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¿La crisis de los emergentes o la excusa de Wall Street?

Ben Bernanke
¿Qué une las peripecias argentinas con el celo de la reforma financiera en China y los tropiezos que acarrea? Las pujas políticas agobian a Turquía y a Tailandia, pero son procesos que nadie ataría a una misma senda. ¿Qué iguala, por caso, a Brasil y a Indonesia? Se podría decir que son seis personajes diversos en busca de un autor. Y Wall Street, que precisaba una obra para apurar una definición, ya fuera un drama (preferentemente, por el vértigo de la suba previa) o una comedia, los sube todos juntos a escena -una escena de crisis- y adjudica su auditoría al "tapering" de la Fed. Entiéndase que los personajes y los libretos que recitan ya existían de antes. Y que se desmerece a sus verdaderos creadores -a los Kirchner y Kicillof del nuevo mundo- cuando el acento se pone exclusivamente en los manejos de Ben Bernanke en la Fed. En fin, el colonialismo financiero no difiere del cultural. A Wall Street los emergentes poco le importan, pero le completan el cuadro. Lo que la desvela es su propia suerte. El vínculo estrecho durará lo que dure el espanto. Escribimos una semana atrás sobre el ocaso de los dioses menores que alumbró la crisis internacional, la desconfianza que rodeaba a las economías emergentes. "Ahora que el QE3 se retira, lo que se observa es un drenaje suave (de la liquidez), pero lo que se teme es que, como aconteció entre mayo y julio, el reflujo de capitales se torne más abrupto y dañino". Y así fue. Aunque el derrape es menor que el año pasado, cuando a nadie se le ocurrió hablar de una crisis de emergentes porque hasta los bonos del Tesoro se estremecían. La paradoja es que el "tapering" se volvió inocuo para los activos de EE.UU. o Europa (lo que habilitó su ejecución) y la debilidad de los emergentes, ahora sí, se magnifica al quedar expuesta en soledad, sin otras compañías. Y esta semana el tapering tiene agendada la segunda dosis de su campaña de vacunación. Una vez que los inversores meten a los emergentes en una misma bolsa, y deciden revolear la bolsa, de poco sirve patalear y recalcar las diferencias evidentes. Hasta no salir de allí, y que cese la agitación, les espera un destino mancomunado. Lo que más deben temer los emergentes es al temor mismo. Y, para peor, la desgracia individual de cualquiera de ellos puede realimentar la paranoia sobre el conjunto. ¿Entenderán en Estambul o Yakarta que si la crisis se radicaliza están en manos de Kicillof y Capitanich? Mejor cruzar los dedos para que Wall Street sólo tema una pequeña corrección de su vibrante mercado alcista. Y que, por ende, únicamente necesite una excusa breve y modesta.
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