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¿El Gobierno se quedó en 2011?
Acreedor
La Argentina es desde 2004 acreedor neto respecto del resto del mundo. A partir de ese año, los activos externos de los no residentes exceden a las inversiones y acreencias de no residentes en nuestro país. Dicho exceso totaliza hoy unos u$s 50.000 millones, comparados con una posición negativa, de u$s 60.000 millones en 2001. En términos de PBI, la diferencia es notoria. Mientras en 2001 la diferencia entre activos y pasivos externos mostraba un saldo negativo de casi un 25% del PBI, en 2012 el «patrimonio neto en dólares » se ha vuelto positivo y representa hoy un 12% del PBI.
¿Cómo se generó semejante cambio? Básicamente mediante dos procesos: la reestructuración de las deudas externas públicas y privadas luego del default, y la fenomenal fuga de capitales registrada entre 2007 y 2011. Como China aunque en menor dimensión, los argentinos tenemos hoy más dólares de los que debemos. Y a diferencia de China, donde esos dólares los tiene el Gobierno, en la Argentina esos dólares están mayoritariamente en manos del sector privado.
Uno de los significados de este cambio de signo en nuestra posición patrimonial respecto del resto del mundo es que en caso de depreciarse el peso, la hoja de balance agregada de la Argentina está mucho mejor preparada que hace 11 años. El efecto riqueza para la sociedad en su conjunto de una depreciación real del peso es positivo y ello se diferencia notablemente de lo que sucedía cuando la Argentina abandonó su Caja de Conversión en 2001. No quiere decir esto que un cambio sustancial en el tipo de cambio real no genere efectos. Gran parte de los activos de los argentinos en el exterior pertenecen a quienes se encuentran situados en los tramos más altos de la distribución del ingreso. Pero a diferencia del año 2001 en el que la clase media era deudora neta en dólares por sus pasivos con los bancos, especialmente por deudas hipotecarias, hoy las deudas en dólares de los locales pertenecen casi exclusivamente a grandes empresas la mayoría con sus posiciones cubiertas y a préstamos para comercio exterior del sector transable de la economía.
El Gobierno, que era un gran deudor neto en moneda extranjera en 2001 ya no lo es, puesto que la mitad de la deuda se encuentra denominada en pesos y al haber absorbido al Banco Central dentro de su operatoria ha acelerado la tasa de inflación como costo, pero ha reducido notablemente su posición deudora en moneda extranjera casi a cero.
Impactos
Hoy los efectos de una depreciación de la moneda son mucho más reducidos desde el punto de vista de la hoja de balance de la economía. Los impactos se concentran entonces en el «estado de resultados » de los distintos sectores. Allí, claramente la depreciación del peso impacta a través de la caída en los salarios reales y genera efectos distributivos aunque mucho más manejables que los que vimos en el pasado. Las retenciones a las exportaciones y los bajos intereses en dólares de la deuda convierten al Gobierno en «ganador» de una depreciación real del peso, con chances importantes de compensar en parte los efectos más fuertes que pudieran ocurrir sobre los sectores de más bajos recursos.
Comparar los efectos que mencionamos, con los enormes costos de la estrambótica política cambiaria actual sería una tarea muy sencilla para una burocracia estatal más profesional, menos primitiva. Allí, afuera de las cavernas, hay un mundo mejor esperándonos.
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