2 de octubre 2017 - 23:39

Extraño triunfo de Rajoy: convirtió un conflicto serio en un reto de riesgo extremo

• CON SU MANEJO POLICIAL DEL PROBLEMA REFUERZA LOS PEDIDOS DE RUPTURA
Su propio Gobierno, en minoría en el Parlamento, queda cuestionado. Es el precio de haber ignorado un movimiento masivo y de haber pretendido contenerlo a través de la represión.

FUERZA BRUTA. Las imágenes de la violencia en contra de la población pacífica dieron la vuelta al mundo.  Ancianos, hombres y mujeres sufrieron la brutalidad de los efectivos.
FUERZA BRUTA. Las imágenes de la violencia en contra de la población pacífica dieron la vuelta al mundo. Ancianos, hombres y mujeres sufrieron la brutalidad de los efectivos.
"Hoy no ha habido un referendo de autodeterminación en Cataluña". La frase, pronunciada ayer por el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, pasará a las antologías más selectas sobre la histórica jornada. "La consulta fue una mera escenificación", añadió, sin resaltar, claro, que todo eso fue producto de la represión que él ordenó y que asombró al mundo.

Las redes sociales, implacables y definitivas enemigas de la represión y la autocensura de los medios menos apegados a la ética periodística, mostraron urnas apoyadas en la calle y personas que depositaban en ellas sobres de modo aluvional, sin orden ni chequeo de identidad. Pero las imágenes captadas por miles de "cronistas" ciudadanos mostraron más cosas: policías catalanes divididos entre el deber profesional y el moral, forcejeando con sus pares españoles en sitios en los que la represión era indignante; efectivos extrarregionales usando sus cachiporras con fruición sobre los cuerpos de cientos de personas que se interponían entre ellos y las urnas que pretendían secuestrar; personas de todas las edades y condiciones arrastradas del cabello; ancianas heridas; gente lastimada y hasta sufriendo convulsiones en plena calle. La represión amenaza con convertir lo que era un desafío en una insurrección impredecible.



Las opiniones y los análisis son, desde ya, libres, pero la recurrencia a destratar el reclamo independentista de muchos observadores en las jornadas previas a la de ayer tuvo mucho de autoritario. Hubo quien lo calificó de egoísta, por adjudicarlo linealmente a criterios que plantean el deseo catalán de no "mantener" más a regiones postergadas de España. También quien, sin más, decretó desde el púlpito que el sentimiento nacional de millones de catalanes es absurdo y arcaico. Asimismo, muchos pretendieron darle a un conflicto político y social un enfoque eminentemente jurídico, tanto desde el derecho español como desde el internacional. No todas las revoluciones son violentas, pero siempre estas preceden a los ordenamientos legales.

Es obvio el motivo por el que la Constitución de 1978 no establece un mecanismo "a la escocesa" para desconexiones regionales en un Estado plurinacional como el español. Pero eso no elimina las aspiraciones a la autodeterminación nacional, ninguneadas también por quienes esgrimen la parte de la biblioteca del derecho internacional que considera que no hay justificación para la secesión cuando se trata de minorías no segregadas ni reprimidas. Después de lo visto ayer ya no resulta necesario discutir ese punto dado que esas normas son producto de un orden impuesto por grandes potencias interesadas largamente en frustrar reivindicaciones subnacionales.



Cebado por el centralismo españolista, Rajoy fue quien más se escudó en una Constitución que no tiene nada para decir ante levantamientos populares de este tipo. Hace pocos días, durante un encuentro de dirigentes regionales de su Partido Popular en Palma de Mallorca, lanzó otra frase que hará historia: "Aquí se puede pensar lo que se lo quiera, se puede ser independentista e incluso antisistema" mientras no se trate de "imponer la voluntad al resto". O sea: se puede ser independentista pero solamente de un modo ineficaz para llegar a la independencia.

El jefe del Gobierno pudo haber negociado una reforma constitucional para permitir que los catalanes decidieran su futuro. Pudo, en tal proceso, haber influido sobre la pregunta que se formularía, incluyendo, además de la independencia, alguna fórmula federal menos lesiva para la unidad España. También, haber reclamado la imposición de alguna mayoría especial para la ruptura. Y, sobre todo, pudo haberlo hecho hace tiempo, cuando la opción por la independencia no era mayoritaria, según todas las encuestas, y antes de lanzarse con el peso del poder judicial del Estado central y con miles de policías contra ciudadanos que simplemente gritaban: "¡Votaremos!".

Si alguna vez Cataluña alcanza su autodeterminación, Mariano Rajoy será recordado en su torpeza como uno de los mejores aliados de la causa. Una encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat publicada el sábado por el diario nacionalista escocés The National, cuya difusión fue censurada en Cataluña, señaló que el 62% de los consultados planeaba concurrir a votar ayer pese a las amenazas de represión y que el sí ganaría con el 83% de ese universo. Pero en el escenario de un referendo pactado, con el poder central, el 77% se declaraba deseoso de participar, con un 66% decantándose por la secesión. En julio la opción de la permanencia en España se imponía por 48 a 46%.

Todos ayer se preguntaban por qué no hubo tal negociación, pero algunos de ellos lo hacían por oportunismo, impresionados por el espectáculo de los palazos policiales. Esos nunca dejaron de apoyar a Madrid en su cerril negativa.

No se trata de que quienes no somos catalanes apoyemos o no la independencia. ¿Qué importa eso? Las "Diadas" de los últimos años mostraron la fuerza del sentimiento nacional, con multitudes de hasta dos millones de personas en las calles, una enormidad dentro de una población de 7,5 millones. De lo que se trata es de constatar que es un movimiento demasiado fuerte como para ignorarlo.

En tanto benefactor involuntario del catalanismo, Rajoy le ha hecho un pésimo servicio a su propia estabilidad en el poder. Lo ocurrido ayer intensificará los pedidos de elecciones que pongan fin a un Gobierno de minoría parlamentaria que perdió el control de los acontecimientos y lanzó a su país y a parte de la Unión Europea a un camino de peligros.

En la misma Europa que se apoyó hasta ayer al presidente del Gobierno español, ya hay cruces de vereda. Charles Michel, primer ministro de Bélgica, condenó la actuación de la Policía española y dijo que "¡jamás la violencia puede ser la respuesta!". Acosado él mismo por el separatismo flamenco, acaso tema que el impacto de lo visto ayer precipite sucesos que hasta hoy se ha logrado contener no sin dificultad.

Lo mismo podría decirse de vascos, escoceses, norirlandeses, italianos del norte, corsos y un largo etcétera, sin mencionar las tensiones del Este de Europa y de otras partes del mundo.

Rajoy puede haber abierto la caja de Pandora.

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