3 de septiembre 2008 - 00:00

Lo hice sola, presumió Cristina ante íntimos

La sorpresa con que el gobierno hizo el anuncio del pago de la deuda con el Club de París intentó, casi con ingenuidad, reforzar el efecto político de la medida. El misterio con el cual los Kirchner encapsularon la decisión buscó que funcionase como alimento de la principal obsesión del matrimonio: blindar la autoridad presidencial de una Presidente que no ha podido en casi un año generar la confianza en su gestión.

El manejo de la crisis del campo fue un laboratorio de conductas y de experiencias del cual pudo aprender algo este gobierno que dilata medidas que le reclaman los sectores, que los propios funcionarios admiten como imprescindibles, pero que se toman casi cuando ya es tarde. ¿Cuánto costó pelear la Resolución 125 para después admitir que era inviable? ¿Cuánto costará la demora en cerrar el conflicto con el Club de París que pudo tomarse antes y a costos mucho más bajos? En política también lo barato sale caro.

Se sabe ahora -lo confesó ayer Cristina de Kirchner a quienes se quedaron con ella después del anuncio- que la Presidente había tomado la decisión del pago hace varios meses. Por eso Martín Lousteau fatigó alfombras y despachos en Estados Unidos y en Europa perfilando detalles de la medida que no llegó a ver como ministro. Más aún, lo despidieron del cargo cuando acercó al despacho presidencial una minuta de reformas que debían realizarse y en la cual el pago al Club de París figuraba como lo más importante.

«Los ministros se enteraron del anuncio cuando caminaban conmigo del despacho presidencial al Salón Blanco», reía la Presidente en esa jarana que suele seguir a los actos en Gobierno. Se atribuyó ella sola haber hecho la negociación internacional, sin auxilio de ningún funcionario. Se entiende la euforia: es la decisión más importante que ha tomado en un mandato que hasta ahora agotó pagando cuentas ajenas.

«Es un anuncio superior, superior», se entusiasmaba en ese instante Néstor Kirchner, ante el inmenso televisor en la residencia de Olivos, desde donde siguió el anuncio.

Esperaba para celebrar a otro gran audaz de la política argentina con quien vio llegar la noche, el ex vicepresidente Carlos Chacho Alvarez. «¡Lo que va a significar esto para la economía del país! ¡Y nadie lo sabía!», le dijo a Chacho cuando lo abrazó antes de comenzar lo que definieron como una sesión de análisis de las perspectivas de integración regional. (Como se sabe, Kirchner está nominado para ocupar la presidencia de la Unión de Naciones Sudamericanas, y quería escuchar una clase del locuaz Alvarez.)

  • Promesa

    En el relato que les hizo en su despacho a los íntimos, la Presidente reveló que la decisión de pagar era conocida por algunos mandatarios extranjeros, con quienes se entrevistó a solas desde que asumió. Enumeró por lo menos a tres: Nicolas Sarkozy, José Luis Rodríguez Zapatero, Angela Merkel. En esas reuniones, Cristina de Kirchner, reclamando silencio lacrado, les prometería un pago inmediato de la deuda, pero esperaría el momento político para hacerlo.

    Que haya dedicado el otoño y el invierno a pelearse con el campo justifica de sobra que el anuncio se haya hecho ahora, cuando la presión sobre el país parecía insoportable con versiones de defaults totales o parciales, y con un gobierno acosado por los compromisos externos de este año y el que viene.

    El secreto de la decisión lo compartían dos personas más: Carlos Zannini y, obviamente, Néstor Kirchner. El primero pergeñó el proyecto de ley enviado al Congreso que replica el contenido del Decreto de Necesidad y Urgencia 1599/05 que firmó Kirchner en diciembre de 2005 y que ratificó el Congreso por una ley, para autorizar el pago de la deuda con el FMI. El decreto que se conoció ayer reproduce la orden al Ministerio de Economía y evita el principal escollo político que había alzado el propio gobierno Kirchner para este trámite: como se trata de un pago decidido de manera unilateral, y no es una renegociación de los compromisos, no hace falta el aval del FMI. Esta intervención del organismo es mandatoria en las normas que rigen el compromiso con el Club de París. Toda vez que los Kirchner ponían reparos a este pago que apuran hora en tiempos de emergencia, argumentaban que nunca admitirían una negociación condicionada al aval del FMI.

    Antes de la conversación final de los Kirchner en El Calafate durante el fin de semana, la necesidad de la señal de pago salió de Olivos aquella tarde del 10 de agosto, cuando se resolvió la recompra de bonos como una forma de reinsertar a la Argentina en el mercado de capitales. Este diario informó en la edición del lunes 11 que Cristina de Kirchner había admitido la necesidad de que se apurase el acuerdo anunciado ayer, que figuraba además en las minutas de ex funcionarios como Alberto Fernández y también del nuevo jefe de Gabinete, Sergio Massa, y otros hombres de consulta en materia económica como Jorge Capitanich. Este gobernador fue, como senador nacional, quien plantó los fundamentos de la Ley 26.076 que avaló el decreto Kirchner de pago al FMI con reservas de libre disponibilidad (en realidad, una reforma a la Ley de Convertibilidad).

    Algunos políticos, entre ellos los Kirchner, antes Carlos Menem, aprecian como un mérito de gestión saber guardar secretos. Ese formato tradicional de la política criolla desgasta, sin embargo, el efecto de las decisiones, que otros mandatarios, en otros países, prefieren que surjan de acuerdos, consultas y consensos que comprometan a todos en la suerte final de la iniciativa. Parecen ponderar más la forma y la oportunidad que los beneficios efectivos de las medidas que toman. En este caso, como en el anuncio anterior del pago al FMI, el gobierno se aísla en la decisión, busca medrar con la oportunidad y decide a destiempo. Ya se ha dicho lo que costó pagarle al FMI al contado u$s 10 mil millones con la sola intención de que no se dijera más que el organismo le daba órdenes al gobierno argentino, al costo de perder al prestamista externo más barato.

    Habrá que calcular ahora cuánto le ha costado al país la demora en cerrar la puja con el Club de París, uno de los reclamos más viejos que ha tenido el gobierno, no sólo de los vigilantes del sistema -a quienes el gobierno les reprocha intenciones de medrar-. Ese pedido lo vienen haciendo desde la gestión Kirchner la mayoría de los gobernadores y las cámaras que nuclean a empresarios medianos y chicos que ven demorados créditos de bancos europeos e inversiones comprometidas porque la Argentina seguía en «veraz» externo como incobrable. «Nuestro pasado nos condena», citó la Presidente a Martín Redrado ayer; bien pudo el gobierno, antes, acortar ese pasado y no arrastrar ese veto a las inversiones con un costo absurdo para el país en pérdida de riqueza, de oportunidades y de mejor futuro.
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