Renée Zellweger y Harry Connick Jr, la ejecutiva y el sindicalista destinados a enamorarse en la previsible comedia romántica «Nueva en la ciudad».
«Nueva en la ciudad» (New in Town, EE.UU., 2008, habl. en inglés). Dir.: J. Elmer. Guión: K. Rance y C.J. Cox. Int.: R. Zellweger, H. Connick jr., J.K. Simmons, S. Fallon Hogan, F. Conroy.
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Pese a su buen desempeño en otros géneros («Chicago», «Entre la vida y la muerte» y otros) parece que siempre habrá productores que cuando piensan en comedia romántica piensan en Renée Zellweger. Lo cual no es un problema en sí mismo (al contrario, ella siempre es simpática y dúctil, además de indudablemente profesional), pero no puede todo sola. «Nueva en la ciudad» no es «Bridget Jones», eso seguro.
El guión, escrito a cuatro manos, tiene un lejano parentesco con «Hechizo del tiempo». Como el personaje de Bill Murray ahí, Zellwegger, acá, es también una persona ciento por ciento urbana (una ejecutiva de Miami, en el caso), que por una mueca del destino va a dar con sus huesos, sus tacos aguja y su pila de valijas desbordantes de tailleurs, a un pueblo perdido de Minnesota, donde morirse de frío no es la peor pesadilla posible. En principio, allí todo es francamente horrible, pero poco a poco ella irá encontrándole el gusto, y luego de varias pruebas, cambiará rotundamente su vida. Y su estado civil, desde luego.
Ahí terminan los parecidos con aquella linda película de Harold Ramis donde al protagonista se le repetía incensantemente un mismo día. En ésta, es el espectador el que tiene un deja vu de 97 minutos.
La historia es ésta: a falta de otro voluntario, Lucy es enviada al quinto infierno a «reestructurar» una fábrica de yogur que está dando pérdidas. Recién llegada, de noche y resbalando en el hielo sobre sus tacos, la que va a ser su secretaria le pregunta si encontró a Jesús. Luego, la misma mujer (Siobahn Fallon Hogan), la invita a cenar para presentarle a quien «puede hacerle la vida más agradable» allí. Se trata del exageradamenta rústico Ted (Harry Connick Jr.) con el que Lucy tiene de entrada una discusión dizque ideológica. Es que él es representante del sindicato que protege al personal que ella tiene que reducir a la mitad. La tensión social, de género y amoroso-erótica está servida. Tras algunas muestras de autoridad poco felices en la fábrica, pronto tiene también a todo el pueblo en su contra.
Pero no hay que preocuparse mucho, porque más allá de que les gusta ponerla un poco en ridículo, las mujeres son anacrónicamente beatas y los hombres se distraen disparándole a los cuervos, los nativos son gente buena y servicial; nada que ver con pueblo chico infierno grande, mucho menos con la calculadora clase empresaria de Miami que sólo piensa en ganancias. Y lo que es más importante, pese a la impresión inicial, Ted se revela como un caballero, que una noche accidentada, viene a demostrarle a ella que es mucho más «femenina» de lo que pensaba.
Todo lo que sigue es así de previsible, pero mejor que lo adivinen las espectadoras a las que, indudablemente, está dirigida esta película de un director indeciso entre el humor «surrealista» con el que amenaza muy al principio y olvida rápidamente (por suerte, todo hay que decirlo) y la corrección a toda prueba, que, como es sabido, no suele tener ninguna gracia.
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