La muestra «Un Diálogo de Signos» es el encuentro entre dos artistas de culto: León Ferrari y Henri Michaux, en el que lo menos importante es saber cuál es la obra de uno y de otro.
Más de 80 obras para solazarse, buscar refugio espiritual, desentrañar la palabra, descifrar signos, profundizar la introspección. Entrar en la Galería Jorge Mara, (Paraná 1133), encontrarse con la obra de León Ferrari (Argentina, 1920) y Henri Michaux (Bélgica 1899- París 1984) depara un momento de felicidad y ya no es tan importante saber cuál es la obra de uno y de otro, ambos se funden en ese «arte alto», sólo para aquellos que no se dejan arrastrar por tanta falsedad artística.
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Caligrafías, reflejos a la manera de sismógrafos de emociones profundas, trazos en diferentes direcciones, letras apretadas, sobre o bajo el renglón, casi infantil, densas manchas que recorren el papel para después disolverse, formas vegetales, zoologías, figuras en movimiento para después volver al vacío, arabescos de alambres, enmarañadas, abigarradas escrituras, deformación de caligrafías. Obra inclasificable.
Dos artistas de culto se encuentran, ambos son poetas, recuperan signos, «Signos/signos no de techo, de túnica o palacio/no de archivos ni enciclopedia del saber/sí de torsión, de violencia, brusquedad/de deseo cinético» (Michaux), inventan, esconden secretos, son calígrafos (en China significa la sal de la tierra), exponen sus paisajes interiores, sus dolores, sus ideas combativas (la «Carta a un general», 1963, de Ferrari), su no conformismo.
Henri Michaux dijo que «el arte es lo que ayuda a salir de la inercia, soy de los que aman el movimiento, que emborra las líneas, movimiento como desobediencia, como reorganización»(Emergences- Résurgences, 1972).
En cuanto a León Ferrari, Andrea Giunta, profunda conocedora de su obra, autora del texto «Textura del Dibujo», del hermosísimo libro-catálogo editado para la muestra, señala «la larga historia detrás de estos dibujos, testigos y depósitos de experiencias familiares, sus comienzos como artista, su condición abstracta y al mismo tiempo biográfica de un dibujo realizado con la misma persistencia, en tiempos de celebración y en tiempos de desencanto».
«Un Diálogo de Signos» nos permite entrar en la densidad del lenguaje como forma que puede ser infinita. Fascinante exposición, que clausura el 30 de junio.
*De Roberto Scafidi (1963), sólo se han visto obras de manera fragmentaria, por lo que en su actual «Retrospectiva 1994-2009» en el Palais de Glace (Posadas 1725) se puede apreciar un conjunto que tiene a la rigurosidad formal como una de sus características sobresalientes.
Ha sido ganador del Premio Braque en 1991, lo que le permitió permanecer en París durante un importante período; en 1993 obtuvo una Mención en la Bienal Proa y, en 1994, la Beca Taller Guillermo Kuitca.
Se expresa a través de una geometría de exuberantes colores, paisajes aéreos, vistas cartográficas, zig-zags, rectas, que producen vibraciones ópticas cambiantes. Ningún cuadro es igual a otro, no obstante su estructura de barras de colores que, a primera vista, podrían ser consideradas caóticas porque se imponen a la primera mirada. La monotonía está ausente y en la lectura de la obra, poco a poco todo se encauza provocando contrapuntos, relaciones, armonías, ya que la música está presente. Lo señala Luis Felipe Noé al relacionarlo con Mondrian y su «Broadway Boggie-Woogie».
La obra de Scafidi es dinámica, reverberante, manual, esto es para destacar, la destreza de un pincel que no presenta fisuras, obsesivo en su desplazamiento por la tela, se vislumbra una cierta ironía en algunas obras en las que rompe, adrede, su rigor con la presencia de algún muñequito de utilería. Quizás el artista está señalando al hombre de hoy, perdido en el laberinto gris de las ciudades urbanas.
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