de las reformas pro mercado en curso. La fiscal, esto es el congelamiento del gasto en términos reales por al menos diez años, ya se concretó. La flexibilización laboral será promulgada hoy por Temer. La previsional está encaminada. ¿Terminará con esos trámites la "misión histórica" de un presidente que tambalea?

Más todavía, ¿qué viabilidad tienen esas reformas, cuáles son condiciones de perdurar cuando su aprobación depende de un mandatario unánimemente repudiado y de un Congreso que concentra como ningún otro poder las sospechas de corrupción?

Mientras Brasil se depura, crece el interrogante sobre la impronta del liderazgo que emergerá de las urnas. De esa moneda lanzada al aire depende que la realidad consagre como correctos o como una simple bocanada de humo los cálculos de quienes vieron en la crisis la oportunidad de lanzar a Brasil hacia una era de fuerte liberalización.

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