A cuatro años de su estreno original, Netflix subió este mes a su catálogo “No dejes de mirarme”, del alemán Florian Henckel von Donnersmarck, quien en 2007 obtuvo el Oscar al Mejor Film Extranjero con “La vida de los otros”. El impecable guión de aquella película convertía una historia de persecución personal, obsesiva y ambivalente, en uno de los mejores retratos de la vida de los artistas alemanes del Este bajo la censura de la Stasi, la temible policía secreta, antes de la caída del Muro. En una línea similar, “No dejes de mirarme” abarca un período extendido a lo largo de cuatro décadas, es más ambiciosa en sus fines, y aunque quizá por eso no alcance el rigor dramático de la anterior, es una película imperdible para todos aquellos que se interesan en el arte, en la problemática del arte, y en la historia alemana del siglo XX a través de la mirada de los propios alemanes.
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“No dejes de mirarme”: sobre la honestidad en el arte y en la vida
Netflix subió un nuevo film de Henckel von Donnersmarck, el director alemán de “La vida de los otros”.

Su título original, “Werk ohne Autor” (“Obra sin autor”), sintetiza el credo artístico de los dos totalitarismos que gobernaron el país, o una mitad de él en el caso del comunismo: la obra clásica, aria, que expresaba al “Volk” más allá de todo individualismo, y el realismo socialista que también despreciaba el “Ich, ich, ich!” burgués (“¡Yo, yo, yo”), tal como le insiste uno de sus profesores al protagonista, el pintor Kurt Barnert (Tom Schilling), en la Academia de la Dresde en ruinas tras los bombardeos de la guerra y durante el dominio soviético. La vida de Barnert está inspirada en la del enorme artista alemán Gerhard Richter, hoy de 90 años, quien se reunió varias veces con el realizador durante la elaboración del guion, y que si bien al principio dio su bendición y autorizó, después lo rechazó como “abusivo” y, según dicen, se negó a verlo. Henckel von Donnersmarck respetó todos los puntos acordados: en especial que no usaría los nombres reales ni de él ni de su entorno, pero los hechos que cuenta son inmediatamente reconocibles si se conoce su biografía.
La historia arranca en 1937, en una de las famosas exposiciones itinerantes de “Arte degenerado” (Entartete Kunst), nombre que le dieron los nazis a las vanguardias artísticas de principios del siglo XX, mientras el niño Kurt asiste al museo de Dresde acompañado por su hermosa tía Elisabeth (Saskia Rosendahl). Ella, que tendrá una influencia decisiva en su vida, no sólo le confiesa en voz baja que a le encanta ese arte, sino que es quien poco después le dice “No dejes de mirarme. Todo lo real es bello”, cuando él la sorprende, desnuda, tocando el piano en su casa.
Algo más sobre su historia: denunciada al nazismo como esquizofrénica, la muchacha, de escasa participación en el film, morirá en una cámara de gas después de ser esterilizada por orden del siniestro Doktor Seeband (Sebastian Koch, excelente actor ya visto en “La vida de los otros”). Años más tarde, en un giro similar al de “Vértigo” (aunque el guión está tan calcado sobre la vida real de Richter que poco lugar deja a la ficción), el joven Kurt, ya convertido en estudiante de arte, siempre en Dresde, conoce a otra Elisabeth, a quien llaman por la apócope de Ellie (Paula Beer), de llamativo parecido con su tía.
Omitiendo detalles importantes que debe descubrir el espectador, añadamos que Kurt y Ellie logran escapar a Occidente pocas semanas antes de que se levante el Muro. Una vez allí se instalan en Düsseldorf, donde él se anota en la célebre Kunstakademie. Uno de sus profesores, Antonius van Verten (Oliver Masucci), contracara del comunista que en su ciudad natal pretendía aplastar su “Ich”, tendrá, aunque de una manera casi brutal, un papel central en su futura formación como artista. Detrás del personaje de Van Verten se oculta también, con detalles biográficos casi exactos, uno de los mayores vanguardistas europeos de mediados del siglo pasado, Joseph Beuys, a veces llamado el “Andy Warhol alemán”.
Más allá de la compleja síntesis histórica de un país tan atravesado por la ciencia y la cultura como por la barbarie más inimaginable, el guión no desarrolla con igual profundidad, como en “La vida de los otros”, la dialéctica entre vencedores y vencidos, o entre perseguidores y perseguidos (y sus ulteriores reacomodamientos a espaldas de la ética), aunque se hace más sólido en la exposición de un tema como la honestidad en la creación artística. Esa manera casi brutal con la que Beuys se refiere a la obra “conceptual” de Richter (suponiendo que ese episodio haya ocurrido en la realidad) es determinante en su futuro: el joven pintor, que había decidido dejar atrás su estilo figurativo, se empeñó al llegar a Occidente en la abstracción, en “pintar ideas”: Beuys, al ver esas obras, le dice con desprecio “Ese no eres tú”. También dice otras cosas que marcan el bautismo de un artista nuevo, definitivo en Richter.
La producción ha trabajado de manera extraordinaria en la creación de pinturas que simulan ser las de Richter: por aquel pacto que respetó el director tampoco se han copiado, pero reproducen de manera fiel su estilo de “fotografía difuminada”, en especial la fundamental “Tante Marianne” (1965), donde se retrató a sí mismo de niño junto con la tía que asesinaron los nazis, llamada Elisabeth en el film. Esa obra está hoy en el MoMA de Nueva York. La película dura tres horas y 10 minutos, que pasan volando.
“No dejes de mirarme” (“Werk ohne Autor”, Alemania, 2018). Dir.: F. Henckel von Donnersmarck. Int.: T. Schilling, P. Beer, S. Koch. (Netflix).
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