3 de diciembre 2020 - 00:00

Poco trabajo, mucha suelta de hormonas

El título “Las mil y una” se refiere al barrio Las Mil Viviendas, de la ciudad de Corrientes, y una chica. Las Mil es un conjunto de monoblocs levantado en 1979 por el gobierno de entonces, un año antes de los Lugano I y II, todos enormes como si fueran soviéticos, y hoy todos mal conservados. En verdad, son 1536 viviendas. Y más de una chica.

La historia se centra en Iris, jugadora amateur de básquet atraída por Renata, que no es trigo limpio, según dice una chismosa. Curiosamente, esa chusma es la única que trabaja en algo (delivery) en toda la película. El resto es nini, que ni estudia ni trabaja pero le da concienzudamente al trago y a la suelta de hormonas. “El barrio que nunca duerme”, le dicen. La directora Clarisa Navas lo conoce bien, creció allí, y la protagonista es una ex compañera suya de básquet. Resulta elogiable la cámara de Armin Marchesini por los espacios abarrotados, la naturalidad del elenco, donde casi nadie tenía experiencia previa, y la mano de la directora, que sabe pintar ese mundo, inquietante, vital, nervioso y provinciano al mismo tiempo. Lástima que es solo pintura, sin mayor historia ni crescendo dramático, pero así son, generalmente, las cosas.

Tal como lo describe, en ese ambiente donde los chicos viven “como gitanos” hay al menos uno que apunta sus reflexiones y poemas. Y hay tres, sentados en el cordón de la vereda, que una noche ven pasar una estampida de caballos, y corren detrás, como animales jóvenes. Luego la tropilla desaparece, apenas oyen un relincho cercano, y no saben de dónde viene, ni qué rumbo han de tomar ellos mismos. Buena metáfora.

P.S.

“Las mil y una” (Argentina, 2020). Dir.: C. Navas. Int.: S. Cabrera, A.C. García, M. Vila (Cine.Ar).

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