Jalonada por enfrentamientos retóricos preocupantes, actos de violencia y amenazas de golpe de Estado, la campaña para el balotaje del domingo llega a su final en Brasil con el presidente Jair Bolsonaro y su rival, Luiz Inácio Lula da Silva, pugnando por conseguir los votos que les aseguren el triunfo. Para el primero, lo que se dirime es si el país recaerá en las garras del comunismo y la corrupción; para el segundo –así como para el grueso de la comunidad internacional– es si la principal potencia económica de América Latina regresará al sendero de la convivencia pacífica y el respeto a las instituciones.
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Brasil: Lula da Silva y Bolsonaro pelean voto a voto en un final de campaña agónico
Todas las encuestas le dan una ventaja al líder histórico de la izquierda, pero muchas lo hacen dentro de los márgenes de error. Hay temor a que un resultado apretado sea desconocido por el ultraderechista, sus seguidores y hasta un sector de las Fuerzas Armadas. Lo que se juega la Argentina.
Las encuestadoras coinciden en otorgarle una ventaja al opositor, que lidera una amplia alianza que va desde la izquierda del Partido de los Trabajadores (PT) al centroderecha democrático. Sin embargo, la misma va de los 6 puntos porcentuales –PoderData– a 0,4 –en el caso del último estudio de Paraná Pesquisas–, lo que deja la competencia muy cerca o dentro de los márgenes de error muestral. Otras consultoras, como Genial/Quaest le dan a Lula da Silva 4 puntos arriba, esto es un empate técnico.
Además de quién ocupará el Palacio del Planalto por cuatro años desde el próximo 1 de enero, alrededor de 156 millones de brasileños estarán habilitados para votar en los balotajes de doce estados que no tampoco se definieron en la primera vuelta del pasado domingo 2, entre ellos el más poblado y rico del país, San Pablo, y otro importante colegio electoral como Bahía.
Ambiente
Tras el escrutinio del primer turno, Lula da Silva –recordado por sus políticas sociales, que prácticamente extinguieron la pobreza extrema en un contexto internacionalmente propicio– emergió como favorito, a pesar de que la ventaja que obtuvo fue menor que lo anticipado por sondeos que fallaron severamente para predecir la potencia electoral de la derecha. Aquel finalmente logró el 48,43% de los votos válidos –esto es excluyendo los blancos y nulos– contra 43,2% de Bolsonaro. Se trató, respectivamente, de 57,2 y 51 millones de votos.
En efecto, al líder del PT le faltaba solo capturar algo así como un punto y medio más, cosa que trató de asegurarse con el respaldo de las agrupaciones que acompañaron a Simone Tebet y a Ciro Gomes, que quedaron en tercer y cuarto lugar en el primer turno, que sumaron 9% de los sufragios. Con todo, fue Bolsonaro quien remontó más velozmente, lo que le puso a la contienda una dosis inesperada de incertidumbre.
Lula da Silva es, como se demostró, el líder más popular de Brasil, pero el historial de corrupción de sus gobiernos –comprobado en diversas causas judiciales, que incluso le permitieron al Estado recuperar dinero pagado en concepto de coimas– supone un lastre para él. Condenado él en tres instancias por corrupción y exonerado finalmente al comprobarse la persecución política a la que lo sometieron el juez Sergio Moro y los fiscales de la operación “Lava Jato” (lavadero de autos), dichos antecedentes le valen un índice de rechazo también alto. En efecto, según Paraná Pesquisas, el 48,6% dijo que nunca lo votaría, apenas dos décimas por debajo de quienes no optarían jamás por Bolsonaro. Brasil está dividido en dos mitades irreconciliables.
Si la corrupción en los gobiernos lulistas –2003-2010– es un tema dominante en la campaña, también los son numerosos aspectos del bolsonarismo. Entre estos se destacan su desaprensión durante la pandemia –lo que hizo de Brasil uno de los países con peor récord de muertes–, su rechazo a las medidas de prevención del covid-19, su negativa a comprar vacunas si estas venían de China, su retórica homofóbica y misógina, su promoción de la compra de armas y sus políticas de descuido del medio ambiente.
Inquietud
Bolsonaro, asimismo, denunció sin pruebas un supuesto fraude en su contra a través del uso de urnas electrónicas, las que han sido utilizadas desde mediados de los años 1990 sin que nunca hubiera denuncias. Ante eso, embistió una y otra vez contra el Tribunal Superior Electoral (TSE) y el Supremo Tribunal Federal (STF, corte suprema), amenazó con desconocer una derrota y hasta promovió una auditoría del escrutinio por parte de las Fuerzas Armadas. Durante su gestión privilegió a estas últimas, al promover a unos seis mil de sus miembros en cargos de todo tipo –lo que incluyó ministerios y hasta la vicepresidencia– y al politizar los cuarteles. Se teme que un resultado apretado a favor de Lula da Silva sea desconocido por el bolsonarismo y que este lance a las calles a partidarios armados y hasta a algunos sectores militares, siguiendo el guion de Donald Trump que culminó el enero del año pasado con el trágico copamiento del Capitolio. El Gobierno de los Estados Unidos ha expresado públicamente su inquietud ante esa posibilidad.
Impacto regional
América Latina aguarda expectante para saber si la izquierda de Lula da Silva –incluso una diluida por la composición de su alianza y la del Congreso, en el que predominarán bancadas conservadoras– prolongará el ciclo progresista inaugurado en Chile y Colombia o si, en verdad, Bolsonaro será lo suficientemente fuerte como para lograr la reelección.
También la Argentina, que encontraría de nuevo eco en Brasil para fortalecer el Mercosur como una unión aduanera frente a países y bloques que se resisten a abrirse comercialmente. Al revés, Bolsonaro ha bregado –con mayor intensidad en la primera parte de su mandato– por una apertura radical del bloque que dejaría a los sectores industriales de Brasil y de la Argentina a merced de competidores mucho más eficientes.
Alberto Fernández también encontraría en el petista un aliado en su objetivo de llevar al país al grupo BRICS –Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica–, en el que podría encontrar crédito e inversiones, algo que Estados Unidos observa con recelo por su enfrentamiento con Pekín.
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