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Embisten EE.UU. y Europa contra paraísos fiscales
Otro dato es el duro golpe que la administración Obama le propinó a Suiza y a su emblemático secreto bancario, al forzar al banco helvético UBS -bajo amenaza de no poder operar más en Estados Unidos- a revelarle las identidades de 250 titulares de cuentas sospechados de fraude fiscal.
Si de la dureza del tono depende, habría llegado entonces la hora del responso para estas jurisdicciones opacas -que son en efecto un obstáculo- si de verdad se quiere instaurar nuevas reglas de juego que blinden al sistema financiero mundial contra futuras burbujas.
Desde los 80 se debate este tema, al ritmo espasmódico de las crisis. Se sabe que el camino pasaría por prohibir a los bancos toda relación con los paraísos fiscales e instaurar la obligación de declarar al fisco del país de residencia toda colocación en el exterior. Pero, difícilmente el G-20 avance más allá de lo sugerido por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE): que un paraíso fiscal deba transmitir información bancaria sobre un no residente sólo cuando la administración fiscal de su país de residencia presente un sólido caso que justifique las sospechas de fraude. La distancia entre las intenciones y su concreción no será fácil de sortear. Según datos del Congreso estadounidense, el Citigroup, objeto de rumores de nacionalización, tiene 427 filiales en paraísos fiscales: 40 en Hong Kong, 19 en Costa Rica, 17 en Panamá, etcétera.
Entonces, más allá del consenso aparente entre los países centrales ¿aceptará luego cada uno sacrificar su propia plaza offshore? Casi todos los países europeos, por ejemplo, tienen la suya y a veces en su propio territorio (ver mapa).
Cuando hace unos años el Parlamento francés calificó a Suiza de «predadora de las finanzas internacionales», ésta replicó que también Mónaco, Liechtenstein y hasta las más respetables plazas financieras del mundo recibían fondos de dudoso origen. Panamá y Costa Rica, por ejemplo, acaban de ser incluidas en la lista de los 50 paraísos fiscales preferidos por las mayores empresas de Estados Unidos, en un informe del Congreso de ese país.
Por otra parte, esta categoría abarca realidades muy diversas puesto que, según los criterios que se retengan, caen en ella desde islas semivacías hasta países como Suiza o Irlanda.
Características
Un paraíso fiscal que se precie de tal debe contar con impuestos nulos o cercanos a cero, poca transparencia contable, una legislación que proteja el secreto y normas que impidan toda intromisión de tribunales extranjeros. También estabilidad política; el capital es cobarde. El dinero fluye desde los países donde se comete el delito o la evasión hacia bancos y compañías fantasmas (simples casillas postales) en los paraísos fiscales. Estos entes abren a su turno cuentas «corresponsales» en grandes bancos, generalmente de EE.UU., completando la triangulación.
La pelea será dura entonces, más aún considerando que, según el FMI, las plazas offshore aglutinan una cuarta parte de la riqueza privada mundial. Y que por ellas circula la mitad de los activos financieros transfronterizos y que la proliferación de estos agujeros negros por los cuales se vacía el fisco de muchos países ha sido posible merced al amparo de los mismos gobiernos que hoy quieren «dinamitarlos». Porque, tarde o temprano, el dinero pega la vuelta, generalmente hacia los países centrales.
La red Tax Justice, una ONG estadounidense, sostiene que las autoridades de ese país «no hacen nada» para frenar ese flujo porque en definitiva el capital vuelve y «los fondos blanqueados acababan en Wall Street». En consecuencia, quizá lo más que pueda esperarse sea, si no el infierno, un período de purgatorio para las finanzas «opacas».
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