Con Nati Mistral se va una gran parte de la gloria hispana
La polifacética artista, a lo largo de su carrera, hizo comedia, drama, zarzuela, ópera y revistas musicales.
Nati Mistral. En Buenos Aires interpretó la ópera “Bodas de sangre” de Juan José Castro en el Teatro Colón, y el musical “Hello Dolly”.
En su ciudad natal, Madrid, murió ayer la actriz, cantante, recitadora y bailaora Nati Mistral, una de las figuras más polifacéticas del espectáculo iberoamericano. De rasgos bien hispanos, donaire y carácter firme, sus temporadas fueron famosas a ambos lados del océano, como también sus declaraciones. Por ejemplo, "¡Feminista no! Yo quisiera ser odalisca en un harén." Nacida Natividad Macho Álvarez en diciembre de 1928, su madre la rebautizó Mistral, en homenaje a la poeta chilena Gabriela Mistral que ambas admiraban. Nati se inició en un teatro infantil, donde luego fue contratada como figurante para obras clásicas. Y se hizo profesional a los 15, en la compañía de Lola Flores, donde entró gracias a un premio como cantante en un concurso radial.
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Polifacética, en su larga carrera artística hizo comedias, dramas, zarzuelas, operas y revistas musicales. Así, entre sus éxitos figuran tanto "Te espero en el Eslava", "El hombre de La Mancha" y "La corte del Faraón", como "Fortunata y Jacinta", "Divinas palabras" (uno de sus mayores orgullos), "Anillos para una dama", "La malquerida", "La Dorotea", "La Chunga" y "Los padres terribles". Acá se la recuerda especialmente por los protagónicos de la ópera de Juan José Castro "Bodas de sangre" (Teatro Colón, 1979) y "Hello, Dolly" (1996) y los tantos espectáculos donde pese a su corazoncito franquista- recitaba como pocas a García Lorca y Rafael Alberti.
Acá también fue empresaria del Teatro Avenida durante cinco años, tuvo una casa "porque en el hotel no quieren a mis perros", y apareció en dos películas: "Mi Buenos Aires querido" (Francisco Mugica, 1961) y "Frutilla" (Enrique Carreras, 1980), donde encarnó a otra actriz española, Lola Membrives. Una imagen para destacar, la graciosa reverencia que hizo a los 78 años, flexionando las rodillas, cuando el entonces principe Felipe le entregó la Medalla de Oro de las Bellas Artes.
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