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El tango de hoy se resiste a innovar
En la «cuestión tango», la realidad se pelea con un discurso que hace suponer al género en un momento de gloria. Y el festival anual que sostiene desde hace 11 años el gobierno de la ciudad, con una fuerte inversión pública, sigue siendo el único andamiaje realmente significativo sobre el que esta música conserva su vigencia masiva.
Pero hay un dato artístico, más allá del comercial reflejado en el escaso interés por los empresarios privados, salvo aquellos dedicados al turismo, por apostar al tango, que da cuenta de un género que está en un momento difícil de su historia: la escasez de nuevas propuestas, la limitada presencia de nuevos autores y compositores, la reiteración de modelos viejos, la repetición de clásicos que siguen dominando la escena.
Como en temporadas anteriores, el festival municipal apostó a los «nuevos autores»; y una de esas propuestas llegó de la mano de la dupla de Tute (además, historietista e hijo de Caloi) y Hernán Lucero (cantor e integrante, además, del grupo Bardos cadeneros). En lo concreto, nadie puede discutir la buena intención de los organizadores, porque es imprescindible que el estado sea impulsor de estas ideas. Fue también impecable la elección de los músicos acompañantes: un dúo de Pablo Agri en violín y Pablo Fraguela en piano, primero, o un cuarteto con Agri, Horacio Cabarcos en contrabajo, Horacio Romo en bandoneón y Cristian Ledesma en piano y dirección, después.
Y sólo puede encontrar elogios la lista de cantantes elegidos para dar a conocer este repertorio actual que tendrá su plasmación en el CD «Atemporal» de próxima aparición; para poner la voz a estos tangos y valses pasaron, por el escenario central de Harrods, Lidia Borda, Guillermo Fernández, Victoria Morán, Karina Beorlegui, Claudia Pannone, el «Cardenal» Domínguez y el anfitrión Hernán Lucero. Muy poco aportaron las imágenes proyectadas con dibujos de Tute o el breve y fallido video casero con un diálogo de los autores. Pero lo significativo es que, tratándose de dos personas jóvenes que tienen toda la historia del tango en sus espaldas, insistan con un lenguaje que debería ubicarse en los años 40 y 50.
Hubo, en lo escuchado, algunas piezas más logradas en lo melódico y lo poético -»Quién», que hizo Beorlegui, o «En ese patio», interpretada por Domínguez, estuvieron entre lo mejor-. Pero en ningún caso aparecieron sorpresas estilísticas ni atrevimientos estéticos; y, lo que es peor, ni siquiera se trasluce una búsqueda de nuevos caminos.
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