15 de julio 2010 - 00:00

Hipnótico y estremecedor film fantástico argentino

Con una trama aterradora (un virus espantoso está transformando a los chicos), «Cabeza de pescado» no es un film exactamente de terror, aunque estremezca todo el tiempo.
Con una trama aterradora (un virus espantoso está transformando a los chicos), «Cabeza de pescado» no es un film exactamente de terror, aunque estremezca todo el tiempo.
«Cabeza de pescado» (Argentina, 2009, habl. en español). Dir.: J. Mascessi. Guión: F. Barrientos y E. Sosa. Int.: M. Pavlovsky, I. Pellicori, C. Kaspar, L. Nevole, D. Wells.

Ganador casi absoluto del V Festival de Cine Inusual de Buenos Aires (mejor film, director, guión, edición, actor y actriz), reafirmado en el Festival de Cine Latinoamericano (director, fotografía, actor, actriz), el Internacional de Goa, India, y algunos específicos de terror, llega este film que no es exactamente de terror, aunque estremezca todo el tiempo. Más bien pertenece al fantástico, y al dramático.

Propio del fantástico es, justamente, describir asuntos que de un modo realista nadie quisiera ver. Miedos que conviene enmascarar estéticamente dentro de ciertos cánones del espectáculo, porque pocos se atreven a hacerles frente. Un virus espantoso está transformando a los chicos. Un hombre de negocios ofrece dinero y un revólver a cada padre, para que mate a su hijo, y el doble para que se lo venda. Él hace fortuna con las peleas mortales de niños mutantes, llenas de apostadores.

Un taxidermista especializado en la creación de animales quiméricos está en la disyuntiva. Vuelve cada noche a su casa de suburbios, a cenar con su mujer y su anciana suegra un único plato, reiterado cada noche, que le hace tener presente en qué se está transformando su hijo encerrado en una pieza, o toma la decisión de irse con otra mujer, melancólica y sola, y empezar nueva vida en otro lado. El dinero está a su alcance. La esposa está tomando la misma droga que le dan al chico.

Ese es el planteo. Expuesto en excelente blanco y negro con detalles verdes, música penetrante, actuaciones plenas de angustia contenida (Martín Pavlovsky, Ingrid Pellicori, Laura Nevole en primer término), locaciones de rincones poco conocidos que sin embargo transitamos a menudo, una ambientación casi expresionista «en algún lugar» que puede ser éste mismo en decadencia, y seres a los que apenas fugazmente percibimos, y, como en los buenos cuentos, queremos y al mismo tiempo no queremos ver ni locos. Porque el solo planteo del asunto puede trastornarnos.

Sólo en los 30, el entonces popular escritor y charlista radiofónico Juan José de Soiza Reilly imaginó un cuento casi tan espantoso. Esas son cosas de las que nadie gusta hablar. Pero la película es hipnótica, de un malestar arltiano. Y tiene algo que pocas obras del género fantástico alcanzan. Según relata la propia directora, July Massaccesi, la primera vez que terminó de leer el guión lloró de tristeza (un sentimiento inhabitual entre los espectadores de películas de miedo).

P.S.

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