“Nuestros instrumentos de escritura también operan sobre nuestros pensamientos” escribió Nietzsche sobre su máquina de escribir, y el profesor australiano Martyn Lyons se va a dedicar a demostrarlo jalonando su fascinante estudio sobre el siglo que dominó esa herramienta modernizadora, ligada al capitalismo industrial, desde 1880 a 1980. Ofrece reflexiones, datos, anécdotas a partir del mundo de famosos y populares escritores y escritoras. Entre los primeros en usar una máquina de escribir se anotó Mark Twain, que proclamó “soy el primero del mundo que aplicó la máquina de escribir a la literatura”. En realidad, fue el primero en contratar una mecanógrafa, o mejor una taquígrafa porque le dictó “La vida en el Mississippi” y “Las aventuras de Tom Sawyer”. Fundamentalmente, esa máquina la tenía para impresionar a los que lo visitaban.
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Cautivante historia de la máquina de escribir
Entre los que confesaron cómo la máquina de escribir transformó su estilo, estuvo T.S. Eliot “me hizo acortar las oraciones, ser breve y conciso”. George Simenon estaba convencido del poder que tenía la máquina de escribir de modelar sus novelas. Por lo pronto le dio soltura y rapidez como para escribir 192 novelas con su nombre y 190 con los seudónimos Ferenczi, Fayard y Tallandier; es fácil pensar lo que hubiera escrito con una computadora. García Márquez dijo que gracias a su Mac pudo escribir el doble de novelas que las que hubiera escrito con la Olivetti que usaba como periodista. La máquina de escribir ha provocado pasiones (Kerouac) y odios (Heidegger). Al recibir el Globo de Oro por “Secreto en la montaña” el guionista Larry Mc Murtry se lo dedicó a Hermes 3000, su máquina de escribir. En cambio, Hunter S. Thompson, creador del “nuevo periodismo” llevó su máquina a la nieve y le disparó, y luego se disparó a sí mismo. Lyons dice “por lo visto, la máquina de escribir no era simplemente una máquina sin alma: tenía una personalidad que se podía querer, valorar, injuriar o asesinar. Muchos escritores las tratan como seres vivos. Para Paul Auster su Olympia es “un ser frágil y sensible”. Lyons recorre desde el nacimiento de esa máquina con muchos padres, Christopher Sholes es el más denunciado, al instante en que recorriendo un museo se enfrentó tras una vitrina a una Olivetti de la década del 60 como la que le había servido para escribir su tesis doctoral, convertido en una pieza de museo. Un estudio variado, medular, cautivante,
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