La puesta del show de U2 tuvo caracteristicas únicas. En los mejores momentos del concierto, el despliegue high-tech en el Vertigo Tour consiguió impresionar a una masa de más de 60 mil personas con un bombardeo de luces, imágenes simultáneas de todo tipo de contenidos y formatos, que puede generar climas sin precedentes en la historia del rock.
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Sin embargo este circo electrónico plantea con claridad las contradicciones estéticas y conceptuales de un gran grupo de rock con un cantante que no puede dejar de decir más cosas importantes de lo razonable, corriendo el riesgo de caer en incoherencias.
Entendiendo que la música es la protagonista de un concierto de cualquier tipo, en la gira Vertigo, la puesta basada en el bombardeo visual desde la faraónica pantalla, prácticamente genera la desaparición del músico de carne y hueso, convertido ahora en una especie de personaje virtual intermitente. Para volver más antológico en vanguardia -y delirante lujo persa del siglo XXI-, todos los recursos de luz, escenografia y proyección de videos tomados en vivo, mezclados con textos, archivos históricos y animaciones, están pensados para dar un efecto de imagen estereoscopica -el buen viejo 3D-, que en algunos puntos culminantes del concierto, se podía percibir claramente sin necesidad de usar los famosos anteojitos. Eso sólo para quien estuviera ubicado en el sitio adecuado del estadio.
Las torres con seguidores ubicados desde la mitad del campo no dejan ver ni siquiera las pantallas, y ni hablar de los músicos de carne y hueso, cuando hasta el enorme decorado pasa inadvertido al ser absorbido por la mezcla de mensajes políticamente correctos y mezcla de lecciones de instrucción cívica plasmadas en ciberpizarrones gigantes.
Como aparecer de cuerpo entero en pantallas gigantes sería más propio de Mussolini o Big Brother, Bono y sus colegas sólo son reproducidos en las pantallas más pequeñas de los costados, algo que en la practica sirve más para la psicodelia descontrolada que acompaña los mejores temas de U2, y resulta mucho menos atractiva al apoyar los mensajes serios de Bono.
La abrupta transición desde las más imaginativas explosiones multicromáticas a mediocres composiciones tan convencionales, como las banderitas de distintos países para llamar a la fraternidad universal, a veces no se puede creer. Igual que el cartel que llama a la coexistencia con tipografías de distintos signos religiosos, un tanto confusos, que provocaron que varios jóvenes mareados lean en voz alta «El exorcista».
Un hito para los rodajes en Argentina fueron la decena de càmaras gemelas de video de alta definicion para rodar un documental en 3D, que probablemente se estrene en los cines IMAX que en este país son desconocidos. En una pantalla de varios pisos de alto como la de estos cines, cada toma elegida para resaltar el relieve a ver con anteojos, indudablemente funcionará mucho mejor que la visión parcial de un espectador que tenga una localidad, por ejemplo, de las plateas bajas que sólo permiten ver la mitad del tríptico al estilo «Napoleón» de Abel Gance.
Y una incoherencia severa son los carteles que, a diferencia de las entradas, afirman que automáticamente cada uno de los miles de espectadores debe aprobar, en forma obligatoria, la reproducción de su imagen en el film de U2, que en vez de pagar extras cobra por su participación forzada. Lo que no implica que cuando aquí llegue en DVD, muchos miles de fans argentinos disfruten de saberse parte de una de las producciones más caras, impactantes e incongruentes de todos los tiempos.
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