24 de julio 2002 - 00:00

Se necesita más ahorro e instituciones creíbles

Directa o indirectamente hoy muchos estamos pensando en la reconstrucción de la Argentina. A mi juicio existen dos formas de abordar la cuestión de pensar la salida de la crisis. Una es a partir de la situación actual, pensando en la salida del «corralito» y en una secuencia que lleve a cumplir con los requisitos de un acuerdo con el FMI y finalmente con los acreedores externos. La otra alternativa es hacer un ejercicio «desde el futuro» hacia el presente.

Pensar «desde el futuro» significa imaginar una configuración económica posible y sostenible dentro de los datos estructurales de la economía argentina, adaptando o incorporando la crisis actual y el esfuerzo de ahorro que la economía y en particular el sector público deberán hacer. Dado que la transición actual es una gran incógnita, lamentablemente es la primera forma la que predomina en el pensamiento actual.

El ejercicio de pensar a partir del corto plazo es compatible con el ejercicio tradicional de la política en la Argentina. Según esta visión tenemos que ir a duras penas acotando la crisis financiera mientras llamamos a elecciones y aseguramos un mandato y un horizonte más firme. Esto no sólo es cortoplacismo sino voluntarismo político del mejor estilo. Reitera el gran defecto de la mayoría de los políticos en la Argentina que creen que los tiempos de la sociedad se manejan a través de ciclos electorales. Este razonamiento nunca fue válido en la Argentina y es una verdadera desgracia en las presentes circunstancias. La crisis actual es de gran envergadura y requiere un profundo cambio institucional y de comportamientos que lamentablemente no van a surgir de un proceso electoral en medio de una Argentina con instituciones económicas destruidas.

Aun así, nadie discute que las elecciones son a todas luces imprescindibles para reencausar a la Argentina, porque no se necesita un análisis sofisticado para darse cuenta que problemas económicos tan difíciles, originados en un quiebre de las instituciones económicas y en la ausencia de horizonte, no pueden sino empeorar en manos de los que «defaultearon» y devaluaron con intenciones de destruir las instituciones económicas. Esto que ocurrió en el primer semestre de 2002 no es otra cosa que el resultado de una búsqueda intencionada de varios años para hacer bajar a la Argentina del capitalismo global y hacerla subir de nuevo al tren fantasma del subdesarrollo, la pobreza y la violencia. Pero el punto es que el proceso electoral que se acaba de abrir, lejos de ser el final del desastre de la devaluación y el default, es más bien el comienzo de un problema mucho más grande.

Porque ahora, de frente al mundo y sin las excusas típicamente argentinas de culpar a los de afuera, la gente va a tener que demostrar para dónde quiere que vaya el país. El problema radica en que cuatro años de recesión y de crisis han profundizado la división cultural entre la parte de la sociedad que quiere crecer en paz y modernizar al país sin corrupción y la parte que se opone a la globalización aún al precio de que el país se destruya y sea un teatro de batalla. Cuando se mira esto se ve que el problema de horizonte se va a agravar porque este proceso electoral va a estar dominado por cualquier cosa menos por propuestas creíbles sobre cómo sacar el país del cráter en que está metido: vamos a ver desde apelaciones surrealistas para aislarse del mundo hasta promesas, acusaciones y denuncias propias de los políticos que supimos conseguir. De todo un poco, menos el estudio y planteo de las soluciones a los problemas del país.

En cambio, siendo realistas, ¿qué tendrían que estar respondiendo los candidatos frente a la crisis? Existen problemas urgentes y otros de mediano plazo pero todos con un común denominador: la reconstrucción de instituciones y de políticas que no sean «impresentables» para los ojos del resto del mundo.

• Reconstrucción

El primero y más urgente es el de la reconstrucción de las instituciones monetarias y financieras, que no puede pensarse independientemente del problema fiscal. La impericia, improvisación o parálisis electoral hace que la crisis financiera se proyecte como un chicle o una historia que no se termina nunca, de modo que no permite otra cosa que acompañar una contracción severa y permanente del sistema financiero. Esto incluye un posible escenario de corrida bancaria y cambiaria todavía mayor el día que se demuestre que estamos tratando de aguantar con reservas que no son nuestras sino de los organismos multilaterales. ¿Serán los candidatos conscientes de la dura tarea que les espera?

El segundo es la concreción de un programa definitivo con el FMI y con los acreedores que haga explícito el esfuerzo de ahorro interno que va a tener que hacer el sector público y el país en los próximos años para financiar una transferencia de recursos al exterior que no va a ser inferior a 4 o 5 por ciento del PBI. Este esfuerzo de ahorro va a ser duro al comienzo y se va a diluir en la medida que el país comience a crecer, pero por sobre todo va a requerir de fuertes instituciones fiscales con basamento político para no repetir la fiesta de gasto y endeudamiento de los años '90. Las preguntas son ¿serán los candidatos conscientes de la batalla política e institucional que implica tener un superávit fiscal prima-rio sostenible muy alto? ¿Tendrán la convicción para llevarlo adelante? ¿Se lo podrán transmitir de modo creíble y convincente a la población?

El tercer problema es nada menos que la reconstitución del tejido económico y social que permita el retorno de la inversión productiva en la escala que hoy se requiere para volver a crecer. Esto es rever-tir la situación que empezó con la destrucción de los contratos y los derechos de propiedad y siguió con la seguridad personal y el orden público a niveles que van camino a ser extremos. Restablecer un capitalismo competitivo va a ser una tarea muy difícil porque va a implicar crear instituciones privadas y gubernamentales dotadas con los mejores profesionales y que puedan ser controladas por la sociedad sin interferencias políticas ni corrupción. Pero por encima de ello se va a requerir que la Justicia y la seguridad entren primero en la lista de la reforma, porque si no, no hay contratos ni seguridad personal que puedan salvaguardarse. Aquí la pregunta es ¿Podremos imaginarnos algún candidato en noviembre que enarbole un capitalismo competitivo, no éste manchado de sospechas de corrupción, y sea firme y enérgico para defender la justicia y la seguridad?

Más allá de completar esta lista de preguntas con otras relevantes, lo cierto es que el próximo proceso electoral es parte una transición que puede salir bien o mal y que eso depende de la gente y de su discernimiento. Todavía está abierta la incógnita sobre qué significa precisamente reconstruir la Argentina partiendo de este estado de situación y confusión. Pero de todos modos, estas reflexiones sirven para concentrarse en el tema central del problema argentino actual: cómo, cuándo y en respuesta a que eventos, la sociedad hace la transición hacia un gobierno democrático que dé respuesta a los problemas anteriores y reconstruya a la Argentina. Si la respuesta de la sociedad a los riesgos de una mayor caída y destrucción se anticipa bien, reconociendo los mismos a tiempo, entonces se podrá evitar pasar por las cenizas antes de iniciar la reconstrucción. Si, en cambio, las cenizas son parte de la información que la sociedad necesita para cambiar su modo de pensar entonces el problema transicional va a ser mucho más largo y más grave.

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