Nacido en Burdeos en 1928, Molinaro empezó a los 16 años como cortometrajista y asistente de dirección. A los 30 hizo su primer largo, "Acorralado" (Dos au mur), drama con Gerard Oury descubriendo el engaño de su esposa, Jeanne Moreau. Más dramas, a veces cercanos al género policial: "Des femmes disparaissent" (aquí rebautizado "Vampiros del sexo"), "Amores de verano", "Un testigo en la ciudad" y su primer gran film, "La muerte de Belle", 1961, con guión de Jean Anouilh sobre novela de Georges Simenon.
A esa altura quisieron integrarlo a la Nouvelle Vague, inclusive entró junto a Jean Luc Godard en "Los siete pecados capitales" (segmento "La envidia"), pero él se decantó por el cine popular: "Arsenio Lupin contra Arsenio Lupin", "Una adorable idiota", con Brigitte Bardot, "A cazar solteros", "Oscar" con Louis de Funes (6 millones de entradas solo en Francia), los excelentes "Mi tío Benjamin" y "L' emmerdeur", ambos con Jacques Brel, "Drácula padre e hijo", con Christopher Lee y Bernard Memez, y otros, culminando en "La jaula de las locas", 1978, éxito mundial que obligó a tres secuelas y una remake norteamericana comparativamente floja.
En total, entre comedias, policiales, dramas cotidianos, el inquietante "Dulce tortura", 1971, series, y adaptaciones televisivas de grandes autores (Zolá, James, Zweig, etc.), Molinaro dirigió más de 50 títulos. A los 68 se despidió del cine con "Beaumarchais el insolente", sobre viejos textos de Sacha Guitry. A los 69 recibió el premio René Clair de la Academia Francesa de Letras. A los 80 se fue de la televisión, con un episodio de "Scénarios contre les discriminations", y escribió su autobiografía, "Interieur soir". Muerto el sábado a los 85, lo despidieron el presidente de Francia, el ministro de Cultura, colegas y actores, que destacaron su cultura e inmensa modestia.
"La mayoria de sus films están en el panteón de la comedia a la francesa", comentó "Le Figaro". "Integró esa clase de cineastas que algunos llaman de modo peyorativo y totalmente injustificado apenas 'buenos fabricantes', como si no fueran buenos creadores", analizó Pierre Arditi.
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