A veces, las madres, padres o adultos a cargo de niños debaten el asunto en el bar de la esquina de la escuela mientras esperan que los menores salgan de la clase de educación física. Lo hacen también en el club, mirando el reloj y aguardando que nalice la práctica de fútbol o de vóley. Incluso es tema de análisis cuando los padres logran dejar a los hijos en casa y se juntan a cenar o a tomar algo con amigos, algún viernes o sábado a la noche. Porque, como todo llega en la vida, hay una edad en la que los hijos comienzan a tener gastos jos, variables o, sencillamente, a preguntar si ellos también pueden ahorrar y administrar su propio dinero. Entonces, aparece la pregunta que cae de madura: ¿a qué edad debo comenzar a compartirle esta información?
Cómo enseñarle a los niños a ahorrar desde pequeños
Cada 15 de mayo se celebra el Día de la Familia para crear conciencia sobre el papel fundamental de las familias en la educación con los hijos desde la primera infancia. Aquí, las herramientas sobre cómo inculcar herramientas del ahorro desde pequeños.
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Para poder responder con certeza, lo primero que debemos hacer es no subestimar a los niños, ni siquiera pese a no tener la intención de hacerlo. Lo principal para ello es comprender que la administración del dinero no debe ser un tema tabú, ni tampoco una materia que deba estudiarse cuando las personas ya hayan madurado. Lo más adecuado es tomarlo como una inquietud más e ir respondiendo las preguntas a medida que aparecen y se complejizan. Alrededor de los cinco o seis años, con la caída de los primeros dientes y el uso del viejo sistema de “premios” que invoca al ratón Pérez (si prefieren, se puede aplicar obviando la figura del roedor), los niños suelen empezar a recibir dinero. Es cierto que todavía no tienen el conocimiento de su gestión y administración, pero sí de su uso fundamental. Esto coincide con el ingreso a la escuela primaria y se convierte en el momento ideal.
Incorporar a los menores a las charlas familiares de rutina como, por ejemplo, si la vivienda que habitamos es alquilada, si los gastos corrientes aumentan, bajo qué mecánica funciona una tarjeta de crédito, por qué nuestro trabajo es retribuido con un salario. Son todos temas que no habría que eludir a medida que se presenten, dado que forman parte de la vida familiar habitual y les proveerá un entrenamiento muy
benecioso. Parece sencillo decirlo. Sin embargo, una buena parte de la sociedad ha sido criada en sentido completamente opuesto a esta corriente. Es decir, postergando el aprendizaje “hasta que tuvieran la edad” o marginando a los menores de las conversaciones “de adultos”, y resulta que cuando la edad llegaba, nadie se había hecho cargo de transmitir esas enseñanzas.
Además del diálogo uido y empático, el aspecto lúdico es un buen segundo escalón de recursos para llevar a cabo el objetivo. Innumerables juegos -muchos de ellos de mesa, que los aparta también de los electrónicos- utilizan el dinero o las finanzas en su nalidad.
Una buena partida del Juego de la Vida o del Monopoly, por caso, combinaría los primeros dos aspectos y comenzaría a trazar panoramas en torno a la compra de bienes, inversiones, deudas, cobro de sueldos, imprevistos, falta de plata para cumplir objetivos, el manejo de las ambiciones, los consumos golondrina, el ahorro, el límite en los gastos y el emprendedurismo. Justamente, en esta palabrita algo feúcha pero importante, estriban la capacidad de idear, gestionar y llevar a cabo proyectos, transformando ideas en productos, servicios y negocios que, en la actualidad, son la fuente de trabajo de cada vez más personas. Por eso, cuanto antes los chicos comiencen a derribar mitos y barreras, tomar coraje y lanzarse a la aventura creativa, mucho mejor.
Con el diálogo presente en todas las instancias y sin perder la capacidad de vivir el proceso como un juego, pero sin eludir la seriedad de las responsabilidades, el tercer paso en el catálogo debería ser el ejercicio del ahorro. Transmitirles la importancia del dinero y evitar su derroche. Ponerles sus metas a la vista a diario, explicarles cuánto les falta para cumplirlas, mantenerles la llama de la ilusión encendida, pero también el motor del esfuerzo que deben hacer.
Psicopedagoga y educadora financiera.
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