- ámbito
- Edición Impresa
Para Iturria, “casa” es mucho más que cemento y ladrillos

Las «casas» del pintor uruguayo Ignacio Iturria (que actualmente expone en Barcelona), no son espacios arquitectónicos sino humanos, o bien poéticos.
En el libro «Poética del espacio», Gastón Bachelard conjeturó que las imágenes de la casa donde vivimos se graban en nosotros con la misma intensidad con que nuestra imagen se graba en ella. Iturria ha transpuesto esta idea en sus singulares obras. En esas imágenes, Iturria lleva grabadas en su memoria no sólo las de su casa en Montevideo, su ciudad natal, y aquellas que ha ocupado en Cadaqués. Son también las de decenas de otras casas, en las que ni siquiera ha habitado: es que Iturria, si bien parte de su casa, remite, en verdad, a la casa del hombre, del hombre de todas las latitudes, a quien mira (y por quien mira) desde su tierra uruguaya.
Las casas, que no pueden dar a conocer la imagen que de nosotros guardan, incluyendo (o empezando por) la del mismo Iturria, encuentran la manera de hacerlo a través del pintor. Para el artista, por cierto, la casa es algo más que una envoltura de cemento y ladrillos, dividida por muros y taraceada de puertas y ventanas.
No se trata de un arquitecto que expone su oficio sino de un artista desinteresado de medidas y proporciones. Sus espacios no son arquitectónicos sino humanos, o bien poéticos, como los de Bachelard, para quien el espacio vivido elude la puntualidad del agrimensor y la certeza del constructor y espera del hombre el dominio de la invención. De ahí que la casa esté expresada, resumida y simbolizada, por medio de sus muebles, sus objetos, sus paredes, sus habitantes.
Armarios, sillas, sillones, mesas, hablan por la casa y de la casa, ya cuando el artista los pinta, ya cuando los corporiza en objetos de cartón o papier mâché. Pero en uno y en otro caso, tampoco se atiene a las reglas -por llamarlas de algún modo- del diseño.
Así, en una de sus telas muestra una casa, más bien la habitación de una casa, vista desde arriba. La habitación carece de techo. Es una caja hecha de muros. En el ángulo superior izquierdo, dos camas, en cada una de las cuales hay un hombre tendido. Hacia la derecha, una mesa con dos sillas y algunos platos y utensilios de cocina, cerca del vano de una puerta. Otra silla, también vacía, está apoyada sobre la pared de la derecha.
Iturria ha observado las normas de la perspectiva, pero las deja de lado para ubicar dos figuras humanas que caminan por las paredes, y una tercera que aparece sentada en el mismo sentido, esto es, con el respaldo de la silla sobre el piso y las patas sobre el muro. Por último, dos imágenes que suelen repetirse en las obras de Iturria: un avión en vuelo, pintado sobre el piso, y un elefante, cuya silueta encontramos en el espesor de la pared.
En otra de sus obras, un enorme armario que sólo tiene un cajón debajo, exhibe una impensada canilla en el lado izquierdo de su gran espacio vacío. La canilla está abierta, y por su chorro de agua se desliza una mujer desnuda. Un hombre de pie camina sobre la repisa inferior; un segundo hombre está sentado allí mismo; y la cabeza de un tercero emerge por una insólita ventana, como espiando la escena.
La propuesta artística de Iturria no se guía por las leyes físicas ni por los modos de la representación pictórica. Todo en él procede de sus visualizaciones, que no necesitan sino además rechazan las formas tradicionales y las apariencias establecidas, porque su meta es crear otras apariencias con formas propias. Iturria es así un exponente de lo que hemos denominado Cultura de lo Surreal, tan enraizada en América latina, según lo advirtieron André Breton y Antonin Artaud en la década de 1930, en México.
La exposición en la galería Oriol incluye alrededor de treinta obras entre pinturas, dibujos y objetos. «Los objetos de Iturria abandonaron la virtualidad del cuadro, de la pintura, para encarnarse en las tres dimensiones, para instalarse en toda su corporeidad real en el espacio exterior, real. Es decir, el artista adopta el lenguaje volumétrico de la escultura. Pero muebles que son pintados como si fueran cuadros, con idéntica técnica pictórica. Muebles, digámoslo ya, que no cumplen las funciones utilitarias que los códigos de diseño modernista les asignan, que fueron realizados a una escala que los aleja de las proporciones convencionales. Muebles que, por consiguiente, pueden asumir formas monstruosas», escribió Ángel Kalenberg.
Iturria (1949) inició su formación en dibujo publicitario en la Universidad del Trabajo de Uruguay, para luego centrar su interés en la pintura. En la estructuración interna de sus telas así como en sus propuestas experimentales con distintos tipos de soportes y materiales pobres, se ha reconocido cierta huella de Joaquín Torres-García.
En 1988, fue uno de los artistas seleccionados por el Fund for Artists Colonies de Nueva York y participó durante tres meses en una colonia de artistas de distintos países. Entre otros premios, en 1994, obtuvo el Gran Premio de la IV Bienal Internacional de Pintura de la ciudad de Cuenca, Ecuador. Iturria representó al Uruguay en la VI Bienal de la Habana (1997).
Dejá tu comentario