Afectada de diversas dolencias desde marzo, en la mañana de ayer murió Isabel Sarli. De nombre completo Hilda Isabel Gorrindo Sarli, nacida en Concordia, Entre Ríos, el 9 de julio de 1929, una síntesis biográfica diría que fue una buena vecina de la localidad de Martínez, protectora de perros, madre adoptiva de dos hijos, Miss Argentina 1955, modelo publicitaria, actriz cinematográfica desde 1956 (“El trueno entre las hojas”) hasta 2010 (“Mis días con Gloria”), y coproductora de la mayoría de sus películas en sociedad con su habitual director Armando Bo, entre otras “Desnuda en la arena”, “Los días calientes”, “Fiebre”, “Fuego”, “Insaciable”, “La mujer de mi padre” y similares ejemplos de una “sexploitation” escandalosa para su época, e ingenua para estos tiempos. Más ingenuas y deliciosas, “La mujer del zapatero”, “La mujer del intendente”, y “La burrerita de Ypacaraí”.
Crónica de un fuego al que los años volvieron inocente

Ella fue algo más que socia de Armando Bo, lo que primero resultó otro motivo de escándalo (él era un actor popular, casado y con hijos, y nunca abandonó a su esposa) y hoy es parte de una linda historia de amor. Katharine Hepburn y Spencer Tracy hicieron lo mismo. En todo caso, hoy solo podrían molestarse las ultrafeministas, pero entonces las cosas eran distintas.
En esos lejanos tiempos, cuando el INC categorizaba los films en A y B según parámetros de calidad, el crítico de “La Prensa” Guido Merico definió: “Existen tres categorías de films: A, B y Bo”. El público pensaba lo mismo, incluso el que llenaba enormes salas para solazarse, reírse y fascinarse con las películas del binomio. Sobre todo, con las atracciones carnales (“la actriz nudista”, le decía otro crítico, Jorge Miguel Couselo) y las protestas de inocencia de Isabel, a quien, interpretando los deseos de los espectadores, todos los malos de la película se le querían tirar sin galanteos previos.
El público bramaba, en las premieres se apretaba extendiendo sus manos para tocar a la diva, que llegaba en un Cadillac, un Impala, un Caprice, o un Torino Sport, envuelta en tapados de piel y amparada por Armando, los choferes guardaespaldas, y los policías que también querían tocarla. Acá y en toda Latinoamérica, incluso Brasil, y hasta en las salas latinas de Nueva York.
¿Corresponde aclarar que era un público casi enteramente masculino, adicto a las salas populares y la interacción entre las butacas con las pocas mujeres que, por comprensibles razones afectivas o comerciales, se animaban a ir? Entretanto, “la gente bien pensante” miraba desde su pedestal. Hasta que, siguiendo las modas, en 1964 los artistas del Di Tella encabezados por Marta Minujin organizaron un happening en homenaje a Isabel como epítome de lo camp, lo naif, y demás expresiones en uso para destacar una imaginería popular bendecida por la vanguardia artística. La cosa sonaba a cachada, y también a aceptación mental. De a poco vendrían las críticas más cordiales, un texto de Rodolfo Kuhn llamado “ArmandoBo y el erotismo ingenuo” (de intelectual ingenuo que quiere comprender el gusto de las masas), las notas periodísticas describiendo la bondad, candidez, y generosidad de la pareja “en pecado” (destacable, el reportaje “Isabel Sarli: las dos razones de su carrera”, de Alicia Gallotti, en “Satiricon”), el excelente libro del crítico Jorge Abel Martín “Las películas de Armando Bo e Isabel Sarli”, las invitaciones oficiales del INC, queriendo compensar las agresiones oficiales del Ente de Calificación Cinematográfica, vulgo censura, la lucha casi solitaria de ellos dos contra sucesivos censores, el film de cierre, “El último amor en Tierra del Fuego”, donde el personaje mítico se confunde con la persona, ambas envueltas en la bandera argentina.
Armando Bo murió en 1981. Isabel fue consagrada diosa en retiro efectivo, y desde entonces recibió homenajes en festivales, carnavales, y presentaciones. Hasta las parodias de los artistas under sonaban a homenaje. Otros hubo también en las películas nacionales, desde la escena en que tres pibes se hacen la rata para colarse en el cine en “Los chicos de la guerra” (Bebe Kamin, 1984) hasta el documental de Diego Curubeto “ Carne sobre carne”, mostrando las dobles versiones de algunos films (en ropa interior o desnuda total, según cada mercado), trailers, entrevistas televisivas australianas, confesiones de los asistentes, y, por supuesto, la famosa casa de Martínez.
Un detalle. La frase “¿Qué pretende usted de mi?”, pertenece a una sencilla escena de “Y el demonio creó a los hombres”, 1959, filmada en la Isla de Lobos, frente a Punta del Este. Ella sale del mar, Sancho Gracia la mira con lujuria, y, semiofendida, ella le reprocha “ Canalla, ¿qué pretende de mí?” (sin el usted). Para subrayar la ingenuidad del personaje y de sus películas, la tradición popular insiste en que esa pregunta se la hace al quinto tipo de la fila de violadores de “Carne”, 1968, estrenada completa recién a fines de los 70. En 2004, para el videoclip de Bersuit Garabat “La argentinidad al palo”, donde aparecen tomas de “Carne”, la propia Isabel Sarli grabó aquella pregunta existencial, que así quedó al fin pegada a la imagen que la tradición le atribuye. Como decía un personaje de John Ford, “Cuando la leyenda es superior a la realidad, se imprime la leyenda”.
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