No hablan, pero lo dicen todo. No entienden de diagnósticos, pero reconocen el dolor. Basta un movimiento de cola, una mirada cómplice o una cabeza apoyada en la pierna para que todo vuelva a tener sentido. Su amor es silencioso, incondicional. Y cuando falta, duele como si algo vital se hubiera ido.
Porque también sanan: la importancia de las visitas de perros a pacientes internados
Algunas clínicas y sanatorios permiten que pacientes internados reciban a sus perros. Un gesto simple que reconecta, fortalece y devuelve el alma al cuerpo.
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En momentos de extrema fragilidad, como en una internación, cuando la vida parece volverse frágil y ajena, reencontrarse con ese compañero de cuatro patas puede ser mucho más que una visita: puede ser un renacimiento. Un cable a tierra. Una razón para sonreír cuando no hay fuerza ni ganas. En algunas clínicas de Buenos Aires, esa escena dejó de ser un deseo imposible para convertirse en realidad.
Así lo demuestran las experiencias del Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento (IADT) y el sanatorio CEMIC, ambas instituciones ubicadas en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Allí, los perros ya no se quedan esperando en casa mirando la puerta: ahora entran, caminan por los pasillos blancos y silenciosos del hospital, hasta posarse en la cama de quienes más los necesitan. Llegan a sanar. Porque lo hacen.
Familias multiespecie: una realidad que ya no se deja afuera
Durante años, los hospitales fueron lugares de reglas rígidas y emociones contenidas. Pero hay algo que nada puede frenar: el amor incondicional de un perro, capaz de cruzar cualquier barrera y ocupar un lugar en la familia como uno más.
El doctor Diego Fernández Sasso, jefe de Internación Pediátrica del IADT, lo vive en carne propia. La creación del “Programa 4 Patas”, un proyecto que permite a los pacientes internados recibir la visita de sus perros, bajo estrictos protocolos, fue impulsado no solo desde la ciencia, sino desde una experiencia íntima del corazón.
“Hace unos años no quería tener ningún animal en mi casa. Mis hijos insistían, insistían, insistían. Finalmente accedí, y la presencia de Mila cambió un poco la dinámica familiar”, recuerda. “Se llama Mila por milagro, porque fue un milagro que viniera a mi casa”.
Ese cambio radical en su vida, le mostró algo que muchos intuimos en nuestro día a día pero a veces olvidamos: convivir con un perro transforma. Y si puede transformar la vida cotidiana, ¿por qué no podría hacerlo en una habitación de hospital?
“En pediatría tenemos el concepto de que la internación es el niño y la familia. Y si hoy las familias son familias multiespecies, ¿por qué no permitir que viniera el integrante de la familia a visitar al paciente internado?” cuestiona el médico. Porque cuando se trata de sanar, la presencia de quien nos quiere, sin importar su especie, puede ser el mejor remedio.
Las reglas del programa son claras y necesarias: el perro debe ser conviviente, estar vacunado, limpio y pasar por un procedimiento controlado de ingreso. “No es que puede venir cualquier animal”, subraya. “Tiene que ser un integrante más de la familia”. Y eso, para muchas personas, es exactamente lo que son: un hijo más, un hermano, un guardián.
Para Fernández Sasso, no hacen falta estadísticas para validar lo que se ve con los propios ojos. “Entrar a la habitación de un paciente internado y ver a su perrito durmiendo en su pie es muy gratificante”, afirma. “Nada salió nunca mal, no tuvimos ningún problema ni en pediatría ni en adultos”.
Los efectos no sólo se ven en los pacientes. También transforman al equipo médico. Se desarma la frialdad, se suavizan los gestos, aparece una sonrisa. “Desde la dirección para abajo, todo el sanatorio se alineó para que esto ocurra”, cuenta. “Hay mucha gente que tiene todavía una mirada un poco más dura y se sorprendió gratamente”.
Lo que parecía impensado empieza a volverse costumbre. Una costumbre hermosa. Fernández Sasso lo cuenta: “Va cambiando en todos lados. En algunos países la convivencia es mucho más diaria: suben a aviones, medios de transporte, restaurantes, lugares de compra. Insisto, tenemos que tener ciertas normas, pero cuando uno entiende eso, funciona todo muy bien”.
El reencuentro con un amigo
En el sanatorio CEMIC, la historia de Myriam Kon, de 93 años, es un testimonio que llega realmente al corazón. Myriam estaba por ser operada de una fractura de cadera cuando ocurrió algo inesperado, algo que cambiaría no sólo su estado de ánimo, sino también el rumbo emocional de esos días difíciles.
Su hija, Claudia Gallego, sabía que en la habitación de la clínica faltaba alguien. No era un médico, ni un medicamento. Era Ramallo, el perro que forma parte de su vida y es el encargado de que nunca falte amor en casa.
Claudia lo tenía claro desde el principio: “Ella vive conmigo y con mi perro, porque para nosotros es un miembro de la familia”. Lo rescató cuando tenía apenas cuatro meses. “Lo encontré en Ramallo (Provincia de Buenos Aires). Y por eso el nombre”. Al principio vivía sola con él, pero cuando su mamá empezó a tener problemas de salud, se mudaron con ella. Desde entonces, los tres compartían todo: el techo, las caminatas nocturnas, las siestas.
La internación fue un golpe, pero el destino jugó a favor. “El lunes a la tarde en el cambio de guardia, una de las enfermeras de la tarde me dice: ‘¿Con quién vive tu mamá?’”, recuerda Claudia. “Cuando le conté lo del perro, me dice: ‘Vos sabés que podés traer al perro acá ¿no?’”. Fue como escuchar algo irreal. “No te puedo creer, ¿Con quién hay que hablar?”. Porque si había una mínima posibilidad, ella no iba a dejarla pasar.
El médico tratante autorizó la visita. El único día posible era el martes, antes de la cirugía, así que Claudia organizó todo de inmediato para poder concretar el encuentro. “Me dijeron que tenía que tener un saquito puesto, o un pullover, o una remera, para que no largue tanto pelo”. Preparó todo. Vacunas, protocolo, el acceso por la entrada de insumos, montacargas, controles. Hasta que finalmente, Ramallo llegó.
“Me subieron en un montacargas, me dejaron en la habitación y me dijeron: ‘cuando quiera irse, me avisa’. El perro podía estar hasta 3 horas. Estuvo como 2 horas y media. Fue una experiencia preciosa”.
Myriam, recuerda el momento del encuentro: “A mí no te cuento cómo me volvió el alma al cuerpo cuando lo pude acariciar a Ramallo, que tiene conmigo un vínculo muy especial”. Y agrega: “Es una experiencia maravillosa. Cuando la gente se enteraba, el personal venía a verlo, le encantó y le tocó el corazón”.
Ese amor no es casual. Myriam no sólo ama a los animales: los entiende. Después de jubilarse como trabajadora social, realizó un curso que abordaba la visita de perros con fines terapéuticos, tanto en hospitales como en el ámbito judicial.
Para cerrar esa formación, en 2013 presentó un trabajo final sobre cómo la presencia de un perro en situaciones tensas puede tener efectos positivos. “Modifica el ambiente. Hay cosas que se pueden medir y que son realmente beneficiosas”, explica Myriam.
Lo que en su momento parecía una idea innovadora, con el paso de los años se fue materializando. Hace algunos años, el instructor que ayudó a Myriam con la propuesta logró que esta iniciativa fuera tomada en cuenta en los ámbitos judiciales. “Le mandé un WhatsApp diciéndole que, sea coincidencia, o sea que recordó aquella vieja iniciativa mía, me alegraba en el alma que él pudiera conseguir algún avance.
En efecto, con el tiempo se logró que se permitiera el ingreso de perros entrenados, junto a su cuidador, para acompañar a los chicos o adolescentes durante las entrevistas. "No es lo mismo hablar de una experiencia traumática en el aire que acariciando a un perro que manifiesta agrado porque lo acaricia", explica Myriam. Esta iniciativa, fue ganando aceptación y se convirtió en una realidad.
Cuando le tocó estar internada, Myriam no sabía que podía recibir a Ramallo. Pero hoy lo vive como una victoria emocional y personal. “Te digo que es una experiencia maravillosa”, asegura. “Sería fantástico que todo el que siente eso y le toca pasar por un momento así pueda tener la visita del perro”, alienta Myriam a aquellos que tienen el privilegio de poder hacerlo.
El amor no necesita permiso
Lo que ocurre en estas clínicas no es un simple gesto amable. Es una revolución afectiva, una manera de decirle al mundo que la salud también pasa por el corazón. Que hay medicamentos que alivian el cuerpo, pero solo el amor (ese amor que mueve la cola al verte) puede curar el alma.
“Fue una experiencia preciosa, sería fantástico que todo el que siente eso y le toca pasar por un momento así pueda tener la visita del perro”, desea Myriam, con la serenidad de quien vivió lo que parecía imposible.
Y Fernández Sasso invita a que otras instituciones se sumen a esta iniciativa: “Quien quiera experimentar el hecho de permitir que la familia multiespecie continúe unida en una institución, va a ver que es sencillo, realizable, que no tiene contras y que no tiene problemas”.
En un mundo donde todo se mide, se controla y se justifica con cifras, hay cosas que simplemente se sienten. Como el alivio que te recorre el pecho cuando una nariz húmeda te roza la mano. Como la lágrima que se convierte en sonrisa. Como la fuerza que vuelve, inesperadamente, en forma de cola que se agita. Y eso también es salud. Y eso, definitivamente, también es amor.
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