Nacido en 1895 como Cárcel y Taller de Reincidentes, luego cárcel militar de 1902 a 1911, el Penal de Ushuaia tuvo tanta mala fama como el penal de la Isla del Diablo, en la entonces Guyana Francesa, y el Sing Sing Correctional Facility de Nueva York. Este último sigue parcialmente en actividad. Los galos desactivaron el suyo en 1938, Perón cerró el nuestro en 1947. Lo que no impidió que algunos de sus leales, como el diputado Héctor Cámpora y el comodoro Luis A. Lapuente, pasaran allí el invierno de 1956, víctimas de la Revolución Libertadora.
El régimen entre esas tenebrosas y húmedas paredes ha sido largamente investigado, entre otros, por el pastor bautista Arnoldo Canclini, miembro de la Academia Nacional de la Historia, y el licenciado Carlos Pedro Vairo, alma mater del destacado complejo museológico que hoy reemplaza al penal. Cabe citar, por puro gusto, el tango "La hija del presidio", que José Corrado dedicó hacia 1925 a la hija del entonces director del establecimiento, y una película muda, "El evadido de Ushuaia", filmada en Buenos Aires. En cambio, cuando Eduardo Mignogna quiso describir en "La fuga" un episodio de la Cárcel de calle Las Heras, tuvo que llevarse todo el elenco a la de Ushuaia.
El documental de Lucía Vasallo que ahora vemos elude estos datos inútiles, y aporta otros: el relato en primera persona de las torturas sufridas por José Berenguer, la carta de Simón Radowitzky a la Federación Obrera, los dolorosos versos del preso Enrique Arnold ("porque hay vivos sepultados,/ como hay muertos que caminan"), las singulares visitas guiadas del presente, las charlas entre las hijas ya ancianas de algunos guardiacárceles que pasaron allí buena parte de sus vidas, los comentarios de Olga Bronzovich sobre los menores que también estuvieron allí condenados.
También, referencias a ciertos inquilinos ilustres, como los asesinos seriales Mateo Banks y Santos Godino, y el poco confiable Miguel Ernst, a quien, dicho sea de paso, los porteños le dedicaron una coplita con música de "La verbena de la Paloma": "¿Dónde vas con el bulto apurado?/ A los lagos lo voy a tirar./ Es el cuerpo de Augusto Conrado,/ al que acabo de descuartizar". Condenado a muerte, Yrigoyen cambió la pena por reclusión. En la cárcel lo rebautizaron Serrucho y lo pusieron de carnicero. Ironías nacionales, en su mesa terminaron comiendo unos cuantos yrigoyenistas condenados por el general Uriburu, como los doctores Honorio Pueyrredón y Ricardo Rojas. Por suerte, ellos más que la cárcel vivieron el destierro en la cercana población civil, situación que Rojas aprovechó para investigar y escribir un excelente libro sobre los últimos indios fueguinos.
Si el penal contribuyó a la economía, la luz eléctrica y las comunicaciones regionales, o si tendría que volver el famoso artículo 52, que mandaba a Ushuaia a los reincidentes de condenas superiores a los tres años, esos son temas que alguna gente suele comentar con mayor o menor conocimiento. La sola visión del lugar envuelto en nieve, las fotos de los penados, proponen otra cosa.
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