Los dos tropiezos más estridentes -uno de ellos fatal-que Felipe Solá soportó en el último tiempo tuvieron como usina, casual o intencional, la Casa Rosada. Al margen de los fallos propios, esas horas críticas fueron daño colateral de errores de Néstor Kirchner.
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La ceguera del patagónico en el ring misionero, donde fracasó el intento continuista de su socio Carlos Rovira, estalló días después en la cara de Solá y clausuró definitivamente su ilusión, quizá condenada de antemano -nunca se sabrá-, de buscar su reelección.
Ahora la desesperación presidencial por hacer «rankear» a Daniel Filmus lo hizo dar un paso sin cotejar el efecto residual. Y a diez meses del fin de su mandato hundió a Solá en una crisis que a simple vista parece resuelta pero, debajo, sangra por varias heridas.
Ese entramado se construye con varios hilos. Aquí el detalle:
Cuando Solá permitió que Florencio Randazzo, en línea con la Casa Rosada, desplazara a Gerardo Otero de la negociación con los docentes, el gobernador hizo primar el perfil político que supone adherir al «paradigma Pérsico» según el cual Solá puede gastar indiscriminadamente porque Kirchner no puede permitirse un estallido en Buenos Aires. Ocurrió con los docentes: de 600 millones previstos en el Presupuesto para los aumentos a todos los estatales se pasó a una suba a los maestros que, según el gobierno, costará 1.160 millones pero que algunos analistas estiman cerca de los 2.000 millones. Para tapar parte de ese bache, la Nación aportará 300 millones de pesos, según anunció ayer la ministra de Economía, Felisa Miceli: es un soplido en medio de un huracán no sólo frente al tema docente sino por las tormentosas discusiones que se aproximan.
Con esa experiencia, ayer Solá comenzó la negociación con los estatales: la discusión fina comenzará el jueves con un pedido de ATE y UPCN de equiparar el caso docente y llevar el mínimo de 770 a 1.000 pesos. ¿Por qué, ahora, el gobernador no aceptaría la demanda cruda de los gremios? ¿Qué sentido tendría mantener una postura férrea? ¿A cambio de qué si el propio Scioli, su potencial sucesor, se despega de su gestión al grito de «transición sí, continuidad no»? Además, puede interpretar Solá, si habrá cobertura financiera para el caso docente, ¿por qué no la habría respecto de otros empleados?
A evitar un posible festival de aumentos y gasto llega Carlos Fernández, años atrás vice de Otero en la provincia y luego vice de Carlos Mosse en Hacienda: Fernández fue quien le pasó diariamente los «números» a Kirchner mientras el secretario estuvo fuera de su cargo por asuntos de salud. Esa categoría de «sub» es todo un trauma para este economista de Bernal: es hincha de Gimnasia y Esgrima de La Plata. Tendrá, ahora, problemas mayores que el grito ahogado: colega de Otero, de personalidad tosca y seca, Fernández es un «duro» en el manejo de los recursos y funcionará como un custodio para evitar que las cuentas se desmadren más. Salvo que haya una contraorden de la Casa Rosada.
Todo se explica. Fernández es, con matices, un heredero de la «dinastía Remes» que en 1989 inició Jorge Remes Lenicov, quien tras ocho años de ministros dejó su cargo a Jorge Sarghini en 1997 quien, a su vez, se lo transfirió a Otero. En ese club, siempre presente y quizá el de perfil más político, estuvo activo Mosse, juarense como Sarghini y quien en el 97 aparecía como el potencial sucesor de Remes. Fernández se incorporó a la cofradía de la mano de Otero.
Es tan poderoso ese vínculo que, cuando Remes viaja a la Argentina desde Bruselas, donde ocupa el cargo que despejó Roberto Lavagna, todos se reúnen a cenar y charlar Desde ese enfoque, Fernández trabajará los nueve meses que restan hasta diciembre para controlar las cuentas de una cartera que, a fin de año, podría ocupar otro miembro del clan: Mosse. ¿O acaso Jorge Luis Rech, amigo y asesor todoterreno de Mosse, no coordina con el contador Rafael Perelmiter, custodio de las finanzas de Scioli, las propuestas económicas en un eventual gobierno de Scioli en la provincia?
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