Resulta imprescindible, en esta instancia, que el Gobierno actúe si espera celebrar su segundo aniversario el próximo diciembre con una economía y una industria en crecimiento, ya que las señales del presente no resultan del todo alentadoras.
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Quienes sostenemos desde principio de año que el Gobierno equivocó el diagnóstico sobre los problemas de la economía, hoy vemos que mantener una política poco proactiva en materia económica, y sobre todo industrial, no hará otra cosa que generar los mismos resultados, especialmente en un contexto mundial más adverso.
A hoy, el Gobierno centró su programa económico en resolver distorsiones tales como el cepo cambiario, que efectivamente afectaba a la economía, así como en bajar la inflación. Su premisa fundamental es que por la vía de la reconstrucción de "confianza" externa, y la mejora de ciertas variables e indicadores, se podrían atraer nuevas inversiones que rescatarían a la economía de cuatro años de estancamiento o crecimiento bajo. No fue ni será así.
El principal problema consiste en creer que las soluciones vendrán dadas desde el exterior, y no desde adentro. El mundo de hoy no resulta apto para ello: cada vez se compite más por los mercados, por agregar valor y, sobre todo, por dar empleo: nadie regala nada. Los acontecimientos políticos internacionales más importantes del 2016 así lo muestran: tanto el Brexit como la elección de Donald Trump confirmaron una tendencia contraria a la apertura de las economías. Los números también lo ratifican: mientras el comercio mundial se encuentra estancado este año (crece apenas 0,04%), la economía mundial sí se expande.
En este contexto de des-globalización de la economía real, el único beneficio que tiene la estrategia del gobierno es el endeudamiento, facilitado también por el bajo nivel de deuda externa con relación al PBI que dejó la administración anterior. Como muestra la historia argentina, ese proceso es un arma de doble filo y podría terminar mal si se utiliza ese endeudamiento para gasto, en lugar de que sea una herramienta de inversión.
Es por ello que, para retomar la senda del crecimiento, resulta importante adoptar una actitud proactiva. Las políticas orientadas a la estabilización debieran ser complementadas por medidas que apunten decididamente a la reactivación. El gobierno debiera explicitar y aplicar un plan integral de desarrollo que incluya el fomento a la demanda a través del salario, así como también incentivos claros e integrales para la inversión.
El Estado tiene que cumplir un rol fundamental para orientar este proceso, y contar con una mirada que combine la coyuntura y la estrategia. El Gobierno ha manifestado que es consciente del alto nivel de presión tributaria que afecta a la producción (34% sumando todos los niveles del Estado, igual que el promedio de los países de la OCDE), pero todavía no ha explicado cómo va a solucionarlo. La actividad económica continúa sufriendo por la falta de crédito accesible a tasas razonables, lo cual requiere no solo reducir más aún la tasa de interés, sino que también haya líneas específicas para el sector productivo y con mirada federal.
No debemos creer que cuestiones tan complejas se solucionarán por sí mismas. El 2016 ya mostró que no hay recetas mágicas, y el 2017 no pareciera ser distinto. El crecimiento sostenido y sostenible depende de que nos enfoquemos cuanto antes en la resolución de estos conflictos.
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