15 de junio 2007 - 00:00

"Si alguien muere, pienso que es mi hijo"

Rafah, Egipto - Miles de palestinos esperaban ayer en los pueblos cercanos a la frontera con Gaza a que se abra el paso a los territorios palestinos, preocupados por la explosiva situación y el estado de sus familias.

A pesar de que esta espera no es nueva en el paso de Rafah, que se abre intermitentemente y de manera inesperada, en estos días las horas se viven con mayor angustia debido a los sangrientos enfrentamientos que protagonizan los milicianos Hamas y Al-Fatah, y que algunas voces han comparado ya con una guerra civil.

En un restorán de carretera escasamente abastecido cerca del puesto fronterizo egipcio, el Happy Land, desde donde se oyen ráfagas de ametralladoras y algunas explosiones, unos treinta palestinos conforman la primera avanzada de quienes quieren entrar en Gaza.

«Cada vez que alguien muere, tengo que tranquilizar a mi mujer y decirle que el muerto no es nuestro hijo. No podemos cruzar y no tenemos información. Queremos ver a nuestras familias», dice Said Abdel Rahman.

Algunos llevan más de un mes esperando, y ya los hicieron pagar la vuelta en varias ocasiones, porque no entraron dentro del cupo de admitidos o por llevar demasiado equipaje, aseguran.

  • A la intemperie

    Otros todavía son nuevos y sólo hace unos días que duermen a la intemperie, soportando los más de treinta grados de temperatura del final de la primavera egipcia, sin poder ducharse o apenas sin comida.

    «No tenemos comida, ni mantas, ni agua con la que lavarnos. Hemos gastado todo nuestro dinero. No podemos pasar y no sabemos qué les está pasando a los nuestros», insiste Nur sin ocultar su angustia.

    Por su parte, Mohamed Abdelaziz asegura, mientras muestra su «galabiya» (túnica), que lleva ya 20 días esperando casi sin poder lavarse y durmiendo en el suelo.

    Hay enfermos, gente que trabaja en Arabia Saudita y vienen a visitar a sus familias, también quienes han cruzado a Egipto para buscar suerte y quien quiere volver a Gaza para casarse, como Ahmed.

    Este joven, que ha estado trabajando en Arabia Saudita, lleva cinco días en el Happy Land, y la cara se llena con una enorme sonrisa cuando habla de su prometida.

    Pero después de un momento de distensión, las voces se superponen unas a otras para pedir más atención por parte de la Cruz Roja o las autoridades egipcias, que, según dicen, se han olvidado de ellos. En el Happy Land están los más desesperados o como algunos de ellos explican, «los que nos hemos quedado sin dinero para pagar un lugar donde dormir».

    Los que pueden se alojan en casas o pensiones en Rafah o en Arish mientras esperan. Saben que su situación es complicada y que mientras duren los enfrentamientos entre las facciones palestinas de Hamas y Al-Fatah, el puesto permanecerá cerrado.

    Las autoridades egipcias de Rafah aseguran que no hay ningún plan para atender a estas personas e insisten en que están en Egipto bajo su responsabilidad y su propio sustento. Los habitantes de Rafah opinan que en Gaza todo está al revés, insisten en que no entienden lo que está pasando y achacan lo que ocurre a la falta de fe.

    «Si fueran buenos creyentes, no se matarían entre ellos», asegura Maguid, un joven de esta localidad.

    Mientras continúan los combates en Gaza, los palestinos del Happy Land, los que están en Rafah, en Arish o en Sheij Zueied siguen a la espera de que cualquier noche los responsables del paso anuncien que al día siguiente abrirán, aunque sea unas horas, las puertas hacia sus casas.
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