27 de enero 2010 - 00:00

Sendra: “Pensé una novela seria y me salió con humor”

El humorista gráfico define su opera prima, «La calle de las cuatro enaguas», como una «novela de iniciación, romántica, erótica y, también, de misterio, porque hay un enigma dando vueltas por la trama».
El humorista gráfico define su opera prima, «La calle de las cuatro enaguas», como una «novela de iniciación, romántica, erótica y, también, de misterio, porque hay un enigma dando vueltas por la trama».
Si bien las historietas y chistes del humorista gráfico Sendra aparecieron en numerosos diarios y revistas, fue el chico, protagonista de la tira «Yo, Matías» el que lo hizo popular. Fernando Javier Sendra, nacido en Mar del Plata, aunque «porteño de ley», siguió en la UBA ingeniería «hasta que me abandonó, afortunadamente fue un divorcio consensuado», explica, y en las escuelas Manuel Belgrano y Prilidiano Pueyrredón estudio Bellas Artes, hasta que decidió irse un año a París. Al regreso se dedicó a publicar en los más diversos medios sus dibujos caracterizados por dar marcada importancia al texto, algo que proviene de una madre profesora de literatura, y de los poemas y cuentos que fue borroneando desde la adolescencia. Décadas después se decidió a lanzarse a la literatura y escribió «una divertida novela seria» que llamó «La calle de las cuatro enaguas», y que acaba de aparecer. Dialogamos con él,

Periodista: Pasar del humor gráfico a la narrativa, a las letras, tiene ahora un modelo emblemático...

Fernando Sendra: Sin duda, Roberto Fontanarrosa lo hizo muy bien. Pero creo que el «Negro» mantuvo en su obra literaria su condición de humorista. En mi caso no es así; con «La calle de las cuatro enaguas» quise hacer una novela seria, pero 38 años de oficio me llevaron sin querer a usar mecanismos del humor, quizá porque los uso cuando discuto, cuando pido un boleto en el colectivo, en toda ocasión. «La calle de las cuatro enaguas» es un relato que tiene las características de una novela de iniciación, romántica, erótica, y, también, de misterio, porque hay un enigma dando vueltas por la trama. Descubrí, más al releerla que al escribirla, que tenía muchos mecanismos típicos del humor, no para producir risa sino para producir sorpresa, con esa tensión que instrumenta el humor al guardar todo para el remate.

P.: ¿Qué cuenta en «La calle de las cuatro enaguas»?

F.S.: La historia de Jean Francois Millard, un muchacho de 17 años que vive su despertar amoroso y sexual y se vuelve un seductor precoz. El título surge de un incidente que abre la historia. Una persona sufre una herida y cuatro mujeres van a socorrerla y le enjuagan la herida con sus enaguas. Jean Francois, que vive en ese barrio, desde un umbral ve a las mujeres en su acción de socorro, les observa las piernas y un tanto más allá. Todo esto ocurre en París, a partir de 1901. A partir de ahí, un poco de casualidad y un poco buscadamente, el chico se va quedando con esas cuatro mujeres.

P.: Que son muy diferentes.

F.S.: Muy diferentes. Al escribir me pasó algo que supe que le ha ocurrido a muchos autores, y que no entendía hasta que me empezó a pasar a mí. Uno quiere que el personaje haga determinadas cosas, y el personaje quiere hacer otras. Yo quería concretamente que se enamorara de una de las mujeres, y este pibe se me termina enamorando de otra. Y se enamora de una mujer bastante mayor que él, que tiene una vida matrimonial organizada con un hombre mucho mayor que ella, muy hábil para los negocios, con el que se complementaba muy bien. Ambos pierden los rieles de lo que era hasta entonces su vida. Simplemente, dejando de lado cualquier barrera, se enamoran. Bueno, además, hay intrigas insospechadas, negocios turbulentos, delitos calculados, un mago sorprendente y un monje que desde el pasado anticipa el futuro. Pero no voy revelar una trama que tiene mucha acción, aventuras y erotismo. ¿No suena a publicidad de una película de Bruce Willis? [Se ríe].

P.: Algo de película tiene su novela, porque es muy visual.

F.S.: Es que escribo, además de como humorista, como dibujante. Escribo con imágenes descriptivas. Me sucedió que iba viendo la historia como una película. Empecé con una calle, pero no sabía quien me la mostraba, quién estaba viendo realmente ese pedazo de París, y para poder averiguar quién me contaba eso seguí escribiendo. Cuando me di cuenta hasta dónde había ido, ya se me había despertado el entusiasmo por algo más que la calle, el barrio, el momento, me había metido en una historia de la que quería saber más.

P.: ¿Por qué comenzó en Francia a principio del siglo pasado?

F.S.: Mi novela surgió de haberme desafiado a un compromiso prolongado con la literatura, para poder contar una historia extensa. Los temas que se me ocurrieron al principio no me resultaban. De ahí salio el encontrar un lugar y una época. Descarté muchas épocas, hasta que me animé con comienzos del siglo XX, época que, de algún modo, marcó mi generación. Además el haber vivido en París me daba libertad al narrar. Y, elegir ese lugar, esa época, me liberaba de lo inmediato y actual. Eso me permitió contar cosas que sin saber que las cuento me fue más fácil contarlas. Uno se pone un disfraz para ser más uno. El narrador no termina de escaparse de lo que cuenta.

P.: Su historia pareciera remitir a las novelas erótico-pornográficas que, en París, a comienzo del siglo XX, escribió el poeta Guillaume Apollinaire. ¿qué influencias literarias considera que tiene?

F.S.: Muchas menos que las que debería. Soy más periodista que otra cosa. Me gusta el fluir del relato que se da en los cuentos, por volver a él, de Fontanarrosa. Son casi como una charla entre amigos donde se deja caer con sencillez una historia. Por mencionar otro argentino, y no caer en las redes de los clásicos de repertorio, Roberto Arlt me gusta mucho, pero tiene algo oscuro, opresivo, que no me pertenece, además, contrariamente a lo que han dicho durante tanto tiempo, leído hoy, creo que escribía demasiado bien. Arlt pertenece a esos escritores que cuando abro su obra siento que saben adónde van, y yo al contar una historia no sé hacia dónde voy, y eso me entusiasma. Me fascina ignorar lo que va a ocurrir en el próximo paso, y la posibilidad de que allí pueda estar arruinando todo lo que escribí hasta ese momento. Pensándolo mejor, quizá la mayor influencia literaria es que mi vieja es profesora de letras, y no faltaban libros ni comentarios sobre ellos. Uno de los personajes de mi novela es profesora de letras, y además pinta, esto es para psicoanálisis, ¿no? Bueno, también están las otras tres mujeres que tienen que ver con el muchacho: la prostituta, la dama de la que se enamora y la sirvienta de la dama. Cuando escribí, sigamos con el psicoanálisis, no sabía adonde iba y ahora que me releo no sé, en lo profundo, hasta dónde fui.

P.: ¿Cómo se le ocurrió la fórmula del diario íntimo del protagonista algo que le permite introducir desde poemas a elementos periodísticos?

F.S.: Si piensa que lo hice a propósito, le agradezco su osadía. La historia necesitó de esos elementos. Como dibujante, como artista plástico, me manejo con imágenes, pero a la vez como me gusta mucho lo literario, tiendo a fundir ambas cosas. En mi humor gráfico importa el texto. Y en el relato me gusta que esté el collage. Con ese criterio pude introducir poemas, hasta uno en latín, junto a las indicaciones decimonónicas de la loción para después de afeitarse, que son algo más que entretenidas, que son algo más que un refresco en el andar de la aventura. Además, el collage tiene algo de rescate. Por caso, los poemas corresponden a cosas que escribí en diversos momentos de mi vida. Hay uno de mis 13 años que tiene una correspondencia con emociones del protagonista, versos que no creo que pudiera anotar con aquella sensibilidad adolescente.

P.: Después de esta primera experiencia narrativa, ¿no le dio ganas de seguir contando historias?

F.S.: Pasó algo muy divertido. Cuando uno tiene un espacio reservado todos los días para escribir, de golpe después del parto de la obra uno se siente vacío. Empecé a escribir, más para llenar ese vacío que por otra cosa. Busqué cosas en mi vida que no estuvieran conectadas en lo real, sino en la imaginación. La primera imagen fue la de un tío muy alegre que era mecánico, que tenía su taller en la casa de mi abuela, y hacía enormes pompas de jabón en una pileta, y aunque no las hacía para mí, sino para él mismo, era mi héroe. Comencé a conectar eso con otras cosas. Le conté el asunto a mi madre, y le dije que no sabía cómo a partir de ese lavarse la manos, de las pompas inmensas, el narrador podía descubrir un secreto dramático de su familia, un misterio, un asesinato. Y ahí mi vieja me dice: «ah, si es por asesinato, en la familia tampoco falta [Risas], porque cuando vino de Italia el primo del abuelo llegó escapándose con un amigo porque habían matado a un tipo». Ya tenía el relato, pero en realidad, me puse a escribir otro desde cero, porque ése ya lo tenía.

Entrevista de Máximo Soto

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