10 de julio 2008 - 00:00

Historia que entretiene con emociones fuertes

Pablo Echarri y Carlos Belloso, parte del buen elenco de una obra que, aunque remuevemuchos tabúes, es más desafiante que reflexiva.
Pablo Echarri y Carlos Belloso, parte del buen elenco de una obra que, aunque remueve muchos tabúes, es más desafiante que reflexiva.
«The pillowman (El hombre almohada)» de M. McDonagh. Dir.: E. Federman. Int.: P. Echarri, C. Belloso, C. Santamaría, V. Villamil y elenco. Mús.: G. Goldman. Esc.: A. Negrín. Vest.: G. Pietranera. (Teatro «Lola Membrives».)

Tan violenta y cruel como un cuento de hadas, con buenas dosis de humor negro y colmada de pesadillas que se vuelven realidad, esta pieza de Martin McDonagh tiene todos los condimentos de un thriller psicológico del subgénero más macabro.

Katurian, el protagonista de esta historia, es un escritor que sueña con ver publicados todos sus cuentos, mientras se gana la vida limpiando una carnicería.

Al comienzo de la obra dos policías -especializados en hacer sentir culpable al individuo más inocente, puesto que están al servicio de un estado totalitario- someten al desconcertado Katurian a un interrogatorio tan opresivo, sádico e injusto como el que enfrenta Josef K en «El proceso» de Franz Kafka. Sin embargo, existen sobrados motivos para investigarlo.

Por la ciudad ronda un asesino serial de niños que tortura y mata a sus víctimas siguiendo paso a paso la metodología descripta por el escritor en varios de sus cuentos.

Todo parece una gran patraña destinada a censurar su labor creativa, pero el cuentista se ve cada vez más comprometido por las declaraciones de su hermano Michal, víctima de un pronunciado retardo mental con manifestaciones espásticas.

El tema del abuso infantil involucra a casi todos los personajes, incluido uno de los policías. Sólo el escritor ha logrado sublimar a través de la literatura los terrores sufridos durante su infancia (al punto de autoinculparse de los crímenes para salvar sus escritos); pero un supuesto acto de justicia cometido tiempo atrás contra sus padres, hacen que uno dude de su salud mental.

La obra deja abiertos varios interrogantes: ¿el arte nos hace mejores o es otra expresión psicopatológica algo más sofisticada? ¿los abusos de los padres justifican los delitos de sus hijos?, entre otras cuestiones que conviene no anticipar. Sólo cabe advertir que el nombre del asesino se conoce sobre el final de la primera parte (la obra dura en total 150 minutos).

De todas maneras, es tarea del público decidir quién es el responsable último de todos estos crímenes. Lo que diferencia a «The pillowman» de otros thrillers es su curioso homenaje a los relatos de transmisión oral. Como buen irlandés, McDonagh recurre a antiguas leyendas tradicionales para exponer su visión del mundo, siempre oscura y pesimista.Los cuentos de Katurian tienen mucho en común con las historias recopiladas por los hermanos Grimm (salvo un relato que recuerda a «Un artista del hambre», también de Kafka) y es a través de ellos que la obra va cobrando sentido.

Hay un gran despliegue de recursos visuales en esta puesta, desde representaciones guignolescas sobre la infancia de los protagonistas a un cortometraje muy extraño que grafica otra de las siniestras historias de Katurian.

Pablo Echarri le aporta fragilidad y ternura a ese escritor condenado por su estirpe maldita. Tal vez le falte ahondar un poco más en la ambigüedad de este personaje, pero aún así resulta convincente.El espástico de Carlos Belloso (uno más para su galería de freaks) provoca hilaridad con sus ocurrencias, sin perjudicar su dimensión dramática. También es digno de destacarse el dúo de policías a cargo de Carlos Santamaría y de un muy expresivo Vando Villamil (el matón atormentado por traumas infantiles).

«The pillowman» es un espectáculo lleno de sorpresas y también de pequeñas trampas. Por más que el autor se ocupe de remover algunos tabúes, su actitud es más desafiante que reflexiva. Las tenebrosas peripecias que relata en su obra, enturbian cualquier intento de moraleja; sirven en todo caso para entretener al público con alguna emoción fuerte.

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