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La música volvió a sonar ayer en el Colón, y sonó bien
Pero allí, por fortuna, estaba anoche la misma acústica del Colón: la orquesta sonó como siempre, tanto al oírsela desde la platea como desde las localidades altas (el teatro estaba lleno hasta la tertulia; los únicos pisos no ocupados eran la galería y el paraíso). La nueva caja acústica de escenario que sustituyó la tradicional tampoco dejó mayores dudas sobre su respuesta, y sólo a través de instrumentos de medición específicos podría establecerse, eventualmente, alguna ligera variación imposible de ser percibida por el oído humano.
El interior de la sala lucía, igualmente, espléndido, y esta vez sí de manera visible: los tonos rosáceos o rojos oscuro de los cortinados, los estucos, las molduras exteriores de los palcos y el flamante terciopelo de las butacas dejaban la impresión, antes que de nuevo, de teatro limpio, como si los trabajos de pulido hubieran logrado devolverle al Colón el aspecto que se había ido perdiendo con el paso de los años. Porque éste es uno de los puntos sensibles en los trabajos de restauración: la común y falsa expectativa de que se va a ver algo muy diferente deja lugar a la comprobación de que el edificio de 1908 luce, quizá, como había lucido el día de su inauguración.
Aunque valiosa, la función de anoche fue más entusiasta que especialmente brillante en sus resultados artísticos: había más emoción en gran parte del público y entre los integrantes de la orquesta y el coro, que se demoraron largo tiempo abrazándose al final de la ejecución, que en la misma música de Beethoven. Entrar ayer en el Colón, para no pocos, fue sentido como volver a entrar en el Congreso reabierto después de años de inactividad.
El director de orquesta Carlos Vieu saltó sobre el podio, literalmente, al dibujar con su batuta los compases finales. Tanto él como los notorios solistas Paula Almerares, Alejandra Malvino, Enrique Folger y Leonardo Estévez debieron ser indulgentes con un clima en la sala que no se parecía demasiado al de un concierto regular: no sólo hubo aplausos entre movimientos, sino que las palmas también sonaron en la mitad del cuarto movimiento, antes de la entrada del tenor.
Pero lo que sería imperdonable para la etiqueta clásica, ayer se disculpaba: gran parte de las localidades estaban ocupadas por los operarios que trabajaron durante años en las obras del teatro y que, finalmente, ya sin el casco amarillo puesto, veían materializada su labor. Claro, el público era muy variado, y también se vio aplaudir en los momentos no indicados a todo tipo de profesionales.
Mauricio Macri hizo sólo una breve aparición: llegó al teatro con el concierto ya iniciado y permaneció no más de diez minutos. Se quedaron en cambio Horacio Rodríguez Larreta; el ministro de Desarrollo Urbano, Daniel Chain (de su cartera dependió el tramo final de las obras y fue por su iniciativa la realización de este concierto), y el de Cultura, Hernán Lombardi, entre otros funcionarios.
Desde anoche hasta el próximo 24, día de la reapertura, el Colón permanecerá sin actividad. Las obras de infraestructura continuarán hasta bien entrado el año próximo (hace pocos días se habilitó la sala Benavente del segundo subsuelo y aún resta todo el llamado «Sector C», debajo de la cortada Toscanini). La planta de trabajadores, en cambio, aún se mantiene en la expectativa por el próximo paso del Gobierno, tras el fallo de esta semana del juez porteño Guillermo Scheibler, que ordenó restituir al personal desplazado a otras reparticiones. Las fiestas nunca son completas.
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