Probablemente el 2021 haya sido un año tan singular como el que le precedió. Por distintas razones, el ciclo que llega en los próximos días podría continuar con esta impronta. Si la expectativa está puesta en la reactivación económica como motor que impulse el desarrollo con inclusión social, entonces la salida a la enorme tragedia que significa la pandemia debería ser igualmente singular y osada. No hay recetas tradicionales para los enormes desafíos impares que trajo al mundo entero la crisis sanitaria y social.
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La irrenunciable meta del desarrollo económico con inclusión social: producir y consumir
La reactivación económica debe permear en todos los sectores de la sociedad. Se necesitan políticas públicas para fortalecer la demanda agregada, al tiempo que deben establecerse señales concretas para precios y salarios.
En nuestro país, a priori, si algo puede pensarse, es que las políticas que se aplican desde hace meses van a contramano de lo que podríamos llamar un “ajuste”. La política de vacunación exitosa se transformó en la llave para una rápida reactivación en la medida en que se retomaron muchísimas actividades.
Diagnósticos varios
Los números que arroja la economía son muy buenos si se piensa que el verdadero desafío es que esa reciente recuperación se sostenga en 2022. Las caídas en el PBI durante los últimos dos años del mandato del expresidente Macri, dejaron un déficit de proporciones importantes en materia de consumo, inversión y, sobre todo, una delicada situación financiera. La pandemia agravó esta situación, que derivó en la necesidad imperiosa de recomponer cuanto antes la línea de crédito que el FMI le otorgó a la Argentina.
Los distintos sectores responden permitiendo recuperar lo perdido durante la pandemia, y alcanzando un nivel de exportaciones por u$s75.000 millones, que no se registraba desde 2010. Así, 2021 concluirá con una recuperación de la actividad industrial que superó en 15% la de la prepandemia, y por encima de los niveles de 2018 y un balance comercial superavitario que se ubicará por encima de los u$s12.000 millones. Otro capítulo es la energía, verdadera maquinaria junto al agro que deben ser utilizadas para salir rápidamente del estancamiento económico. En este sentido, Vaca Muerta podría ser la llave que ayude a superar la restricción externa que muchas veces termina generando los conocidos ciclos de stop and go.
El Gobierno ha dejado trascender que espera un crecimiento para este año superior al 9 por ciento, y algunas consultoras privadas analizan que, en el acumulado, hasta podría arrojar 10 por ciento. Los números de empleo también se recuperan, aunque más lento. Durante los meses de la pandemia, la caída fue notable, mientras que ahora, algunos guarismos arrojan mejoras. Por ejemplo en agosto, se incrementaron 54.600 puestos de trabajo registrados, lo que termina arrojando en el acumulado en un año un total de 326.900 empleos. Con referencia a los salarios, en el tercer trimestre del año los salarios registrados habían recuperado algo más del 4 por ciento de su poder adquisitivo. El escenario fue mucho más magro para los no registrados.
Si bien las señales de una reactivación del consumo son auspiciosas, la falta de dólares en las reservas del BCRA ponen el foco en el incremento de las exportaciones, que hasta el mes de septiembre alcanzaban el mayor nivel desde 2013.
La clave en todo esto es que mediante el incremento de la actividad económica, el incremento de las exportaciones y del superávit y, sobre todo, la recuperación del mercado de trabajo (donde son relevantes los acuerdos paritarios), el mayor consumo traiga un incremento de la recaudación impositiva y así contar con más recursos para volcar al presupuesto.
El principal problema
Si bien el cuadro de situación es mucho más complejo, es menester integrar en esta columna otro elemento fundamental que va de la mano con la recuperación económica. Uno de los rasgos fundamentales que dejó la pandemia (y las políticas regresivas) ha sido la profundización de la desigualdad. Esto ha traído aparejados fenómenos difíciles de tolerar como, por ejemplo, que un trabajador registrado termine siendo considerado pobre por el Indec a partir de la línea que separa un segmento del otro. Por ende, existe la necesidad de incorporar una política impositiva que haga las veces de un mecanismo para la redistribución y así mitigar la terrible concentración de riqueza en la que se encuentra el mundo y también la Argentina. El aumento de la pobreza y la indigencia (ahora con leves caídas) debe llevar a pensar herramientas de corto y largo plazo. El precio de los alimentos, el ciclo de inflación en el mundo, el aumento de los fletes internacionales y el petróleo parecen ser factores que perdurarán durante varios años. Será relevante que las políticas públicas puedan intervenir sobre estos desequilibrios, muchos de ellos impulsados por la megaemisión de fondos realizada por los Estados Unidos y las bajas tasas de interés. Habrá que tomarse el trabajo de volver compatible nuestra posición de país productor de alimentos que demanda el mundo y la posibilidad de los argentinos de tener en su mesa esos mismos productos a precios acordes con los niveles salariales domésticos. Carne, maíz, soja, trigo y el resto de los alimentos que se cuentan en la cadena de producción para fabricar otros alimentos deben ser estudiados. La carne de pollo, vaca y cerdo debería contar con insumos acordes.
La desvinculación de los precios internacionales de los internos debe ser prioridad porque será necesario incrementar la balanza comercial para hacerse de las divisas imprescindibles para dar el salto tecnológico y ampliar la producción industrial y así generar más empleo. Sin trabajo no habrá verdadera inclusión y sin ella tampoco la posibilidad de integrar a todos los argentinos al sistema.
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