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El rock más vertiginoso de Marc Ribot hizo vibrar al Museum
Acompañado por el bajista Shahzad Ismail y el baterista Ches Smith, el músico estadounidense ofreció un recital que pasó por todas las posiblidades del rock, exhibiendo como siempre su admirable destreza con la guitarra.
Compositor, cantante, virtuoso de la guitarra eléctrica, ha recorrido montones de caminos. Del free jazz a la música caribeña (como aquella experiencia de los "Cubanos postizos" con la que anduvo un par de veces por aquí) y de Tom Waits y John Zorn (seguramente sus principales pies de apoyo) a muchísimas colaboraciones con gente tan disímil como Marianne Faithfull, Caetano Veloso, Susana Baca, Laurie Anderson, Medeski Martin & Wood, McCoy Tyner, Marisa Monte y hasta Andrés Calamaro, en el recordado álbum "Alta suciedad".
En este caso, el norteamericano llegó para mostrarse en dos planes diferentes: en trío el sábado y en solo de guitarra el domingo. Lo que debió suceder en la Usina del Arte, a causa de las audiencias públicas por la tarifa del gas, se mudó al Museum de San Telmo, donde se mantuvo la gratuidad pero se perdió algo de la buena acústica que ofrece una sala de concierto. De todos modos, lo que hicieron Ribot y sus compañeros en el primero de los shows -el que vimos- no desentonó con este galpón más acostumbrado al baile y las bandas rockeras. Efectivamente, lo que hicieron fue un recital de rock, que tuvo muchos condimentos y que a lo mejor dejó menos contentos a quienes esperaban encontrarse con un ambiente sonoro más jazzero.
Todo sucedió alrededor de la guitarra y la voz del líder. En su garganta raspada, que a veces suelta una suerte de canto-hablado, y en las destrezas con su instrumento, que distorsiona desde los pedales, está el eje de un lenguaje que pasa por el punk, el rock sinfónico, ciertas referencias a la música clásica, la canción más abierta -en verdad, es lo que menos sucede-, toques que parecen étnicos o un rock and roll más clásico. Todo es vertiginoso, con improvisaciones que van más hacia la gestualidad rockera que hacia el formato convencional del jazz; y siempre con una destreza instrumental que exhibe todo lo que puede hacerse con la guitarra.
En esa intensidad sonora que no decayó en ningún momento, lo respaldaron muy bien sus dos partenaires del "Ceramic Trío". El pakistaní Shahzad Ismaily fue sobre todo bajista, con dos instrumentos que fue intercambiando y procesando en vivo, y eventualmente pasó a la percusión, sobre todo para marcar pulsos. Y el californiano Ches Smith fue un despliegue enloquecido de palillos en parches y platos, con solos tan vertiginosos como el lenguaje impuesto por el líder, aunque sin perder jamás la referencia de por dónde pasaba la cosa.
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