10 de diciembre 2008 - 00:00

"Me ocupo de los que la historia oficial ignora"

Para la autora, Regina Pacini (en principio, rechazada por la buena sociedad por ser cantante lírica), la fascinó al punto de que el libro podría haber llevado sólo su nombre.
Para la autora, Regina Pacini (en principio, rechazada por la "buena sociedad" por ser cantante lírica), la "fascinó al punto de que el libro podría haber llevado sólo su nombre".
La pasión, rechazada por el patriciado porteño, entre Marcelo T. de Alvear y la cantante lírica Regina Pacini, una mujer que deja el escenario por amor y una voz que quedó en las penumbras de su mayor obra, la Casa del Teatro, son algunos de elementos que, según explica Ana María Cabrera, la impulsaron a escribir «Regina y Marcelo. Un duetto de amor»,

Periodista: Tras el éxito de su libro sobre Felicitas Guerrero, ¿cómo decidió contar de Regina Pacini y Marcelo T. de Alvear?

Ana María Cabrera: Justamente, porque primero escribí sobre la vida de una mujer, Felicitas Guerrero, y luego de Cristián Demaría, un hombre olvidado, un juez penalista que en el siglo XIX defendió a las mujeres, que no está en ninguna página de la historia oficial y que yo descubro cuando estoy haciendo la investigación de Felicitas. Entonces sentí que necesitaba contar la historiade una pareja, de un largo matrimonio.

P.: Aunque allí también la mujer tome un rol preponderante.

A.M.C.: Como nos ocurre a los narradores, mientras iba encaminando la trama, Regina me fue llevando y me fascinó, al punto de que el libro podría haber llevado sólo su nombre. Si le puse de subtítulo «un duetto de amor» es porque la afinidad que unió a Marcelo y Regina es el amor por la ópera y el arte. Y fue un amor que tuvo que enfrentar los desaires de la sociedad. Alvear estuvo ocho años persiguiéndola por los teatros de Europa, porque ella era muy famosa, una excelente soprano. Todos pensaban por el apellido que era italiana; el padre era un barítono italiano, pero ella nació en Portugal. Ella tarda en darle el sí a Marcelo, porque la condición era que dejara de cantar o, en todo caso, que cantara sólo para él. La oligarquía porteña le mandará a París una carta con 500 firmas para que Marcelo no se case con una «comedianta». Por el Jockey Club murmuraban sobre esta relación y todas las señoras de la sociedad que querían casarlo con las hijas a ese muchacho con plata, buen mozo, soltero, estaban indignadas. Frente a eso, él, con el potente vozarrón que tenía, decía por todas partes: «si son hombres que vengan a decirme lo que no tengo que hacer, y si son mujeres que aprendan de ella».

P.: Salió a defenderla de las murmuraciones.

A.M.C.: Se jugó, y, sobre todo, cuando se casó con ella. Pero ella dejó por él todo. Dejó el canto, su país, su madre, sus hermanos, y aquí la dejaron sola. Y ella, en vez de responder con rencor, nos regaló, nada más y nada menos que la Casa del Teatro, que es única en el mundo. Qué malos fuimos con ella, y ella qué generosa que fue. Esa mujer fue nuestra primera Primera Dama del siglo XX, y la única extranjera esposa de un Presidente argentino. Que no sólo hizo por el arte, por los actores y por los argentinos la magnífica Casa del Teatro...

P.: ¿Detrás de qué otro hecho trascendente estuvo?

A.M.C.: Durante la Presidencia de su marido quiso que se creara Radio Municipal, cosa que saben pocos, para que el pueblo pudiera escuchar óperas desde el Teatro Colón. Fue amiga de los grandes actores. Fue amiga de Pascual Carcavallo que creó el teatro El Nacional. Luchó por los derechos del autor teatral. Se juntó con Luisa Vehil, Iris Marga, Enrique Muiño, entre otros, para que se fundara la Casa del Teatro. Pero le costó mucho, le llevó años. Iris Marga cuenta que siendo Alvear presidente se organizó una función a beneficio de la Casa del Teatro en el Colón. Ella sabe que con las entradas se ha juntado muy poco dinero para poder terminar la Casa. Entonces ella, la Primera Dama, se levanta con su bolsita y va pidiendo plata butaca por butaca, palco por palco. Cuando le llenan la bolsita, saca su chal, y después siguiéndola los caballeros sacan sus sombreros de copa, y la orquesta del Colón, emocionada, toca la Marcha Triunfal de «Aída».

P.: Esa anécdota la emocionó

A.M.C.: Yo a Regina la fui queriendo muchísimo. Como ella murió en 1965, a los 95 años, pude entrevistar a gente que la conoció. Entre ellos está Serafín Flores, el cuidador de la bóveda de Alvear, que me contó que Regina, que sobrevivió como veinte años a Marcelo, iba todos los meses a llevarle rosas rojas y blancas. Un día le pregunta a él, que era por entonces un chico, «¿Tenés hambre?». «Y sí, ¿por qué?». «Y, como yo tengo hambre, podemos comer juntos». Así empezaron a comer en la cantina Don Manolo de Recoleta. La cantante Helena Arizmendi me contó de cuando fue a ver a Regina, ya viuda, a Don Torcuato y la estaba esperando en la puerta una mujer fea. Todo el mundo me ha dicho que Regina era fea, tanto de joven como de vieja. Nunca fue linda. Helena dice que luego de haber estado charlando toda la tarde, tomando el té, se fue con la impresión de haber estado con una mujer bellísima.

P,: ¿Cuál considera que fue su meta secreta en esta obra?

A.M.C.: Me di cuenta en un momento de que buscaba intensamente el alma de este libro, así como tuve el de Felicitas y el de Cristián. Me faltaba el de Regina. Eso hasta que un día una actriz de ochenta y pico de años, casi ciega, Delia Chávez, me dice: «El alma de Regina está en la Casa del Teatro. Yo me sentía como actriz acabada; acá hay un museo chiquito con la pocas cosas que dejaron de Regina, un día me senté ahí en el sillón de ella y de pronto sentí que podía volver al escenario, y ahora estoy haciendo 'Ana Frank', ese empuje vital es lo que nos dejó Regina Pacini». Ahí sentí que tenía el alma de mi libro.

P.: ¿Ahora qué está escribiendo?

A.M.C.: Me estoy yendo a Salta porque estoy escribiendo la historia de Magdalena Macacha Güemes.

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