Filmada en Sheffield y Yorkshire, «Entre gigantes» cuenta las alternativas de un grupo de desocupados que mediante un contrato en negro se mete a pintar torres de alta tensión (un trabajo tan arriesgado como pintoresco), y, más que eso, cuenta los problemas afectivos que pueden surgir entre un hombre grande, que ya viene de un fracaso matrimonial, y una chica que viene de Australia y desconfía de las relaciones estables. Además, puede causar fisuras en el equipo. De todos modos, su presencia permite las antedichas manifestaciones corporales. Ya se sabe, no hay mal que por bien no venga.
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Por cierto, la película cae varias veces en lo deliberadamente comercial, pero eso sería lo de menos. Su verdadero problema (y lo que más diferencia este libreto del otro) es el modo en que la historia va perdiendo ilación. Y eso que se trata de una historia atractiva, y bastante aireada, como se advierte. Sólo que después de un planteo que ya de por sí es poco convincente (caramba, ¿por qué no pintaron esas torres antes de levantarlas?), ninguno de los conflictos propuestos alcanza entero desarrollo. Tampoco es creíble el momento en que explotan varios de ellos.
Con todo, y en atención a otros momentos, puede verse. El es Pete Postlethwaite, el empeñoso director de orquesta de «Tocando al viento», aquí en una de sus raras apariciones como protagonista, y ella es Rachel Griffiths, la amiga piola de «El casamiento de Muriel». Juntos forman una pareja inesperadamente atractiva.
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