25 de junio 2014 - 00:00

“La lucha contra las circunstancias es la base de mis libros”

Julia Navarro visitó el país para presentar su última novela, la voluminosa “Dispara, yo ya estoy muerto”.
Julia Navarro visitó el país para presentar su última novela, la voluminosa “Dispara, yo ya estoy muerto”.
La española Julia Navarro era una destacada analista política nacional e internacional, que había trabajado en los principales medios de su país y de Europa, hasta que decidió pasarse a la literatura en 2004 y, desde su primer libro, "La Hermandad de la Sábana Santa", se convirtió en best-seller. A partir de allí publicó "La Biblia de Barro", "La sangre de los inocentes" y "Dime quién soy". Lleva vendidos más de 3 millones de libros en 30 países. Dialogamos con ella durante su paso por Buenos Aires, cuando presentór "Dispara, yo ya estoy muerto", su nueva novela.

Periodista: ¿Cómo se escribe una novela de 900 páginas?

Julia Navarro: En 3 años, y con un trabajo intenso de entre 6 y 8 horas al día, escribiendo también sábados, domingos y feriados porque, al final, escribir es trabajar, y es disciplina, y es sentarte todos los días, y hay gente que va a la oficina, a una tienda a vender ropa. Yo lo que hago es encerrarme en un cuarto en casa y marcarme mi horario, y trabajar en la novela hasta concluirla. Y ahí no importa si las páginas son 900 o más de 1.000 como en mis libros anteriores. Y no es que quiera escribir libros gordos. Los libros no son ni gordos ni flacos, ni largos un cortos; son entretenidos o aburridos, te atrapan o no.

P.: ¿Eso ayuda a una novela histórica?

J.N.: No creo que mis novelas sean históricas. Son historias de personajes donde hay pequeñas historias. Lo que pasa es que cuido mucho el contexto donde suceden esas pequeñas historias, y al marco histórico lo mimo. Si no escribo novela histórica es porque la novela histórica se ocupa de la gran historia, y lo mío son pequeñísimas historias de unos personajes que están en un escenario que procuro construir lo mejor posible.

P.: La historia de su novela "Dispara, yo ya estoy muerto" ocurre en varios escenarios durante un siglo.

J.N.: En menos de un siglo. Comienza a finales del siglo XIX y termina a mediados del XX, va de 1880 a 1948. Todas mis historias transcurren en el siglo XX. Es verdad que en alguna hay una mirada al pasado pero son todas novelas actuales. Pero, en el momento en que te cuelgan una etiqueta, es difícil quitártela. Muchos dicen que escribo novelas históricas, y bueno, es una batalla perdida. Mi intención es que valgan las novelas que hay dentro de la novela, las historias de los personajes. Es lo que entienden los lectores. Cuando tengo encuentros con mis lectores no me hablan de la Historia, me hablan de las pequeñas historias que les cuento, de lo que les pasa a los personajes.

P.: En este caso cambió de temas paso los misterios medievales, los denuncia de los fanatismos, al conflicto palestino-israelí.

J.N.: En este caso sí, he realizado deliberadamente una ruptura con mis libros anteriores para pasar nada menos que al conflicto en Medio Oriente. En realidad mi novela termina en 1948, porque no he querido entrar en el conflicto. En "Dispara, yo ya estoy muerto" están los antecedentes del conflicto. Concluyo mi novela el día que empieza de verdad el conflicto, porque, si no, habría sido otra novela. No podemos saber quiénes somos ni entendernos si no sabemos de dónde venimos. Yo quería hacer una reflexión sobre cómo las circunstancias a uno los colocan en un lado, a otros en otro; entonces escribí dos historias paralelas, una familia judía, una familia palestina, y cómo los mismos acontecimientos tienen efectos radicalmente opuestos, en los unos y en los otros. Son dos sagas familiares. Lo que quería hacer es una reflexión orteguiana sobre la lucha del hombre contra las circunstancias, ese es para mí el fondo de esta novela.

P.: ¿Eligió a propósito comenzar su novela en San Petersburgo?

J.N.: Había pensado en otros escenarios. En Ruanda cuando la Guerra de los Grandes Lagos de tutsis contra hutus, en la Yugoslavia de después de Tito, en la guerra entre serbios, bosnios, croatas. Y finalmente en Medio Oriente, para que se viera la carga que a veces tenemos los seres humanos de luchar contra una circunstancias que no hemos elegido. Es esa lucha que desde el principio de los tiempos desarrollan los hombres para cambiar las circunstancias que le rodean, que a veces es una lucha en la que se pierde la batalla. Creo que en el caso de judíos y palestinos están condenados a entenderse, porque ambos están allí. Israel es un hecho irreversible, pero Palestina también lo es. De hecho, están compartiendo ese trozo de tierra. Si comencé mi historia en San Petersburgo es porque es una de las ciudades más bellas del mundo.

P.: ¿Necesariamente tenía que concluir sus historias en Jerusalén?

J.N.: Con Jerusalén tengo una relación ambivalente. Cuando estoy allí no dejo de pensar en la cantidad de sangre que se ha derramado a lo largo de la historia de la humanidad por poseer esa ciudad, pero al mismo tiempo me sobrecoge. Al estar allí tengo un malestar de fondo por la sangre derramada por este lugar cuna de los monoteísmos, la ciudad tres veces santa, como la llaman. Y hoy uno de los problemas que están constantemente en la mesa de las negociaciones.

P.: Su novela comienza "hay momentos en la vida en la que la única manera de salvarse a uno mismo es muriendo o matando". Una frase fuerte. 

J.N.: Deformación profesional. Yo soy una periodista que escribe novelas, Y los periodistas sabemos que con la primera frase, el punto de arranque, tenemos que fijar la atención de los lectores. En mis novelas busco una frase rotunda para lograr que el lector diga, ¿ahora qué va a pasar? Nunca me siento a escribir si no tengo clara la historia. Cuando la tengo escrita en la cabeza, cuando se cómo empieza y como termina, es cuando me siento a escribir. Durante meses le estoy dando vueltas a los personajes, hasta encontrarlos. He viajado mucho a Medio Oriente, y en el momento de ponerme a escribir eso está en el disco duro de mi cerebro, me ayuda a la historia que voy a contar. La historia de Samuel Zucker niño, que lucha contra su destino, que se rebela contra el hecho de ser judío, porque para él lo único que le ha acarreado es dolor y desgracia. Quería fijar la atención del lector en esa reflexión sobre la lucha del hombre con sus circunstancias. Samuel no ha elegido ser judío, no ha elegido ser ruso, no ha elegido nada, pero se encuentra con algo que vive como una carga, y cuántas veces en la vida nos sucede eso. Cómo no soy determinista en absoluto, creo que la última palabra la tenemos nosotros.

P.: Su novela pasa por las revoluciones sociales, el nazismo, el Holocausto.

J.N.: Me he permitido pasar por los primeros movimientos revolucionarios, el zarato ruso, la Primera y Segunda Guerra Mundial, el Holocausto. Y sobre todo por las consecuencias que tuvo la Primera Guerra: cambió el mapa de Europa y de Oriente. El fin del imperio Otomano dio lugar a un mapa decidido entre ingleses y franceses que ha provocado unos cuantos problemas con esas fronteras absolutamente artificiales, que trataron en una mesa de negociación en Versalles. Sobre las decisiones que toman otros, también reflexiono mientras cuentos historias de gente común.

P.: ¿Cómo hace para que surja lo sentimental en medio de hechos dramáticos?

J.N.: No podemos contar sobre una persona si no mostramos como siente esa persona. A las emociones podemos contenerlas, dominarlas, perlo están ahí. No creo que se puedan construir personajes si no se las dota de alma.  

P.: ¿En qué está trabajando ahora?

J.N.: Desde octubre vengo trabajando en mi nueva novela de la cual nunca anticipo nada.



Entrevista de Máximo Soto

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